“Muchas personas mayores están pasando estos meses en casa con síntomas graves de enfermedad mental”

Javier Olivera, psicogeriatra

“Muchas personas mayores están pasando estos meses en casa con síntomas graves de enfermedad mental”

El 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, que este año viene marcado por la pandemia de la covid-19. El nuevo coronavirus está teniendo un gran impacto psicológico, especialmente entre los más mayores, y sus verdaderas consecuencias no se conocerán hasta más adelante. Hablamos de ello con el secretario de la Sociedad Española de Psicogeriatría.

Javier Olivera, psiquiatra y secretario de la Sociedad Española de Psicogeriatría

Más allá de los números de contagiados y fallecidos por el nuevo coronavirus, el miedo, el aislamiento y la incertidumbre están afectando a la salud mental, principalmente de los más mayores. Sin embargo, lo que se esperaba que sería un tsunami de consultas es todavía un iceberg de síntomas que aguardan en los domicilios, parcialmente confinados también ellos.

Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental hablamos con Javier Olivera Pueyo, psiquiatra en el Hospital Universitario San Jorge de Huesca y secretario de la Sociedad Española de Psicogeriatría (SEPG). En la conversación salen temas como el miedo, la resiliencia y el enfado, la situación de las residencias, los signos —a veces imprecisos— a los que deberíamos estar atentos, los duelos, el edadismo, las pantallas o la situación y el futuro de la atención a la salud mental.

Cuando en mayo todavía tratábamos de superar la primera ola, ya se hablaba de que la covid traería un tsunami posterior de consultas de salud mental, sobre todo de mayores. Que se juntarían las provocadas por el miedo y el aislamiento con los retrasos de aquellas que ya estaban programadas de antes. ¿Ha sucedido?

Realmente no, porque no hemos llegado a recuperar la normalidad en las consultas en ningún momento. Aunque se habla de segunda ola, el virus nunca se ha ido y hay mucho temor en los mayores a acudir a los hospitales. Sin embargo, somos conscientes por familiares y cuidadores de que hay muchas personas mayores que están pasando estos meses con síntomas graves en sus casas. No solo los que ya estábamos siguiendo de antes, sino los que por las circunstancias actuales están desarrollando cuadros de depresión y ansiedad.

Aunque estamos haciendo bastantes consultas telefónicas, la verdadera repercusión de la pandemia sobre la salud mental solo la conoceremos cuando realmente todo esto pase y vayamos volviendo a la normalidad.

¿Depresión y ansiedad son las patologías más frecuentes?

Sí, pero también deterioro cognitivo, sobre todo en personas que ya empezaban a mostrarlo. Para el cerebro es fundamental la relación con los demás. Un cerebro que no habla, no actúa, no se relaciona, empeora en todos los aspectos.

Un cerebro que no habla, no actúa, no se relaciona, empeora en todos los aspectos

Yo he hablado con personas mayores al teléfono que lloraban por no haber visto a sus nietos durante este tiempo. Si, como dice un amigo, el mejor antidepresivo se llama “nieto”, todo esto está suponiendo para ellos una adaptación con consecuencias importantes.

Aunque todavía es muy pronto, ya vamos viendo algunas cosas. Por ejemplo, en Italia, los pacientes con demencia en sus domicilios han sufrido un 60 % más de síntomas psiquiátricos. Y en el teléfono que tienen allí para ayudar a personas con ideas suicidas habían doblado el número de llamadas en personas mayores desde marzo.

¿Cuáles están siendo las causas fundamentales de este empeoramiento?

Una sería la soledad y el aislamiento, que implican también un abandono de actividades y que afectan de forma muy importante tanto a nivel cognitivo como afectivo. Pero también hay un componente psicológico fundamental, y es el miedo. Desde el principio ellos han sabido que era una enfermedad que afectaba más a mayores y que podía ser mortal. Además, fueron conscientes de que si había falta de respiradores ellos iban a ser, por edad, los primeros descartados. Eso ha sido un motivo de ansiedad y de enfado. Aunque pueda ser lógico que ante una situación de falta de recursos se priorice a los más jóvenes, muchos te dicen “hemos trabajado toda la vida y así nos lo pagan”.

Sin embargo, en una encuesta publicada por varias universidades españoles se veía que, aunque los mayores sí tenían más miedo de contraer la infección, el mayor malestar psicológico lo estaban sufriendo los jóvenes, en especial las mujeres.

