La tragedia de Rita Barberá deja en evidencia al PP de Rajoy

Detrás de la cortina

La tragedia de Rita Barberá deja en evidencia al PP de Rajoy

Rafael Alba

El lamentable espectáculo que han dado algunos dirigentes del partido en la última semana puede ser el definitivo principio del fin de una época. Ya no hay caso posible. Fuese o no fuese la exalcaldesa de Valencia Rita Barberá la jefa de una trama corrupta que blanqueó dinero para esconder una presunta estructura de financiación ilegal del PP para correr con los gastos de la última campaña electoral de quien fuera una líder omnipotente durante años de la formación conservadora en aquella comunidad autónoma, las imágenes del abandono, el ninguneo y el acoso al que fue sometida por los amigos que tanto le debían se van a quedar en la retina de casi todos los ciudadanos.
 
De tal modo que la inesperada e indeseada tragedia va a contribuir más que ninguna otra circunstancia a poner en evidencia la auténtica personalidad latente de un partido sin piedad, en el que hay aún posibles delincuentes que gozan de toda la protección que necesitan. Tal vez porque si sus cabezas ruedan empezarían a desmoronarse la frágil estructura de fichas de domino que aún sujeta a un partido que, más tarde o más temprano, tendrá que regenerarse.
 
¿Puede ser el infarto de Barberá el principio del fin para una vergonzante clase política, con más culpa en unas formaciones que otras pero responsabiidades claramente repartidas, que ha pervertido y desvirtuado a lo largo de cuatro décadas la ilusionante democracia que los españoles lograron construir tras la muerte del dictador Francisco Franco? Tal vez sí. Aunque, lamentablemente, la caída del gigante, de ese grupo bien cohesionado que se articula en torno a clanes similares al constituido por el PP de Mariano Rajoy, seguirá siendo paulatina, desesperante y lenta y no es descartable ni que ‘muera matando’, ni que, al más puro estilo español, sea necesario un gran pacto de estado para restablecer la honestidad en las instituciones.
 
Acuerdo en el que, por cierto, no podrán estampar su firma ninguno de los actuales dirigentes o aspirantes a serlo de los viejos partidos políticos que corrompieron y desvirtuaron el mejor sistema político que ha tenido España a lo largo de su historia. Lo recordaban esta semana algunos videoblogeros que, tras la dramática muerte de Rita Barberá, establecían paralelismos entre la conmoción social que renovó por completo la clase dirigente italiana entre 1992 y 1994. El llamado proceso ‘Manos Limpias’ que, entre otras consecuencias, provocó el suicidio de 31 políticos que sufrían investigaciones judiciales derivadas de su presunta implicación en procesos de corrupción.
 
Aquella catarsis fue dramática, supuso una limpieza a fondo, probablemente necesaria, que saneó las instituciones y llevó a la cárcel a un buen montón de hombres y mujeres ‘principales’, terminó para siempre con el Partido Socialista de aquel país y supuso la inesperada irrupción en el escenario de aquel magnate aventurero conocido como Silvio Berlusconi que reinaría luego en el país durante un buen número de años en los que alternó en distintas ocasiones los cargos de primer ministro del Gobierno y jefe de la Oposición.
 
Es obvio que cualquier catarsis trae consecuencias y que sin un saneamiento a fondo del sistema, por doloroso que sea, puede resultar imposible empezar a curar el cáncer. Y que, además, tras la extirpación son necesarias después unas terapias, igualmente dolorosas, que impidan cualquier posible atisbo de metástasis. Pero también que sin el necesario cambio de protagonistas no será posible arreglar de verdad el estropicio. Hace tiempo que no valen parches, aunque se trate de una obviedad que, sin embargo, no parece haber calado del todo en el ánimo de las masas votantes todavía. Pero no hay duda de que pasará y, como decía antes, quizá el triste final de Rita Barberá pueda suponer la inesperada chispa que desencadene el incendio.
 
Porque el bochornoso espectáculo que nos han proporcionado esta semana muchos compañeros de partido de la exalcaldesa de Valencia puede remover unas cuantas conciencias. Esos tipos expertos en decir una cosa y la contraria, buscando además el ataque al enemigo como fórmula infalible de defensa ya llevan demasiado tiempo marcando el tono de la política española y, además, sus vilezas manifiestas no son nunca reprobadas. Más bien al contrario.
 
