‘Blackstar’: la industria recibe la última lección magistral de David Bowie

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‘Blackstar’: la industria recibe la última lección magistral de David Bowie

David Bowie, ‘Blackstar’

El artista de las mil caras deja un legado de grandes canciones que supo convertir en un negocio cultural de alta rentabilidad. Ya se que no esta bien. No procede hablar de dinero en un entierro. Simplemente es de mal tono, darse al materialismo vil en esos momentos luctuosos en los que la tristeza nos invade. Además, se supone que en este espacio lo que se les ofrece una vez a la semana es otra cosa. La crítica, o algo parecido, de alguna novedad discográfica. Y, sin embargo, en momentos excepcionales como el que vivimos, no queda más remedio que romper las reglas.

Lo cierto es que desde que el pasado viernes 8 de enero, el día en que se produjo el lanzamiento de ‘Blackstar’, el último álbum de David Bowie, fallecido de cáncer de hígado sólo dos días después, eso es justamente lo que pasa, que todos nosotros, el mundo en general, estamos asistiendo a un sepelio global, en el que se rinde un merecido homenaje a un artista único.

Alguien que tocó la genialidad en muchos momentos, proporcionó horas y horas de entretenimiento a su público, le hizo pensar, traspaso los límites una y otra vez e inventó sus propios marcos de referencia en cada momento. Simplemente, un tipo imprescindible, sin cuya obra es imposible entender el impacto alcanzado por la música ‘pop’ en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI.

Pero, me temo que en este caso, las alabanzas quedarían incompletas sin abordar la otra cara del personaje. Igualmente memorable, en cualquier caso. Porque el gran David Bowie fue también a lo largo de toda su trayectoria un extraordinario hombre de negocios. Un tipo capaz de seguir siempre con acierto la pista de la pasta que poseía un olfato especial para rentabilizar sus productos en contextos cambiantes.

Además, sus recetas, que combinaban la música, la moda, el arte, y todo aquello que se mueve alrededor de los fenómenos de masas, no sólo le funcionaron a él. También sirvieron para sacar del ‘hoyo’ a alguno de sus protegidos. Otros grandes artistas, como Lou Reed e Iggy Pop, que sin sus servicios, quizá se hubiera mantenido por siempre en la total irrelevancia comercial.

Y ese también era Bowie. El aventurero de las finanzas que se atrevió a emitir deuda colateralizada con el aval de los futuros derechos de autor de sus canciones. Un tipo de bonos que abrirían el camino a otras inversiones de alto riesgo que se harían luego populares en Wall Street, como las famosas ‘hipotecas basura’ que causaron la crisis global.

Porque hasta en sus momentos más bajos, cuando la calidad de sus canciones, siempre por encima de la media en cualquier caso, no alcanzaba la excelencia de sus mejores disparos, Bowie sabía sacar petróleo de su catálogo, por medio de recopilaciones acertadas, biografías, documentales, exposiciones en museos, o retornos inesperados tras silencios, más o menos, prolongados.

Eso sí, a diferencia de muchos de sus imitadores, Bowie jamás descuidaba la materia prima. De hecho, por encima de todo era un excelente compositor de canciones pop, cuya forma de fabricar las melodías, en mi opinión, se relaciona más con el estilo clásico de un Burt Barcharach, que con los artistas de vanguardia con los que suele relacionársele.

Otra cosa eran los arreglos, las vestimentas y los envoltorios. Ahí sí que arriesgaba y pisaba el acelerador a fondo en busca de las últimas tendencias. Por eso, era capaz de copiarlo todo y de que, sin embargo, sonara único y personal siempre, casi como si el hubiera sido el verdadero inventor. Algo que no han conseguido nunca sus múltiples imitadores, aunque los haya tan avispados como la mismísima Madonna.

Así que Bowie sabia preparar el producto, decidir el ‘merchandising’, y rodearse de los equipos musicales adecuados para que todo sonara a la última. Ya conocen el listado: productores como Tony Visconti, que también le ha acompañado en este último capítulo; guitarristas como Mick Ronson, Carlos Alomar, Earl Slick, Robert Fripp, Adrian Belew, Nile Rodgers, Stevie Ray Vaughan o Peter Frampton, y músicos de vanguardia como Maria Schneider o Brian Eno.

Todos dispuestos siempre a aportar su máxima vitalidad creativa para contribuir a la gloria de su mentor y amigo. Que sí, que tal vez se aprovecho de ellos, pero que también les permitió alcanzar la gloria gracias a estas colaboraciones. Lo mismo que sucederá ahora con los magníficos músicos, casi desconocidos, que han acompañado al maestro en este ‘Blackstar’ que ya es, desgraciadamente su última aventura.

Ya saben, se trata del saxofonista Donny McCaslin y su grupo, un combo sólido y potente, formado por el batería Mark Guiliana, el bajista Tim Lefebvre y el teclista Jason Lindner. A quienes se han unido en este caso, el guitarrista Ben Monder y James Murphy de LCD SoundSystem a la percusión.

Por eso, a pesar de que resulte bastante improbable que, en este caso, lo que está sucediendo responda a un plan perfectamente diseñado por el visionario artista y su equipo, lo cierto es que podemos tener prácticamente la certeza de que a él le hubiera gustado bastante si pudiera verlo. Porque lo cierto es que su último lanzamiento discográfico, ha sido también la última lección magistral que Bowie le ha dado a la gran industria del espectáculo.

Tras su inesperado fallecimiento, y gracias al secreto absoluto en que el artista y su equipo lograron mantener alrededor de su enfemedad, las ventas de su obra baten récords, las de su última recopilación, las de este disco del que nos ocupamos hoy y las de todo su catálogo. También las de las entradas de ‘Lazarus’, el musical basado en ‘The Man Who Fell to Earth’, la película de una novela de Walter Travis que Nicolas Roeg llevó a la pantalla con el propio Bowie como protagonista.

Y en fin, que con sus últimas fuerzas, el maestro nos ha regalado otros 41 minutos de música, repartidos en siete canciones. Y sí, quizá este ‘Blackstar’ no sea su mejor disco, pero es bastante bueno, la verdad. Y más allá del nudo en la garganta permanente al que nos enfrentamos con cada escucha, aquí hay temas excelentes como ‘Dollar Days’, mi favorito, por el momento, o esa joya llamada‘I Can´t Give Everything Away’, que se beneficia de un magnífico sólo de guitarra.

También vuelan muy alto, en mi opinión, la propia ‘Blackstar’, esa larga suite que da título al álbum y el estremecedor ‘Lazarus’, compuesto para el musical del que hablábamos antes, y cuyo impactante vídeo puede considerarse casi un epitafio audiovisual del artista. Y las otras tres canciones que quedan tampoco desmerecen. Así que ustedes mismos. Pero, según yo lo veo, Bowie se ha despedido a lo grande. En todos los sentidos.

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