Deconstruyendo el Brexit

Brexit

Deconstruyendo el Brexit

Josep Lladós

Las percepciones más que los argumentos racionales pueden acabar decidiendo el sentido del referéndum. Ya se sabe que cuando en el debate político afloran más la testosterona y la demagogia que las razones, a veces las consecuencias pueden llegar a ser desastrosas y lamentables. Ojalá la familia de la malograda Joe Cox pueda superar algún día su tragedia.

Llegamos a la semana decisiva del referéndum británico y las presiones sobre los votantes se han acrecentado con la llegada de nuevos informes que ponderan las ventajas e inconvenientes del posible Brexit. Organismos internacionales y centros de investigación mayoritariamente vaticinan un impacto desfavorable para la economía que abandone la UE.

Existe un amplio consenso sobre las causas del perjuicio. Los costes se sustentan principalmente en los efectos derivados de la pérdida de libre acceso a un mercado de grandes dimensiones y de acuerdos comerciales con acceso preferente a numerosos mercados no comunitarios, no sólo en el ámbito de los productos sino también en muchos servicios. Y aunque unilateralmente se adoptaran medidas de plena liberalización comercial y se renegociaran cada uno de los tratados bilaterales, el proceso consumiría tiempo.

La incidencia todavía podría ser más relevante el mundo de las finanzas, a causa de la prima de riesgo derivada de la mayor incertidumbre de los mercados, la posible menor afluencia de inversiones e inmigración y la pérdida de peso financiero de la City. Ciertamente, aunque todos estos efectos ser temporales los costes de transición probablemente sean apreciables

Cabe preguntarse pues en qué se fundamenta un apoyo a la salida de la UE que hasta el momento capta el apoyo mayoritario de los votantes conservadores, los menos pudientes, las regiones desindustrializadas y la población de más edad. Esencialmente, en la percepción de que el matrimonio no compensa. El desenlace del juego probablemente dependerá pues de cómo se perciba la situación actual en relación con los potenciales costes y ventajas del divorcio.

Parte del Reino Unido siente que sus males proceden del trato injusto de sus socios, aunque en realidad la contribución que realiza cada habitante de las islas es inferior al de Alemania, Holanda, Dinamarca, Austria, Suecia e incluso Irlanda. Achancan además sus perjuicios al comportamiento invasivo de sus vecinos, de modo que muchos ancianos y desvalidos ansían recuperar la soberanía concedida. Ciertamente, cuando un país se incorpora a un acuerdo de integración cede parte de su autonomía en política económica. Y a cada paso que profundiza la integración se pierde una pieza más de soberanía por el camino y el margen para actuar discrecionalmente es cada vez menor.

Lo hemos visto de primera mano con la accidentada y discutida gestión de la crisis financiera en la Eurozona. Pero el caso del Reino Unido es distinto, pues ha podido gestionar todo el reciente ciclo económico con moneda y banco central propios y mayor autonomía fiscal. Las autoridades monetarias británicas reaccionaron rápidamente al estallido de la crisis con un descenso muy acelerado del tipo de interés, que permanece en el 0,50% desde hace ya siete años. Y doblegaron el impacto negativo de la crisis sobre el mercado de trabajo con una fuerte expansión monetaria y fiscal que condujo a un mayor endeudamiento, sin que la calificación de la deuda pública se resintiera, la prima de riesgo se agitara o la libra esterlina sufriera una severa depreciación. Y, aunque la presión impositiva también aumentó, ha podido gestionar la recesión con mayor libertad que sus vecinos.

Hoy los problemas principales de la economía británica son de competitividad exterior, productividad y cohesión social. Le cuesta ganar cuota de mercado internacional y pese a ser una potencia energética padece un déficit exterior considerable. La alegría no es la misma en el norte inglés, Gales o el sur de Escocia que en el Greater London o en algunas prósperas regiones meridionales ni tampoco entre grupos sociales. Es una de las economías europeas con más dispersión salarial y mayor brecha entre salario y renta percibida tras la jubilación.

No todo se justifica pues con la falta de plena autonomía económica ni tampoco parecería enmendarse tampoco con más proteccionismo comercial. Pero como de sensaciones y sensibilidades probablemente dependa el asunto, no es extraño ver aparecer el espectro de los mayores impuestos y el recorte de prestaciones al final de campaña. La política llega a veces al corazón pasando por el bolsillo…

*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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