Un PSOE desesperado intenta salvarse noqueando a Pablo Iglesias

Detrás de la cortina

Un PSOE desesperado intenta salvarse noqueando a Pablo Iglesias

Los socialistas recurren al juego sucio de las descalificaciones contra el candidato a la presidencia de Unidos Podemos para intentar frenar su inevitable caída. Aferrados a los esquemas que la vieja dirigencia socialista utilizó en el pasado, los actuales dirigentes del PSOE se han empeñado en convertir al candidato a la presidencia del Gobierno de Unidos Podemos, un tal Pablo Iglesias en el nuevo Julio Anguita. El político cordobés soportó una presión intensísima de las poderosas terminales mediáticas afines al ‘felipismo’, el grupo Prisa, fundamentalmente y fue caricaturizado, vilipendiado y vapuleado a conciencia, en un episodio vergonzante con el que la izquierda moderada cerró su tiempo de hegemonía en la política española el pasado siglo XX con mucha más pena que gloria, desde luego.

El PSOE basó entonces su estrategia defensiva para evitar una fuga de votos hacia IU, que empezaba a parecer imparable, en acusar a Anguita, de haberse aliado con José María Aznar, entonces la gran esperanza blanca de los conservadores hispanos, para fraguar la ‘pinza’, supuesta alianza ‘contranatura’ entre una extrema izquierda frustrada por su incapacidad de crecer en votos y escaños y una derecha que tampoco encontraba la fórmula correcta para recuperar el poder. Porque ni unos ni otros sabían cómo derrotar al entonces invencible Felipe González.

Y, sin embargo, el resultado de aquel juego sucio no fue el esperado. Los disparos de trazo grueso contra Anguita no evitaron entonces la derrota de un PSOE tan tocado por la corrupción que, simplemente, no podía seguir de ninguna manera ostentando el poder. Y lo perdió, por supuesto. Porque, como sucede ahora con Pablo Iglesias, el problema que entonces tenía el PSOE no era el político cordobés, ni mucho menos.

El problea era el constante goteo de noticias que demostraban un día sí y otro también que el partido, aparentemente, había engendrado en su seno una ‘casta’ mafiosa de la peor calaña posible que actuaba con total impunidad en una estructura tan descontrolada que hasta podía darse el caso, y se dio, de que una revista ‘sensacionalista’ publicara unas fotos de un altísimo responsable policial disfrutando de lo que parecía ser una orgía con chicas ligeras de ropa y un polvo blanco desparramado por las mesas que, a lo mejor, no era talco, ni repelente de mosquitos.

Así que los socialistas se hundieron, claro. Y, además, cuando el PSOE se desplomó lo hizo de la peor manera posible. Al haber conseguido que se le identificase como la única izquierda capaz de gobernar en la práctica gracias a los poderosos resortes que puso en marcha, su caída fue una debacle total para la propia idea de la socialdemocracia como alternativa. El PP de Aznar triunfó sobre la tierra que el ‘felipismo’ había quemado. Un territorio, por cierto, que parece haber quedado baldío para siempre, como demuestra la lenta e implacable agonía que el antaño triunfante PSOE ha vivido desde entonces.

De hecho, el fugaz e inesperado regreso a las alturas del partido en los tiempos deJosé Luis Rodríguez Zapatero, sólo se produjo por los deméritos de la gran formación conservadora que también cayó entonces, sobre todo, por una sucesión de errores estratégicos y mentiras institucionales con las que intentaron evitar que la tragedia del 11M se los llevara por delante.

Pero el sucesor de González, tras llegar a La Moncloa, no demostró la habilidad necesaria para abrir una nueva etapa de esplendor que hubiera alejado a la socialdemocracia española de las sombras del pasado. Es cierto que, con él, el PSOE, excepto en algunas áreas de las que hablaremos luego, parecía haber dejado atrás la corrupción. Sin embargo, su adscripción absoluta a las políticas económicas neoliberales (“bajar impuestos es de izquierdas”), precipitaron la crisis de identidad actual del partido

Fue Zapatero, con su negativa a asumir la crisis económica que se le venía encima y su decidida apuesta por el ‘vasallaje’ frente a Angela Merkel para, supuestamente, evitar que España fuera rescatada, quién dio la puntilla a un partido que, además, como estamos comprobando ahora de la peor manera posible, ni siquiera había aprovechado de verdad los años pasados en la oposición para regenerarse. Mal asunto, por aquello de que el cartero llama siempre un ‘montón de veces’ y las hipotecas sin pagar han convertido el caso de los ‘eres’ en una fuente de debilidad política inasumible para un partido que se ha visto obligado a aferrarse a su relevancia en Andalucía para intentar sobrevivir.