Bueno, una cosa son las encuestas y otra los comportamientos. Además, los mayores en España pertenecen a una generación muy resiliente en general, con muy poca tendencia a la queja, probablemente por las situaciones y la época que les tocó vivir. Pero también hay que tener en cuenta que esa encuesta es de los primeros meses de la pandemia, con el tiempo han tomado más conciencia del problema.

He visto a gente cruzar de acera al acercarse a una residencia de mayores, como si realmente fuera la peste

¿Está habiendo edadismo y gerontofobia durante esta pandemia, se ha sido condescendiente y discriminatorio con los ancianos?

Sin duda. Mucha gente ha pensado “esta es una enfermedad de los mayores, a mí no me afecta”. En las residencias ha habido una marginación tremenda. Yo he visto carteles en residencias en los que ponía: “Estamos vivos, no os olvidéis de nosotros. No somos apestados”. De hecho, he visto a gente cruzar de acera al acercarse a una residencia, como si realmente fuera la peste.

Otro de los dramas de la pandemia ha sido la imposibilidad de despedirse. El hecho de que mucha gente entrara con sus familiares en el hospital pensando que quizá no los volvería a ver. ¿Hasta qué punto ha afectado?

Yo creo que eso ha sido peor para los familiares que para los mayores. Quizás por ese aguante que decíamos que tienen, pero también porque el propio cuerpo te lleva a una fase en la que te dejas llevar y tratas de terminar en paz. Los familiares que pudieron despedirse por videollamada gracias al personal de la UCI, a veces horas o minutos antes de morir, lo agradecieron muchísimo. Pero es cierto que muchos no pudieron hacerlo, ni siquiera pudieron hacer un funeral o un entierro convencional. Esto suele generar duelos complicados y prolongados. Ahora el virus genera una atención y un miedo que desplaza un poco el resto de emociones, pero las consecuencias de esto las veremos también con el tiempo.

¿Hay muchas diferencias psicológicas entre el confinamiento estricto del principio y esta nueva normalidad?

Mira, los familiares de personas con demencia nos dicen que estos meses han sido devastadores. Pero más allá de los casos con deterioro cognitivo, en general todavía existe mucho miedo, y los mayores son los que están más aislados y los que más siguen las normas, porque son los que más miedo tienen. Como decíamos, el virus ahora está volviendo a crecer, pero en realidad nunca se fue.

¿A qué signos deberíamos prestar atención? ¿Qué nos debería alarmar si lo observamos en alguien cercano?

Debemos estar atentos si percibimos que disminuyen voluntariamente la relación social, ya sea por teléfono, mensajes… o si rechazan la ayuda. Esos pueden ser síntomas de temor o de conductas que llamamos de negligencia y abandono: dejan de comer, de arreglarse… También si duermen peor, si están más irritables y observamos cambios en su conducta o si advertimos que están algo desorientados.

Debemos estar atentos si percibimos que disminuyen voluntariamente la relación social, si dejan de comer, arreglarse…

La depresión, por ejemplo, ya estaba infradiagnosticada en ancianos antes de la pandemia y ahora se están añadiendo casos. En ellos las manifestaciones son diferentes que en los jóvenes, ellos vienen de una generación que ha vivido con mucho estigma las enfermedades psiquiátricas y les cuesta mucho más reconocerlo. En general, ante esos signos deberíamos consultar con atención primaria, que son los primeros en encargarse.

Antes salió el tema de las residencias. ¿Qué servicios de atención a la salud mental hay normalmente en ellas? ¿Son suficientes?

No, no existe una atención psiquiátrica específica para las personas mayores como por ejemplo sí tienen los niños, que es como debe ser. Hay muy pocos programas que atiendan a las residencias, cuando son lugares donde hay muchísima patología psiquiátrica. La atención recae en los servicios de atención primaria —que están sobrecargados— y en el médico de la residencia. Con suerte este es un geriatra, que es un médico especializado, pero aun así no pueden atender convenientemente todos los problemas específicos.

En un momento de la pandemia se han recogido ancianos de las residencias que han fallecido atados a las camas porque tenían agitación o trastornos del comportamiento. Pero claro, ¿qué harías tú si eres una enfermera que tiene que atender a ochenta pacientes cada noche? Si con esto que ha ocurrido no somos capaces de verlo, ya no lo veremos jamás.

