Houndmouth trae al presente un trallazo de folk-rock setentero en ‘Little Neon Limeligth’

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Houndmouth trae al presente un trallazo de folk-rock setentero en ‘Little Neon Limeligth’

Houndmouth Little Neon Limeligth

El cuarteto de Indiana presenta un burbujeante segundo disco lleno de energía y buenas canciones. Llevo un tiempo, como creo haber contado ya en esta misma sección, navegando por las distintas listas de los mejores discos del año que se suelen publicar en estos días. Siempre es interesante echarles un vistazo, para ver las coincidencias entre unos y otros y descubrir alguna que otra perla en la que quizá no hubieras reparado antes.

Hace un par de semanas, además, me he centrado en la selección realizada por los críticos de ‘American Songwriter’, una publicación en la que priman, sobre todo, los artistas más guitarreros y dedicados a esa mezcla de country y mil cosas más que tiempo atrás recibió el nombre de Americana como etiqueta genérica.

Eso significa que los trabajos incluidos se apartan un tanto del canon vigente en otros portales especializados que apuestan más por la vanguardia y modernidad. Lo que se traduce en que se prima la música electrónica, el rap, el pop bailable, el r&b de última generación e, incluso, últimamente el black metal más poderoso.

Pero estos discos a los que me refiero se mueven en una dimensión distinta, acaso más clásica y menos cultureta. Estos trabajos son más bien tradicionales, si se quiere, pero extraordinariamente bien hechos y llenos de canciones memorables, buenos arreglos, interpretaciones ajustadas y plagados de profesionalidad.

Aunque sí es cierto que no conviene esperar demasiadas sorpresas y que no es probable que aquí se vayan a descubrir nuevos caminos o a encontrar la salida del callejón oscuro en el que, a veces, da la impresión de haber entrado el pop contemporáneo. Ni siquiera en los discos elaborados por las bandas más jóvenes y, por lo mismo, más dispuestas a la experimentación.

No lo hace tampoco, y hay que decirlo, este ‘Little Neon Limelight’ del que nos ocupamos hoy. El segundo disco de Houndmouth, un joven cuarteto de Indiana, melódico y cañero que conoce bien los clásicos del estilo que trabaja y ha grabado Un álbum potente, agradable, entretenido y lleno de energía.

La banda está formada por Matt Myers guitarra y cantante, Katie Toupin teclados y voz, Zak Appleby bajo y voz y Shane Cody batería y voz, unos artistas que ya digo llevan la lección bien aprendida, han hecho los deberes y se muestran más que capaces de insuflar nueva vida a los esquemas conocidos del mejor folk-rock setentero.

Además Matt y Katie, la dos voces principales, tienen una personalidad muy marcada. Ambos son de ese tipo de cantantes que, más allá del virtuosismo, expresan muy bien las historias que cuentan unas letras, siempre dentro del canon, muy narrativas y llenas de personajes complejos e historias marginales como corresponde al estilo.

Dicen que el capo de Rough TradeGeoff Travis, se quedó prendado de la banda un buen día, en un concierto, porque pensó que tenía enfrente una suerte de reencarnación de The Band, quizá el mejor grupo de folk rock de la historia que, en su mejor momento, supieron dotar a las canciones de Bob Dylan de una vestimenta instrumental a medida.

Pero el componente setentero no termina aquí, Houndmouth son potentes y comerciales, al estilo de las bandas británicas de los años posteriores al glam, como Slade o The Faces. Y hasta, ¿por qué no?, como aquellos Suzy Quatro con su bajista enfundada en cuero negro y sus singles pegadizos, bailables y superpotentes.

Una característica, por cierto, que parece haber sido acentuada en este caso por el productor seleccionado para la ocasión. Dave Cobb un productor abonado a la élite de Nashville, que ha trabajado con luminarias superventas del circuito vaquero como Jason Isbell o Sturgill Simpson y que aquí, sin embargo, ha buscado otros derroteros sonoros para poner la energía en primer plano.

¿Qué quieren que les diga? Yo estoy disfrutando de lo lindo con este álbum. Tanto, que me resulta difícil elegir una canción favorita por el momento, en esta colección de once canciones que se extienden a lo largo de 39 minutos. Por ahora me quedo con ‘Black Gold’, una delicia guitarrera con toques ‘stonianos’ y ritmo ‘quedón’.

Pero hay otras perlas bien brillantes como ‘Otis’ y ‘Gasoline’, las dos canciones en las que Katie ejerce de vocalista principal, o ‘Sedona’, el primer single seleccionado para promocionar el álbum. Sin contar con ‘For No One’, un baladón austero en el que mandan la guitarra acústica y la voz.
En resumen otro buen disco de aire ‘vintage’, producido por un grupo de aguerridos veinteañeros que han pasado muchas horas estudiando los vinilos de sus padres. A mi me ha encantado. Y tengo muy pocas pegas que poner, por supuesto. Quizá sólo una. No hubiera venido mal que alguien hubiera sacado algún pie fuera del tiesto. A veces basta con eso, para encontrar caminos nuevos. Y la locura forma parte también del mejor rock and roll. O eso me parece a mí.

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