Pedro Poveda

Cine

Pedro Poveda

Diego Carcedo

El padre Poveda mantuvo hasta el último día de su vida la preocupación y desvelos por la enseñanza. Aunque no me gusta hablar de mi vida personal ni darle la murga a nadie recordándola, excepcionalmente quisiera empezar este comentario diciendo que nací muy cerca de Covadonga (Cangas de Onís) y que desde muy pequeño oía hablar con frecuencia de las noticias, a veces simples cotilleos de proximidad, que generaba la tan manoseada, mal utilizada a veces en beneficio de ideas excluyentes y no por eso menos cierta, cuna de lo que hoy es España. No soy patriotero ni especialmente religioso, pero desde entonces la imagen de Covadonga en todas sus múltiples interpretaciones sigue siendo una herencia de mis orígenes que conservo siempre con cariño e interés.

Naturalmente, ya de mayor ha sido la historia del Santuario y el comienzo de la Reconquista, incluidas las múltiples leyendas que se han creado en su entorno, lo que más curiosidad me ha despertado. Tuve la suerte, además, de gozar de la amistad de algún abad inolvidable, como don Emiliano de la Huerga, o del actual, don Juan Tuñón, persona de gran nivel intelectual e historiador insigne, con quien las horas de conversación siempre se vuelven cortas. Pero además de la Historia, de la riqueza del paisaje y del atractivo religioso, en Covadonga hay más.

Durante mi infancia, en las conversaciones de vecindad sobre el Santuario, la Virgen, sus diferentes capas repletas de pedrería, el recuerdo imborrable del robo de la corona o las dolorosas ofrendas que originaban frecuentes regueros de sangre de los devotos que subían de rodillas las escaleras de la Cueva, surgían con frecuencia alusiones a las mujeres de la Institución Teresiana que tenían allí – y siguen teniendo – la sede fundacional de la organización. Eran apreciadas y admiradas en su dedicación. Nunca escuché crítica alguna o comentario negativo sobre ellas ni sobre la función que desempeñaban. Mi madre, que no era beata, era amiga de alguna y sentía por ellas admiración.

Algunas veces se mencionaba, lo recuerdo como si fuese hoy, a su fundador, el sacerdote Pedro Poveda, quien además de la fundación de la orden – seglar y todavía con gran pujanza –, había dejado en la comarca un recuerdo excelente de su bondad, de su caridad y, lo que era más valorado, de su inquietud por la formación de los niños y jóvenes. Eran tiempos duros en aquella comarca de Asturias, las escuelas rurales eran escasas y estaban mal dotadas y, según recordaban los mayores, el padre Poveda renunciaba a menudo del boato de su condición de canónigo para implicarse en el estímulo de la enseñanza y la educación. Era un pedagogo vocacional, escuché pasado el tiempo a un anciano que le había conocido.

Aquellos recuerdos, enmascarados en mi memoria con otros que me ha tocado vivir en diferentes lugares del mundo, me vinieron todos de pronto a la mente cuando en un cine céntrico de Madrid vi un cartelón con el retrato de un cura joven y, debajo anunciada una película titulada “Poveda”. ¿Será el mismo cuyo recuerdo pervive en Covadonga, eclipsado a menudo por todo cuanto allí se ofrece al visitante, sea devoto o simple turista?, me pregunté. Para salir de dudas, una tarde me pudo la curiosidad, escapé temprano del despacho y fui a verla.

Efectivamente, era el padre Poveda que pasó hace muchas decenas de años por Covadonga dejando detrás una obra importante y un recuerdo imborrable. (Por cierto, los detalles de aquella etapa que refleja la película me parecieron escasos y poco representativos de la belleza del lugar). En resumen no diría que es una película predestinada a ser premiada con un Oscar, pero merece la pena: no va de beatería trasnochada ni se trata sólo de una apología de su protagonista. No soy crítico de cine y no me siento capacitado para hacer juicios de valor sobre vestuario, maquillaje, guion o interpretación y dirección que me parecieron correctos. Pero si presté especial atención al mensaje que transmite.

Es un mensaje de una gran humanidad, de una envidiable tolerancia con los que piensan distinto, y de valentía frente a los que veían en la inquietud social del padre Poveda, futuro santo, un peligro para su estatus privilegiado, de aire cortijero andaluz a veces, incluidos algunos colegas de sacerdocio que se sentían mejor cumpliendo su misión evangélica con las familias acomodadas de Granada que mitigando la miseria de los desamparados que vivían en las cuevas de Guadix. El padre Poveda por lo que transmite la película dejó un mensaje de defensa de la igualdad que tantos años después sigue siendo válido.

Mantuvo hasta el último día de su vida la preocupación y desvelos por la enseñanza consciente de que la suerte de las futuras generaciones dependía de la educación que se les proporcionase. Alguien le acusó de estar en contra de la Institución Libre de Enseñanza, pero en mi opinión, no se refleja. El defendía la enseñanza religiosa y partiendo de esa idea creó la Institución Teresiana. Si cometió errores y equivocaciones, en la película no se reflejan. Pero en cualquier caso, ningún error que se le pueda atribuir y ninguna objeción que se pueda hacer a su labor, justificaría su vil asesinato en aquellos días trágicos de 1936, en que el sectarismo de dos bandos en conflicto no reparaba en vidas humanas.

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