¿Nos hemos estado fijando durante la pandemia demasiado en números —de contagiados, de muertos— y poco en el sufrimiento mental que conllevaban, en la intrahistoria de esos números?

Sin duda, y hasta cierto punto es lógico, pero todo lo demás que implica es algo que tendremos y que deberemos analizar cuando tengamos el tiempo necesario. Justo ayer en consulta tenía a un hombre que lleva años cuidando a su esposa con demencia. La situación actual ha hecho que tenga que aislarse prácticamente en casa con ella, que no tenga el contacto social ni las pequeñas distracciones a las que estaba acostumbrado antes. “Mire, doctor”, me decía, “si no me mata el virus me va a matar la soledad”.

Un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud concluye que la pandemia a afectado gravemente a los sistemas de salud mental del 93 % de los países en el mundo. ¿Cómo se está viviendo desde dentro la situación?

Creo que una sociedad moderna se define también por invertir en aquellos que más lo necesitan

La salud mental siempre ha sido la hermana pobre de la medicina, igual que los enfermos mentales son los más estigmatizados, los considerados diferentes. También nosotros hemos sido responsables: al fin y al cabo hasta hace no muchos años considerábamos un trastorno psiquiátrico la homosexualidad, por ejemplo. Pero no debemos olvidar que hay muchas enfermedades psiquiátricas graves que conllevan mucho sufrimiento y marginación social, laboral y familiar. Además, suelen ser crónicas: podemos tratar los síntomas pero muchas veces no tenemos una cura y necesitamos equipos muy multidisciplinares. Esto hace que la inversión tenga que ser mayor y, sin embargo, tenemos unos recursos muy limitados.

Los responsables políticos a veces tienen voluntad y, cuando ven lo que cuesta, se echan atrás. Pero yo creo que una sociedad moderna se define también por invertir en aquellos que más lo necesitan. Si la pandemia ya está afectando, la crisis económica repercutirá primero en los más necesitados; y dentro de los enfermos los más necesitados son los enfermos mentales graves, no tengo ninguna duda.

¿Se están supliendo muchas consultas ahora por vía telemática? ¿Cómo está funcionando?

Sí, casi la mitad están siendo por vía telefónica. Funcionan bien, pero no tanto como pensábamos al principio. Sería mejor si fueran por videollamada, pero muchas veces no es posible aún. La telemedicina puede ser muy útil y en general la usamos menos de lo que deberíamos, pero hay que analizar las situaciones concretas. Hay bastantes ocasiones en que lo presencial es insuperable.

Al hilo de las pantallas, algunos ancianos lamentan (como en este reportaje) que “todo está hecho para los jóvenes. Ellos están acostumbrados a lo virtual, pero nosotros necesitamos tocar, palpar, ver”. Sin embargo, si esta pandemia hubiera ocurrido hace 20 años, sin posibilidad de videollamadas, ¿no hubiera sido aún peor?

Sin duda. Y, de hecho, nos sorprendería cómo algunos que no estaban acostumbrados han aprendido a manejar estas tecnologías. Una visión de la cara, aunque sea por teléfono o el ordenador ha sido muy útil y ha contribuido a reducir el sufrimiento psicológico estos meses.

Se podría pensar que los ancianos viven el confinamiento con cierta resignación, pensando que ya han vivido la mayor parte de su vida. Pero muchos lamentan que van a perder al menos dos o tres años y que seguramente no les queden muchos más. Que, en proporción, van a perder más vida futura que los jóvenes.

Yo he observado que depende más de la personalidad de cada uno que de la edad. Porque pensamientos de resignación parecidos al que citas se los he visto también a adultos jóvenes. Realmente muchos mayores dicen “yo quiero vivir”. Por poner un ejemplo típico: reconozco que hace tiempo yo también encontraba cómicos los clásicos viajes del Imserso a Benidorm, pero luego vi que lo vivían con una ilusión tremenda, que esa gente a lo mejor no había tenido vacaciones en toda su vida. Y eso de repente ha desaparecido.

No se puede poner un corte en la visión de la vida por la edad. Lo que sí vemos es que con los años tiende a aumentar la capacidad de resiliencia, pero eso no significa resignación, sino adaptación.

Como se suele decir, y esto debería servir contra el edadismo, para conocer cómo es la vejez hay que hacerse viejo.

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