‘Algiers’, la protesta social invade el soul electrónico contemporáneo

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‘Algiers’, la protesta social invade el soul electrónico contemporáneo

Portada del álbum Algiers

La banda de Atlanta devuelve al rock de hoy mismo el pulso de las reivindicaciones políticas callejeras. Recién empezado el nuevo año, llega el momento de liquidar definitivamente, o casi, las cuentas pendientes. Por ejemplo, de dar noticia y analizar, con mis modestas posibilidades, el impacto de un álbum, titulado ‘Algiers’, interesante y renovador, que apareció en 20015 y que yo había escuchado hasta hace unas semanas.

El disco, es la primera referencia en Matador un sello independiente con distribución internacional y amplias posibilidades para la promoción global de Algiers, un particular trío, formado en Atlanta, y de constitución racial diversa. Una banda, en fin, que se define, desde el principio, por la nitidez de sus posiciones políticas radicales que impregnan y condicionan todo su discurso.

Se trata de un trío multiracial, que encabeza Franklin James Fisher a la voz solista y la guitarra, el único miembro de raza negra. Un prodigioso cantante que, además, maneja con soltura las seis cuerdas y cuyo concurso, su particular y bien dotada garganta, concede al grupo otra de sus principales señas de identidad.

Sus otros dos compañeros, Ryan Mahan al bajo y Lee Tesche a la guitarra principal, completan bien una alineación de artistas inquietos, con capacidad para usar muchos elementos distintos, y llenos de fuerza y vigor, para vestir unas melodías que parecen extraídas, en su mayoría, del cancionero, solemne y de orientación religiosa, que integra el legado de los llamados espirituales negros.

Además, estos tres músicos cuentan en los últimos tiempos con el apoyo en directo del batería Matt Tong, procedente de Bloc Party que aporta una buena dosis de contundencia rítmica adicional a una banda que andaba ya sobrada de esta característica. Una pena que Tong no intervenga en el disco, por lo demás, muy bien producido por Tom Morris, cuya buena mano en la mesa de mezclas se nota, mucho y para bien, en el resultado final.

Con todas estas características ambientales de las que hemos hablado resulta que este ‘Algiers’ es un álbum un tanto extraño, dotado de un sonido muy particular y que casi podría llegar a convertirse en la referencia inaugural de un nuevo estilo. No lo consigue, por completo, porque en esta oferta sonora se notan todavía demasiado las costuras de los elementos usados en su configuración.

Hay ecos en estos temas del amaneramiento pseudo religioso de Nick Cave y sus Bad Seeds y algunos beats trufados con toques de sonido semianalógico que emulan las atmósferas agobiantes que se conseguían con los sintetizadores primigenios que evocan a Suicide, y cabalgadas de corte ‘prefunky’ de como las habituales en la música de aquellos demoledores maestros conocidos como Sly And The Family Stone. Tres influencias históricas, por cierto, favoritas de la crítica moderna más ‘cool’ y en la onda.

Y también hay algunas más que, en este caso, parecen remontarse a algunas de las mejores músicas que se produjeron en Detroit a finales de las décadas de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo, algunas procedentes de las celebradas producciones de la Tamla Motown, y otras más alejadas de esta referencia ineludible para casi todas las bandas de aliento bailable.

Entre las primeras yo aprecio rastros del soul combativo de discos como aquel‘What´s Going On’ de grato recuerdo, que fue una de las obras capitales del gran Marvin Gaye y, entre las segundas, ramalazos del salvaje sonido combativo de las bandas del rock político de la ciudad del motor como MC5 .

El trío combina así muchos aromas conocidos, aquí. Esta suerte de canciones de intención profana y estructura sacra hunden también sus raíces en los cánticos ancestrales de los viejos campos de algodón con su estructura coral de pregunta-respuesta y los coros omnipresentes en las celebraciones de grupo previas al nacimiento del blues, basadas en el viejísimo ‘gospel’.

Pero, por otro lado, la electrónica de vanguardia y las nueva rítmicas usadas ahora para llenar las pistas de baile contemporáneas constituyen el color predominante en las bases instrumentales que arropan esta colección de once temas, que se extiende a lo largo de 44 minutos intensos, en los que la banda apenas si levanta el pie del acelerador.

Lo hace en contadas ocasiones. En ‘Games’, por ejemplo, lo más parecido a una balada que vamos a encontrar aquí y mi canción favorita del disco, por el mento, cuyo tempo algo más lento de lo habitual, supone un respiro de agradecer entre tanto rugido. O en la cadencia, decididamente religiosa de ‘Blood’, donde el cantante asegura que la sangre derramada no podrá redimir a la población de Occidente del ensimismamiento que le provoca su adicción a los medios.

Esta letra, además, marca el tono que podemos encontrar en la mayoría de las canciones, rabiosamente críticas y cuyo nutriente fundamental son las contradicciones del sistema político dominante, los conflictos raciales, el drama de los refugiados y las consecuencias devastadoras de la desigualdad y la marginación que se ha instalado en las sociedades modernas.

Y de algún modo, esas posiciones tan definidas y extrañas de encontrar en la música moderna y su apuesta por modernizar con tecnología punta los cánticos más ancestrales, emparenta también a estos Algiers, con otros artistas inquietos como Niño de Elche, ese artista español inclasificable, que fue cantaor flamenco durante un tiempo, cuyo innovador trabajo ‘Voces del Extremo’ también aspira a despertar conciencias.

En fin, que el disco que les propongo esta semana quizá no sea tan cómodo de escuchar como otros. Y, sin embargo, algo me dice, que en este 2016 que acabamos de empezar, las músicas comprometidas y de estética poco habitual van a convertirse en una de las tendencias dominantes. Y, la verdad, bienvenidas sean, porque me da la impresión de que hacen mucha más falta de lo que parece.

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