James Blake recupera el crédito perdido con ‘The Colour In Anything’

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James Blake recupera el crédito perdido con ‘The Colour In Anything’

James Blake , The Colour In Anything

El artista londinense publica su esperado tercer disco y vuelve a conseguir el respaldo de la crítica ‘moderna’. Debe ser difícil para un tipo de poco más de veinte años, acostumbrado a hacer música en la intimidad de su habitación, convertirse de repente en una superestrella global, con excelentes cifras de venta y el respaldo incondicional de los críticos de vanguardia. Algo parecido a despertar después de haber soñado con la gloria, convertido en el protagonista inesperado de un cuento de hadas.

Y ya se sabe también aquello de que más dura será la caída. Y de que, según se asciende hacia las alturas, lo normal es que la jauría de hienas de guardia, que espera nutrirse con los pedazos de la derrota del ídolo de turno, se empiece a reunir en silencio, dispuesta a hacer su trabajo, en cuanto el más inopinado resbalón posible de la víctima potencial se lo permita.

En los últimos meses todos los rumores y todas las señales que llegaban a los medios de comunicación y las redes sociales, desde los alrededores del ‘planeta’ James Blake, parecían indicar que la catástrofe estaba servida. Para empezar, el paciente y solitario orfebre electrónico capaz de convertir en música luminosa la melancolía, placida y apacible que le proporcionaba la niebla londinense, había decidido mudarse a California y disfrutar del sol de Los Angeles.

Antes, o durante o después, jamás lo he sabido a ciencia cierta, las redes sociales se habían llenado de noticias turbias relacionadas con un posible batacazo sentimental del chico sensible. Al final, se confirmó la ruptura y los ‘tabloides’ británicos dieron buena cuenta de la triste noticia. Blake se había quedado sin novia. Su idilio con Theresa Wayman, la guitarrista y cantante deWarpaint había terminado. Y no del todo bien, por lo visto.

Claro que el dolor y los desengaños amorosos son precisamente la materia nutricia de esos temas dolientes y tristones que han permitido a James llegar a la cima. O sea que esa noticia lo mismo no era tan mala del todo. Por lo menos, para la legión de fans femeninas que esta figura global ha acumulado en poco tiempo y que ahora volvían a tener la oportunidad de calentar el corazón helado de su ídolo.

Pero la historia no acaba de pintar bien. Al parecer, hace aproximadamente un año, James frenó la publicación de este mismo disco que acaba de salir ahora al mercado, porque no estaba del todo satisfecho con él. Y los malos augurios se adueñaron del panorama. Sobre todo, porque, como recuerdan en estos días las crónicas de algunos portales especializados, los adelantos de este trabajo que se habían dado a conocer en el inicio de las rondas promocionales habían recibido el veredicto negativo de los creadores de opinión habituales.

Pero los malos presagios, aparentemente, no se han cumplido. O eso podría deducirse del respaldo unánime con el que ha sido acogido finalmente, este ‘The Colour In Anything’, del que nos ocupamos hoy. El tercer disco del chico maravilla a cuya puerta llaman para pedir hora y colaboraciones todos los ídolos del nuevo R&B, desde Kanye West a Beyonce, y que representa la nueva encarnación de ese viejo ‘soul’ de ojos azules que antes ya contó con luminarias como Joe Cocker o Van Morrison.

Aunque Blake no sea precisamente un tipo duro de voz ronca y pasión desbordada como sus antecesores. Como corresponde a la estética dominante en estos tiempos, James es un recatado pelirrojo con pinta de empollón y estética contenida. Un chaval serio que lo pasa mal cuando se enamora y tiene la habilidad de contarlo y cantarlo con sensibilidad y muy buena mano para vestir musicalmente sus lamentos con la ayuda de la informática de última generación.

Lo cierto es que los aficionados a la música de James Blake no tendrán muchos motivos para quejarse de lo que el artista les ofrece en este disco. El álbum compensa con creces la ansiedad provocada por el presunto ‘apagón’ creativo que le mantuvo paralizado casi tres años.

Aquí podemos encontrar nada menos que una hora y 16 minutos de música doliente y etérea, con los elegantes arreglos electrónicos y la belleza vocal que caracterizan a su autor, repartidos entre 17 canciones, cuya longitud media supera los cuatro minutos y pico. Un auténtico atracón para las fauces más hambrientas, si se me permite la expresión bienintencionada.

Y a lo mejor un pequeño suplicio para los menos convencidos, entre los que me encuentro, que hubiéramos agradecido una dosis menor de medicina, porque a los que somos menos sibaritas, tanta dulzura puede llegar a empalagarnos en algún momento. Por mucho que no quede más remedio que reconocer la calidad musical de una propuesta que, desde luego, parece estar por encima de la media.

Los más conocedores de la obra de este joven aspirante a genio han apreciado una clara evolución en una música, que ya no sorprende como antes. Un cambio que relacionan, por ejemplo, con una inesperada lista de colaboradores de lujo que habrían inyectado vitaminas pop y un poquito de gracejo y cercanía en el conjunto final. Aunque sin que esa ‘contaminación’ afecte a las constantes vitales del estilo habitual de James.

Artistas invitados que, además, que provienen de mundos y generaciones dispares y teóricamente muy alejados de la estética de Blake. Están el veterano Rick Rubin que firma como coproductor de siete canciones, o las jóvenes estrellas Frank Ocean, que participa en la composición de dos, Justin Vernon, el único componente de los etéreos Bon Iver, que hace unos coros, y Connan Mockasin, que toca el bajo en algún tema.

Y no me mal interpreten, aquí hay materia para pasar unos cuantos buenos ratos, como, por ejemplo, la balada, casi clásica, ‘Love Me In Watever Way’, que es mi canción favorita del disco por el momento. Y otras cuantas perlitas más bastante fáciles de disfrutar. Eso sí. Por si acaso tomen la pócima en pequeña dosis no vaya a ser que, como me pasa a mí, en una sola sentada la experiencia completa les resulte agotadora. Advertidos quedan.

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