Y ahora, en el peor momento posible, como siempre pasa, cuando parece haber surgido por fin una alternativa de izquierdas, o socialdemócrata, con credibilidad suficiente para que el segmento más joven de la población vuelva a creer en la acción política como una posible vía para mejorar la sociedad, los socialistas anquilosados y limitados por sus deudas sin pagar se ven golpeados por un nuevo revés judicial que puede llevar al banquillo de los acusados a Manuel Chaves y José Antonio Griñan, dos de sus líderes históricos y, además, volver a poner de manifiesto que, al parecer, el sistema utilizado por el PSOE para mantenerse en el poder en su feudo andaluz era el mantenimiento de una red clientelar de beneficiarios dudosos, engrasada y alimentada por el dinero público.

Un problema sin resolver, por lo visto, que también pone plomo en las alas de las aspiraciones de liderazgo nacional de la baronesa socialista andaluza Susana Díaz, lo que quizá sea la única buena noticia que ha recibido esta semana el actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

Y eso que las noticias del nuevo revés judicial sufrido por los socialistas no incorporan ningún elemento nuevo, por otra parte, ni tampoco diferente de esas otras que ‘retratan’ el sistema que posiblemente ha utilizado también durante años el PP para mantener sus feudos regionales, como Valencia, Galicia o la Comunidad de Madrid, o la propia e imperial CiU en Cataluña en los tiempos gloriosos de Jordi Pujol.

Pero que, en todos los casos, resulta feo, indefendible e inoportuno, además de ser uno de los principales elementos que facilitan la aparición y la supervivencia de las tramas corruptas de todos conocidas. Unos sindicatos de intereses que acaban resultando letales en todos los casos y que se encuentran también en el origen de la debacle final hacia la que se dirige sin remedio el bipartidismo español. Porque ese es el verdadero problema con el que no han sabido lidiar ni el PP ni el PSOE, dos formaciones políticas incapaces de regenerarse.

Así que bordea el patetismo, ese empeño de los dirigentes del PSOE del que hablábamos antes de convertir a Pablo Iglesias en el nuevo Julio Anguita. De someter al líder de Podemos a la tortura de las descalificaciones y los juicios de intenciones con un bombardeo constante de insinuaciones amasadas con ventajismo político y mala fe y distribuidas por los medios de comunicación y las redes sociales, con iniciativas con ese ‘hashtag’ (#LoQuePabloEsconde) que ha sido ‘trending topic’ últimamente. Sobre todo, porque la campaña contra Anguita no evitó lo que era inevitable y los socialistas fueron derrotados e iniciaron el camino hacia la irrelevancia por el que aún transitan por culpa de la incapacidad de aprender de los errores que han demostrado y demuestran.

Y, seguramente, ahora pasará lo mismo. Haya o no haya ‘sorpasso’, e incluso si en las próximas elecciones el PSOE consiguiera una victoria por la mínima, ya sea en votos o en escaños, ni los ataques descalificadores a Pablo Iglesias, ni los guiños cómplices a ese Iñigo Errejón, a quien ahora algunos estrategas socialistas quieren usar para dividir al enemigo, van a contribuir a que el socialismo recupere su viejo esplendor.

A diferencia de lo sucedido en los años duros y desérticos en los que Anguita intentó evitar que el virus de la corrupción infectará a toda la izquierda, ahora sí hay una alternativa. Ha llegado para quedarse y tiene su fuerza en la implantación mayoritaria que ya ha conseguido en los votantes más jóvenes. Justo a esos que, por una simple cuestión biológica, tienen la llave del futuro político español.

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