De brujos, hechiceros y chamanes

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De brujos, hechiceros y chamanes

Los sumos sacerdotes del mercado mantienen las prácticas que provocaron la crisis sin que los líderes políticos les hagan responsables de la devastación que causaron. «Cogen un dólar y le inyectan esteroides, hacen banca con esteroides […] Tienen todos esos maravillosos nombres para los billones de dólares en créditos CMO, CDO, SIV, ABS y no hay más de 75 personas en el mundo que sepan lo que son[…] Yo os diré lo que son: son armas letales de destrucción masiva». Esto es, más o menos, lo que Michael Douglas ponía en boca de su personaje Gordon Gekko en la película de Oliver Stone ‘Wall Street 2. El dinero nunca duerme’ que recientemente ha vuelto a emitirse en las televisiones de este país.

Resulta curiosa la vigencia de ese monólogo que Gekko, travestido en su papel inicial de vendedor de libros, lanzaba a un aparente auditorio universitario. Hoy, un lustro después de que fuera ideado ese guión, continúa campando a sus anchas ese dinero cargado de anabolizantes que constituye un arma letal de destrucción masiva y está bajo el supuesto control de unos pocos iniciados que, al final, se convierten en los sumos sacerdotes de la religión que tiene por becerro de oro a su magistral mercado.

A lo largo de la historia, en las épocas de crisis, ha existido siempre algún tipo de grupo que se atribuía, o conseguía hacerse reconocer, unas capacidades teutónicas para intermediar frente al mal o controlarlo. Eso es a lo que juegan hoy esa pléyade de banqueros de negocios que continúan generando, al margen de cualquier supervisión de los representantes de los ciudadanos, cantidades ingentes de dinero anabolizado y vírico que conocemos como productos derivados y cuya nómina de acrónimos no deja de crecer.

Es, precisamente, la dificultad para comprender ese mundo que, en definitiva, no es otra cosa que una gigantesca pirámide controlada por unos pocos, pero con la suficiente proximidad con el poder político como para tener comprados, o amedrentados, a los máximos representantes de la ciudadanía, lo que les mantiene al margen de los mecanismos de control y supervisión que las sociedades se atribuyen precisamente para garantizar el orden y el buen funcionamiento de los mercados.

De la misma manera que en la plagas bíblicas había siempre algún santón o eremita, venerado por la cúpula de la sociedad sometida al castigo, hoy son estos nuevos chamanes los que dicen poder leer en las entrañas de los mercados el posible devenir de la economía con su capacidad de afectar a millones de personas.

Actúan siempre como los intérpretes del mercado, aunque ese mercado que ellos dicen interpretar guarde una relación muy remota con el principio clásico y convencional de esta figura. Las prácticas que desarrollan estos hechiceros de las finanzas son las que provocaron el gran ‘crash’ de 2007 y son las que continúan estableciendo una extensa red de amenazas sobre la economía occidental.

Lo curioso es que estos brujos consiguen mantenerse en ese limbo de responsabilidad frente a la devastación que causan sus actuaciones sin que, hasta el momento, los representantes políticos de la sociedad hayan entendido que ellos no intermedian para prevenir los devastadores efectos de tanta tormenta. Más bien al contrario: están en la médula de la causa de los daños.

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