Por lo general, estos comportamientos que tendríamos que esforzarnos por desterrar para siempre, son la antesala de premios y ascensos. Un poderoso incentivo que ha sembrado en la sociedad la semilla de la mayoría de los males a los que tenemos que enfrentarnos en la actualidad, provocados, casi siempre, por los comportamientos gregarios, la falta de espíritu crítico y el fundamentalismo excluyente como principales plagas.
 
Y si algo empezamos a ver también, aunque sea con cuentagotas es que, por mucho que los jueces y no la sociedad sea a quienes corresponde dictar sentencias e imponer las penas adecuadas, sólo la contundencia del voto que aleje del poder a quienes han practicado estas dudosas artes del expolio de los caudales públicos puede frenar la sangría. Sin contar con que, hoy por hoy, la neutralidad de la magistratura es también bastante dudosa por la persistencia en su seno de mecanismos de promoción, premio y castigo muy similares a los vigentes en la clase política. Tampoco aquí impera precisamente la meritocracia.
 
Sólo cuando los políticos pierden el poder y con él la capacidad de nombrar altos cargos, adjudicar obras públicas y, en fin, la larga lista de prebendas y posibilidades de la que suelen disponer mientras lo tienen, la regeneración, obligatoria entonces, se abre de verdad paso en los partidos políticos. Nunca sucede lo contrario. Sin la decidida opción de los votantes por alternativas limpias ni hay catarsis, ni hay cambio. Por más, que, para colmo, ese necesario cambio de caras, ni siquiera será suficiente para erradicar por completo el mal que nos aqueja. Ni tampoco un simple, y también inevitable, relevo generacional en las alturas.
 
Hay, por lo tanto, una clara responsabilidad en la sociedad española que pasa, también sin más remedio, por dejar de ‘lavar’ con los votos esos comportamientos dañinos, ya que será el único modo de que el proceso de regeneración se ponga en marcha. De obligar a los partidos políticos a poner en marcha una auténtica operación limpieza y a mutar sus mecanismos de elección de altos cargos que ahora son un verdadero caldo de cultivo, como ha hemos dicho para la proliferación de corruptos, corruptelas y tramas de extorsión autorizadas o toleradas por el poder establecido, entre otras lindezas.
 
Así que ha llegado la hora de empezar a separar el grano de la paja. No es cierto que todos los políticos sean iguales, aunque si pueda serlo que la mayor parte de aquellos que logran hacer carrera en las actuales estructuras partidarias sí lo son. Pero no es un problema de reglas o arquitecturas institucionales, se trata de las costumbres perversas, institucionalizadas por una tradición de siglos que desarrollan, en general, las personas que están instaladas en ellas y se han preocupado, y ocupado, durante años de desvirtuarlas en beneficio propio.
 
Una buena forma de empezar a establecer esas diferencias pasa, en mi opinión, por no mezclar en el discurso realidades heterogéneas. Y establecer discriminaciones en función de la magnitud de los delitos cometidos, por mucho que todos ellos tengan, sin duda, una raíz similar. Por ejemplo, la reprobable trama de financiación ilegal del PP en Valencia, que quizá encabezará Rita Barberá en caso de que existiese, puede ser más o menos repugnante, pero no es ni mucho menos similar en el daño causado a las estructuras sociales que el vaciado sistemático de las viejas cajas de ahorros que constituían, más o menos, la mitad del sistema financiero español. Por mucho que ambos casos resulten inadmisible.
 
Así que nunca fue cierto que el PP pudiera hacer patente su decisión real de sumarse a la necesaria regeneración de la democracia si dejaba caer a Barberá. Era, eso sí, una pieza de caza mayor, pero relacionada con un asunto menor. El martirio de la Alcaldesa no borraba, ni de lejos, el pecado original del partido más corrupto que hemos conocido en los últimos cuarenta años. Y eso que parecían tenerlo difícil para superar los hitos prodigiosos marcados por aquel PSOE putrefacto que pilotaba Felipe González en sus últimos años en el poder.
 
Al contrario, la demolición de Barberá sólo habría sido una maniobra de distracción para alejar del ojo del huracán a los verdaderos responsables. O eso creen, y empiezan a contar en los medios de comunicación, muchos militantes del partido conservador que también están hartos de lo que pasa y piden para empezar que alguien cese de inmediato a Rafael Hernando. Ya saben, por alguna parte hay que empezar a cortar.
 
 
 
 
 

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