‘Nathaniel Rateliff & The Night Sweats’ reviven el soul de ojos azules

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‘Nathaniel Rateliff & The Night Sweats’ reviven el soul de ojos azules

‘Nathaniel Rateliff & The Night Sweats’

El músico de Missouri se alínea con una banda sólida y solvente para situarse como discípulo aventajado de Van Morrison y Stevie Winwood Hay músicas que permanecen en la dieta sonora de la afición con independencia de las modas dominantes o los fenómenos comerciales que alimenten la programación de las radio-fórmulas en cada momento. Más aún, alguno de estos estilos perennes, incluso se convierten muchas veces en la raíz sobre la que se levantan los éxitos de la más rabiosa actualidad coyuntural.

Ese podría ser el caso del viejo y siempre convincente ‘soul’ sudoroso. Incluida su añeja versión blanca, también conocida como de ‘ojos azules’. Un estilo que nunca dejó de estar presente en nuestras oraciones y que, además, en España cuenta con una nutrida y aguerrida parroquia siempre dispuesta a asistir a los conciertos de la figuras internacionales y nacionales del género que se dejan caer por aquí.

Una afición que, desde luego, también tiene sus propios sumos sacerdotes, como el siempre omnipresente Van Morrison, sus deidades menores, como el muy gran Stevie Wonder y que guarda un sitio de honor en el santoral para aquella jovencita de voz esplendorosa llamada Amy Winehouse que no hace tanto rescató el genero de la catacumba y lo devolvió a la cima.

A día de hoy hasta puede encontrarse su rastro en el último gran acierto multivendedor de la industria global, la maravillosa Adele. Una artista enorme, a pesar de tener ese aspecto tan similar al de las típicas veinteañeras inglesas de las que frecuentan en verano los hoteles todo incluido de Benidorm o Gandía, y a quien sólo la falta de calidad de un repertorio lleno de altibajos separa de la gloria.

Así que llueve sobre mojado y resulta verdaderamente difícil encontrar novedades estimulantes en el género. Artista hay muchos, en especial dentro de esa clase media en la que todos parecen sonar como clones de algo anterior, sobre todo por culpa de unos temas en los que la honestidad y los sentimientos verdaderos suelen brillar por su ausencia.

En ese contexto, aún resulta más refrescante la llegada a escena de un nuevo aspirante al centro que parece haber hecho los deberes como compositor y estar dispuesto de ofrecer algo más que simple ‘postureo’. Se trata de un antiguo cantautor country de Missouri que se ha rodeado de una banda musculosa y solvente para explorar los, ya digo, trillados caminos del soul. Son Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, llegan con un disco titulado sólo con su nombre. Y, aunque, al producto le faltan, un par de cocciones todavía, la buena noticia es que aquí se maneja una materia prima de primera calidad.

Nathaniel Rateliff ha aprendido, y mucho, de todos los maestros anteriormente citados y también, como no, de las referencias auténticas de un género que ha dado estrellas inmortales como Sam Cooke, Otis Reding o Aretha Franklin, por nombrar sólo algunos. Pero también se ha dejado influir por los cantautores rockeros de los setenta, por tipos como aquel Bruce Springteen que mordía de verdad, por ejemplo.

Cronistas de la clase trabajadora, capaces de llenar sus textos de corazones rotos y mujeres desesperadas, pero también dispuestos a reflejar en sus trabajo, las otras plagas bíblicas que le complican la vida a la gente normal, desesperación de la pobreza, la maldición del alcoholismo, el azote de las drogas y, porque no, también la parte positiva. La belleza al borde del abismo de esas juergas de sábado noche que pueden terminar bien o mal, pero que muchas veces son la única vía de escape disponible.

Y es justamente, cuando Rateliff toma estos caminos, el punto en el que este disco, mediocre a ratos, vuela de verdad y permite que puedan apreciarse los atisbos de un compositor de altura que ha llegado para quedarse. Así que, a pesar de unos arreglos quizá demasiado vistos, y de un exceso de apego a los libros de estilo del género que no resultan beneficiosos, estos 38 minutos de música repartidos en 11 canciones se merecen un notable alto.

No me interpreten mal, el álbum suena bien. El productor es Richard Swift, que, entre otros trabajos, también ejerce como bajista de directo con The Black Keys y sabe lo que se trae entre manos. Y hay frescura en la sección de viento, entusiasta y en su sitio. Pero, a veces, resulta complicado hacer aportaciones originales a un estilo con tantas referencias disponibles.

Quizá por eso, en mi opinión, las canciones más redondas son precisamente aquellas en las que las trompetas suenan menos o no suenan. Como ocurre, por ejemplo en ‘Wasting Time’, mi tema favorito del disco, por el momento, pero es bastante probable que esa afirmación no sea compartida por los buenos conocedores del soul que, como ya he dicho, abundan por este territorio.

Es cierto, por otro lado que, en algún momento, la banda al completo encuentra registros poderosos que alumbran un posible camino hacia el exterior en el callejón sin salida. Temas como ‘Look It Here’ en los que la paleta sonora nos recuerda levemente a gigantes setenteros de la época ‘hippie’ como Blood, Sweet & Tears o, los primeros Chicago y el barco parece navegar por derroteros inexplorados hacia algún puerto en el que piensa recalar en el futuro.

Falta ya digo, concretar, consolidar la mezcla y escapar decididamente del aturdimiento ‘vintage’ que, a veces, invade a los artistas nuevos y les lleva a imitar demasiado a los modelos del pasado que han estudiado al milímetro gracias a YouTube y las reediciones de viejos vinilos que proliferan últimamente. Y el exceso de celo más un empacho de purismo mal entendido puede llevar a cualquiera grupo actual a convertirse en poco más que una banda de tributo cargada de instrumentistas notables.

Yo apuesto porque este no va a ser el caso de Nathaniel Rateliff & The Night Sweats y les recomiendo regalarse unas escuchas del álbum que acaban de sacar como remedio contra la sobredosis de villancicos anglosajones a la que hemos estado expuestos. Eso sí. Juro que si alguien vuelve cantar cerca de mi el ‘Last Chritsman’ de Wham, contraatacaré a lo bestia con la mejor versión de ‘Los Peces En El Río’ de Manolo Escobar que tenga a mano. Avisados quedan.

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