El cumpleaños más amargo de los Tratados de Roma

Unión Europea

El cumpleaños más amargo de los Tratados de Roma

Los documentos firmados en 1957 han quedado sepultados por la crisis económica y política de la UE.

Tratado de Roma

Los líderes de todos los países de la Unión Europea caminan nostálgicos por las calles de la capital de Italia. El 60 cumpleaños de los Tratados de Roma se ha convertido en una reunión de jefes de Estado que suspiran por unos documentos primigenios que facilitaron la época más pacífica del viejo continente. Sin embargo, la acumulación de diferentes crisis y el olvido de los aspectos fundacionales de aquel tratado han derivado en la mayor recesión institucional de Europa.

La Europa de los veintiocho que pronto serán veintisiete. El continente donde la extrema derecha y divisora crece ante la incapacidad de los partidos gobernantes de dar respuesta a los ‘olvidados’ de la globalización. La Unión Europea que vive sumida en una crisis económica y política crónica.

El Frente Nacional en Francia, Alternativa para Alemania en el país germano, Amanecer Dorado en Grecia, la inestabilidad política en Italia (¿Italiexit?), el Brexit en Reino Unido, los partidos de extrema derecha en Holanda, Austria y Hungría. La crisis crónica del país heleno, la construcción de muros divisorios entre Estados miembro, la incapacidad para dar cobijo a los refugiados y los acuerdos éticamente cuestionables llevados a cabo con Turquía y Libia.

Esta es la Europa sobre la que reflexionan unos líderes donde Mariano Rajoy parece ser el más ‘estable’. Con el permiso del primer ministro portugués Antonio Costa, la excepción socialdemócrata y el que más ha interiorizado los dos primeros artículos de los Tratados de Roma (definidos en el siguiente apartado del artículo).

Las bases de los Tratados de Roma

El 25 de marzo de 1957, seis países (Bélgica, Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos) firmaron en la capital de Italia los tratados fundacionales que posteriormente derivaron en la actual Unión Europea. Aquellos acuerdos registraban la creación de un espacio de paz y un mercado común basado en la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales. Algo inaudito en un continente que había librado su guerra más sangrienta 12 años antes.

España se adjuntó a esa unión de países en 1986, al mismo tiempo que Portugal. La península ibérica suscribía un tratado cuyos primeros dos artículos han quedado obsoletos por pura modernidad. La de los artículos.

Artículo 1: “[…] El presente Tratado constituye una nueva etapa en el proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, en la cual las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima a los ciudadanos que sea posible […]”.

Artículo 2: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”.

Probablemente, ninguno de los firmantes de aquel 25 de marzo de 1957 imaginaba un futuro así. George Orwell había muerto en 1950.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Los preceptos de los Tratados de Roma desvelan dos alarmantes realidades: hoy sería impensable firmar algo así (sin actuaciones como la manifestación institucional post Charlie Hebdo) porque, probablemente, no haya firmantes como los de entonces.

Se desconoce cómo hubieran actuado Antonio Segni (Italia), Paul Henri Spaak (Bélgica) y Konrad Adenauer (Alemania) ante la crisis actual. Lo que se sabe es cómo lo han hecho los actuales y los ‘extinguidos’ jefes de Estado. Además de no dar respuesta a los ‘perdedores’ de la crisis – alimentando a la extrema derecha –, la transustación de la deuda.

Así definió Carlos Humanes, fundador de ElBoletin.com, a la transformación de deuda privada en pública, el ‘milagro’ que ha provocado que, junto a la caída de los ingresos fiscales, los déficits de los estados y la deuda hayan alcanzado cifras difícilmente sostenibles.

Para hacer frente a esta situación, los dirigentes comunitarios apostaron por la austeridad, recortaron prestaciones sociales y privatizaron servicios públicos. Unas políticas que siguen sin impulsar el crecimiento y que han aumentado la desigualdad.

Muchos ciudadanos han visto en estas políticas un ataque frontal al sistema democrático. El poder financiero se impuso al político y este último faltó a las obligaciones contraídas con sus representados.

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