Shirley Collins rescata la esencia del folk en ‘Lodestar’

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Shirley Collins rescata la esencia del folk en ‘Lodestar’

Shirley Collins

A sus 81 años, la gran dama del folk británico publica un nuevo disco y se convierte en una de las artistas favoritas de la crítica de vanguardia. Sorprendente. Se pega un paseo por Pichtfork.com, ya saben, la verdadera biblia de la música de vanguardia, y tropieza con una crítica, más que elogiosa, que ensalza las virtudes de un disco que reivindica la esencia del folk británico más tradicional y ‘vintage’ que firma una señora de 81 años, llamada Shirley Collins, que llevaba sin entrar en un estudio de grabación desde 1978.
 
 
Así que este ‘Lodestar’, que así se llama el disco del que nos vamos a ocupar hoy es el primer trabajo que publica Collins en los últimos 38 años. Una colección de diez canciones, que se extiende a lo largo de 43 minutos de música venerable y llena de pureza, que la veterana interprete y folklorista interpreta con tanta naturalidad como si lo hiciera desde el jardín el salón de su casa.
 
 
Aunque puede que suene así porque eso es justamente lo que ha pasado, la anciana dama ha trabajado con un pequeño grupo de músicos jóvenes admiradores, que se han trasladado hasta la morada de la cantante para que ella pudiera encontrarse lo más cómoda posible y a la vez, conseguir que la grabación evocara ese sonido doméstico que tanto beneficia a esas viejas canciones que han pasado de generación en generación.
 

 
A decir verdad, sin embargo, este era un disco del que ya se hablaba hace al menos un par de años. En concreto, desde que a principios de 2014, Collins volviera a actuar en directo gracias a la amable presión que ejerció sobre ella David Tibet, líder del grupo de ‘folk industrial’ Current 93. Un fan irreductible al desaliento que llevaba tiempo intentando que Shirley se decidiera a hacerlo.
 
 
No era el único. El culto a Collins ha tenido muchos acólitos durante sus largo años de silencio. En la crítica de Pitchfork se menciona a un par de ellos, Billy Brag y Will Oldahm, pero incluso hay jóvenes cantautoras ‘indies’ como Angel Olsen, que han reivindicado más de una vez a esta intrépida folklorista, que perdió la voz poco después de divorciarse de Ashley Hutching, otro notable músico de los setenta que lideraba en la época la Albion Country Band.
 
 
De hecho, Collins fue una referencia también en aquellos tiempos lejanos en los que llegaron a las listas de ventas mundiales unas cuantas bandas y solistas que electrificaron y modernizaron la música folk británica, como Pentagle, Fairport Convention, Steeleye Span o Sandy Denny, Collins era más que venerada por todos ellos y por otros más imaginativos y heterodoxos como la inolvidable Incredible String Band.
 

 
No era, ni mucho menos la que más discos vendía. Pero, a cambio, sí era la más respetada. Consiguió sus galones sobre el terreno. Con el trabajo de campo. Con la recogida de esas grabaciones en las que las artistas más ancianas de los lugares de referencia entonaban las auténticas joyas de la música tradicional anglosajona, de las que han bebido unas cuantas generaciones de artistas de vanguardia. Incluidos las luminarias más recientes del folk industrial.
 
 
Collins, además, aprendió el oficio de la mano del más grande. Ella acompañó a Alan Lomax, ese folklorista mítico que también recorrió los pueblos españolas en busca de joyas de la tradición oral. Juntos protagonizaron un famoso periplo por EEUU en el que recogieron buena parte de los temas que los hermanos Joel y Etan Cohen incluirían en su película ‘O Brother Where Art Thou…’. Un filme que muchos consideran el punto de partida de ese ‘revival’ de la música vintage que vivimos ahora.
 
 
Y, permítanme copiar esta idea a los críticos de Pitchfork, ahora es la propia Collins la fuente, de modo que el repertorio de este ‘Lodestar’, es también un excepcional documento de los temas que ella misma ha querido salvar del olvido en primer lugar. Por su singularidad rítmica, sus letras imaginativas y su temática, siempre cerca de los borrosos límites entre el humor negro y los dramas vitales, en la que se filtra la sombra de la muerte, como conclusión absurda de la celebración de la vida.
 
 
Para que su testimonio haya sonado fresco, cercano y auténtico Collins ha contado con la ayuda de tres músicos que conocen bien el estilo y están al tanto de las últimas innovaciones digitales. Ian Kearey, ex de la Oysterband, que, además ha ejercido de coproductor, más Ossiah Brown y Stephen Throwner de Cyclobe. Ellos se han encargado de que la ‘profesora’ se encontrara cómoda y de respetar sus deseos en cuanto a la instrumentación y el acabado final de las canciones.
 
 
Los arreglos son crudos y austeros, pero de gran elegancia y llenos de matices, como sucede, por ejemplo, en ‘Death And The Lady’, tema de título más que revelador que se ha convertido en mi canción favorita del disco, por el momento. Unos lechos instrumentales, a veces solemnes y a veces ligeros, sobre los que la recobrada voz de Collins, enronquecida por el tiempo, pero llena de solera y calidad interpretativa, brilla muy especialmente.
 
 
La columna vertebral de las instrumentaciones descansa sobre un esqueleto de instrumentos de cuerda, forjado a fuego lento con una interesante mezcla de guitarras, mandolinas y violines, a los que se une algún que otro colchón convenientemente situado en fabricado con los sonidos dulces y profundos que se han extraído de algún órgano de tubos. Quizá por medio de muestreos sonoros tomados en alguna iglesia de la campiña.
 
 
Y, luego, por supuesto, no falta ‘el instrumento’, esa mezcla de dulcimer y banjo de cinco cuerdas que Collins, y algún que otro conocido suyo, solía tocar en sus viejas grabaciones de las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo. Todo muy adecuado para envolver con gusto y contención esta colección de canciones intemporales en la que podemos encontrar desde temas compuestos en el siglo XVI, el más antiguo, a otros, los más modernos que datan, más o menos, de 1950.
 
 
Es un material muy bello. Pero su disfrute requiere mucha atención, porque sus matices, las tensiones ocultas y las recompensas estéticas que este curioso disco puede proporcionar no se revelan inmediatamente. Hacen falta unas cuantas escuchas. Pero merece la pena, de verdad. Inténtenlo. Y, ya puestos, una vez terminada la escucha de este ‘Lodestar’, lo mismo les venía bien darse un garbeo por la discografía de Eliseo Parra. Ese extraordinario músico español, al que convendría revisar en profundidad, como mínimo una vez al año. Por aquello de saber de dónde venimos. Y también a dónde vamos.

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