El efecto cero

Sistema financiero

El efecto cero

Josep Lladós

Si los tipos de interés cero llegaron para quedarse una larga temporada, el sector financiero no acabará siendo el mismo. Aunque parezcan buenas noticias para los más endeudados, que un banco central se vea obligado a dirigir el precio oficial del dinero hacia un valor cercano a cero es un síntoma evidente de que algo no marcha muy bien en una economía.

¡Sigue las pistas! nos diría Sherlock Holmes. Analiza cuáles son las causas que han conducido al hecho que investigamos y sus consecuencias previsibles. Generalmente, el principal indicio de una economía con tasas de interés cero es el temor a una caída general de precios, otro fenómeno aparentemente beneficioso pero de efectos económicos venenosos. En el escenario europeo, no percibimos riesgo alguno de deflación. Más bien la política monetaria laxa se corresponde con la incapacidad del policy mix para impulsar un crecimiento económico sostenible en un entorno que continua percibiéndose inestable.

Esta ausencia de confianza en el futuro limita las inversiones y, aunque la financiación crediticia aparentemente esté disponible a bajo precio, muchas decisiones se posponen. Es lo que se conoce como la trampa de la liquidez: por mucho dinero que haya disponible en la economía, no fluye hacia la inversión productiva de más riesgo. Éste es uno de los principales argumentos a favor de la expansión fiscal en caso de estancamiento económico. Pero cuando los niveles de deuda pública ya son elevados, los responsables políticos son muy reticentes a expandir el gasto público. Por lo tanto, más presión al ámbito monetario. Por una vez, y sin que sirva de precedente, un intervencionismo monetario tan agresivo y poco convencional que lleva a los responsables de bancos centrales a desear la llegada de más inflación. Pero como las expectativas de inversión no mejoran, por mucho empeño que pongan, la distancia entre ahorros e inversiones se amplía y la presión bajista sobre los tipos de interés se mantiene.

Peor aún, el sistema financiero no está diseñado en absoluto para vivir con tipos de interés cercanos a cero. Como más dure el episodio, peores serán sus efectos. Lo preocupante es que los antecedentes históricos nos recuerdan que cuando los tipos de interés alcanzan niveles mínimos, les cuesta mucho tiempo superarlos.

Pese a que la llave del negocio bancario es adquirir dinero a bajo coste para prestarlo más caro, que el banco central ofrezca financiación a coste nulo e incluso penalice con interés negativo los depósitos de las entidades financieras, no hace más que dificultar las rentabilidad bancaria. Por un lado, porque el descenso de intereses también alcanza al mercado interbancario, de modo que cuando financian a sus colegas obtienen a cambio unos ingresos muy exiguos. Por el otro, porque difícilmente captarán ahorro familiar y empresarial ofreciendo remuneraciones muy escasas, lo que impide el descenso de costes. Y cómo la competencia es feroz, tampoco tienen mucho margen disponible para encarecer sus créditos Además, cómo el grueso de su actividad es un negocio hipotecario poco dado a repetir las alegrías de antaño y mayoritariamente vinculado a la evolución del interbancario, huelga decir por dónde van los tiros. Y cómo la atonía persiste en el tiempo y los mercados no vislumbran la luz de salida del túnel, la curva de interés se aplana y los tipos a largo apenas difieren de los tipos a corto, de manera que los créditos a largo plazo poco solucionan pues difícilmente ofrecen remuneraciones muy generosas.

Por si fuera poco, como el intervencionismo monetario también ha alcanzado la compra de deuda soberana, su remuneración también se ha visto afectada. Ante unas exigencias de coeficientes obligatorios más duras, muchos bancos optaron por invertir sus excedentes en deuda pública, dada su elevada liquidez. Ahora, atrapados están en activos poco productivos.

Peor aún es el caso de las entidades de seguro que se ven forzadas a gestionar su riesgo con inversiones mayoritariamente realizadas en una renta fija que ofrece una rentabilidad mínima. El cálculo actuarial palidece cuando los rendimientos del ahorro son casi inexistentes. No son las pólizas las que cubren los riesgos sino el rendimiento obtenido con la inversión de las cuotas de los asegurados. Cualquier contingencia imprevista tiene ahora más visos de generar un problema serio.

Aumentos de primas de seguro, aparición de comisiones bancarias por doquier e intentos de diversificación de negocio son indicios de estrategias para mantener la rentabilidad del negocio. Si el diseño de la política económica buscaba rescatar un frágil sistema financiero, el efecto cero amenaza con abrir alguna grieta más en sus cimientos.

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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