Matón y cobarde

Donald Trump

Matón y cobarde

Diego Carcedo

“Donald Trump es un matón y todos los matones son cobardes”. Se lo escuché en una televisión norteamericana a un experto en conductas humana. “Donald Trump es un matón y todos los matones son cobardes”. Se lo escuché en una televisión norteamericana a un experto en conductas humanas, cuyo nombre lamento no haber fijado en mi cabeza. Trataba de explicar así el vuelco de su opinión sobre Méjico a quien aseguró cursimente “amar mucho” después de la tormenta diplomática, intelectual y popular que desencadenó su descortesía hacia el presidente Enrique Peña Nieto, firmando la construcción del muro con el que quiere separar a los dos países cuatro días antes de la reunión que tenían concertada en la propia Casa Blanca. Por no hablar de su actitud inhumana con los refugiados.
 
El gran problema no es sólo su condición de bocazas que usa la amenaza  y el desprecio a los demás  como forma de propagar sus ideas y ganarse la euforia de sus palmeros; el gran problema es el equipo que le rodea — escogidos con una linterna entre los mejores de la xenofobia, el desprecio a la condición humana y el nacionalismo más burdo — que lejos de frenarle en sus desvaríos, rivalizarán entre ellos para ver quien se gana más rápido la simpatía del jefe. El propio vicepresidente, cargo que hasta ahora contaba muy poco fuera del desdén presidencial, trata de sacar la cabeza colocando entre las prioridades la prohibición del aborto. 
                       
Quizás el mejor ejemplo,  lo haya protagonizado la nueva embajadora ante las Naciones Unidas — organización que tanta vida da a Nueva York pero que Trump quiere ahogar con un fuerte recorte de la aportación económica – que entró en el llamado Palacio de Cristal de su sede central con las peores formas diplomáticas imaginables y más en un centro cuyo objetivo es la búsqueda de la paz: amenazando, con tomar nota, se concluye que para luego tomar las oportunas represalias, de los países que no se plieguen dócilmente a los mandatos de la supremacía norteamericana.
 
El único lenguaje que Trump entiende, en opinión de quienes le conocen mejor, es el de los negocios. Pretende conducir la Administración Federal como si se tratase de su gigantesco grupo empresarial y sabe por experiencia que en ese ámbito las formas cuentan poco y las dentelladas de tiburón al competidor mucho. La intimidación, la amenaza y la liquidación de quienes no faciliten sus ambiciones, son válidas cuando son muchos los millones que están en jugo. No hay en el mundo lugar alguno donde el respeto, la educación y la ética brillen menos que en el parqué de Wall Street. El recurso a avasallar a los demás no le frenará pero sí el miedo a lo que ocurra si no lo consigue, opinaba el experto.
 
Por eso acababa recomendando a los  medios, a los intelectuales, la presión popular y sobre todo al capital que no decaiga en el intento de pararle los pies. A buena parte de la opinión pública es fácil atraérsela con cuatro chuches demagógicas y quienes realmente pueden conseguir resultados más claros son los grandes empresarios. A nadie respetará más. Lo grave es que con su proteccionismo y la siempre tentadora reducción de cargas fiscales, a muchas grandes empresas les abre unas perspectivas para su voracidad de beneficios que tardarán en percatarse de tantos males como el monstruo está propiciando.

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