Michael Kiwanuka conquista la corona del soul con ‘Love & Hate’

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Michael Kiwanuka conquista la corona del soul con ‘Love & Hate’

Michael Kiwanuka

El artista británico avanza hacia el estrellato global con el apoyo de Adele gracias a un majestuoso segundo álbum. Si aún no han oído ‘Love & Hate’, el nuevo disco de Michael Kiwanuka del que vamos a ocuparnos hoy en este espacio, no se preocupen. Todo parece indicar que no les será difícil vivir la experiencia en las próximas semanas. Al fin y al cabo, se trata de uno de esos álbumes, pensados para marcar época, acumular alabanzas de la crítica y desatar el fervor de un público entre entregado y cautivo.
 
Y, a pesar del ‘tufillo’ a hit global prefabricado que podría desprender esta pieza de orfebrería industrial, forjada en las cadenas de montaje sonoro más sofisticadas y de la clara intención comercial de sus fabricantes, Kiwanuka incluido, por supuesto, hay muy buena materia prima en un trabajo en el que se han puesto pasión, cuidado y conocimientos suficientes para presentar esa solicitud a la posteridad que cualquier artista desea conseguir.
 
Pero, en mi opinión, lo mismo que sucede con otra gran estrella ‘multivendedora’ de estos tiempos musicalmente revueltos, esa extraordinaria cantante llamada Adele, de momento, el cielo tendrá que esperar. Aunque quizá ni al uno ni a la otra les falte demasiado tiempo para llegar a lo más alto, a esa cima creativa que, por el momento, se les resiste.
 

 
Kiwanuka es un buen cantante y aún mejor guitarrista con intuición para las melodías y la lección bien aprendida. Da la impresión de conocerse al dedillo todos los trucos de los grandes artistas a quienes parece admirar. Esos clásicos del ‘soul’ de los sesenta y lo sesenta, desde Marvin Gaye a Isaac Hayes o a Bill Withers, y de haber sido capaz de recorrer sin mapas hasta el último rincón de esos cancioneros que tanto ama.
 
Además, el artista británico suma a esos probables conocimientos enciclopédicos una buena dosis de humildad y modestia que siempre es necesaria para plantearse abordar retos complicados. Quizá por eso ha buscado la colaboración de tres productores de lujo cada uno con características bien diferenciadas, para que le ayudaran en el proceso de grabación y hasta le echaran una mano a la hora de componer las canciones.


 
Y así la nómina de colaboradores se abre con estos nombres insignes. Está Brian Burton, más conocido como Danger Mouse, cuya experiencia y el éxito contrastado de sus trabajos tras la mesa de mezclas le convierte un valor añadido seguro para cualquier gran operación comercial que alguien se plantee en los baqueteados ámbitos de la industria musical.
 
El tándem Mouse-Kiwanuka se ha reforzado, además, con otros dos profesionales expertos, el dj Dean Josiah Cover, cuyo nombre artístico es INFLO, que aporta el punto ‘moderno’ al conjunto y también el multiinstrumentista Paul Butler, líder de The Bees y responsable del sonido de ‘Home Again’, el primer álbum de este imparable proyecto de estrella que sirvió para abrir todas las puertas del éxito al cantante, hace ahora más o menos cuatro años.
 
Como se ve un trío bien integrado. Tanto que todos ellos figuran como productores en esta obra de dimensiones monumentales e intención desmesurada, que se extiende a lo largo de 54 minutos de música, repartidos en sólo diez canciones. Un conjunto en el que, además, resulta complicado establecer diferencias que den pistas sobre quién ha llevado la voz cantante a la hora de grabar tal o cual tema.
 
Kiwanuka y sus secuaces han tenido también un presupuesto casi ilimitado. Para hacer un disco como los de antes, lejos del tipo de instrumentación electrónica del r&b contemporáneo y de los ‘sampleos’ indiscriminados que complican hasta el infinito las listas de compositores de las canciones. Este es un álbum de vocación analógica con un buen montón de músicos, fondos orquestales masivos y un coro de voces potente para redondear la guarnición.
 
Y por si esto fuera poco, el álbum tiene un inicio espectacular. Un primer cuarto de hora poderoso y de alta calidad que nos sitúa en la estratosfera, gracias a los soberbios diez minutos de un primer tema llamado ‘Cold Little Heart’, cocinado según los cánones de la vieja receta del ‘soul’ más caliente de las producciones sesenteras de Stax Records, y a la siguiente canción ‘Black Man In A White World’, mi tema favorito hasta el momento, que es un single devastador con un endiablado ritmo de fondo.
 
Pero la apuesta ha sido demasiado alta quizá. Y, a pesar de la calidad innegable, de la ambientación cuidada y el equilibrio conseguido entre ese aire retro y ‘vintage’ que lo impregna todo y el sonido modernizado de una producción impecable que nos sitúa en pleno siglo XXI. De repente, algo falla. Algo falta o algo sobra, en un álbum que, quizá, con unos cuantos minutos menos hubiera resultado mejor, en mi opinión.
 
El exceso de confusión sentimental y el abuso de la épica de los corazones rotos presente en la mayoría de los textos, casi monotemáticos, no ayuda demasiado al conjunto. En un momento en el que los grandes letristas abundan, quizá a Kiwanuka no le vendría mal una ayuda en este sentido. Porque hasta para hacer canciones de desamor resulta imprescindible un poquito de ‘oficio’.
 
También los largos desarrollos instrumentales de los que hemos hablado, la ostentación y la ampulosidad de algunos arreglos, se convierte en un problema, cuando los responsables de las orquestaciones no aciertan a crear el ambiente requerido. Sobra azúcar en algunos momentos que requerirían, en mi opinión, algún toque de ‘cacao’ amargo para que la mezcla no resultara empalagosa.
 
Así que, afortunadamente para él, Michael Kiwanuka todavía tiene mucho margen para la mejora. Aunque eso no signifique que probablemente el chaparrón de premios, menciones y parabienes que va a caer sobre este ‘Love & Hate’, no resulte merecido. ¡Ojalá toda la música comercial fuera como esta!

Sobre todo, y perdónenme la salida de tono, la que fabrican periódicamente los confundidos primeros espadas del pop español que se mantienen de espaldas a su tradición y sumergidos en la zafiedad más absoluta. O eso me parece a mí que, por supuesto, lo mismo no llevo razón.

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