Los socialistas europeos renuncian al estado del bienestar

Detrás de la cortina

Los socialistas europeos renuncian al estado del bienestar

El centroizquierda, sin una política económica propia.

Benoit Hamon

Ahí los tienen. Medio PSOE, medio PP y casi todo Ciudadanos, abducidos por el nuevo presidente francés. Ese tal Emmanuel Macron que acaba de volver a inventar la rueda. Ha superado las viejas categorías y ha formado un gobierno de gran coalición con «lo mejor de la izquierda y la derecha». Es decir, un gobierno casi clónico de aquellos que ha presidido Angela Merkel en las últimas legislaturas. Y que también deben tener lo mejor de la izquierda y lo mejor de la derecha, supuestamente. El mismo Gobierno que siempre quiso hacer Mariano Rajoy y que, probablemente hubiera hecho, sin esos problemillas de corrupción que tanto le molestan. Y, por cierto, el mismo gobierno que ya había en Francia hace unas semanas cuando el presidente era un tal François Hollande de triste recuerdo. Tan triste que ni se le ocurrió siquiera optar de nuevo al cargo. Eso sí. El no debe tener ninguna culpa de que al socialismo francés sólo le haya votado un 6% del electorado en las presidenciales. Toda la culpa de ese nuevo lider, un tal Benoît Hamon, que se ha girado demasiado a la izquierda.

Y de Portugal ni hablamos. Ni siquiera ahora que hasta han sido capaces de ganar por primera vez en la historia el Festival de Eurovisión. ¿Para qué? Esa alianza de izquierdas que gobierna allí, dirigida por un tal Antonio Costa, sencillamente no existe. Ni ahora, ni luego. Ni nunca, si es posible. Aquí interesa Venezuela, mucho. Y Grecia, bastante. Pero los vecinos de al lado, no. Sobre todo ahora que les va bien. Ese Costa que lo único que ha hecho es justo lo que Hollande prometió. Justo lo que Macron no hará. Justo lo que espera conseguir todo el electorado de izquierdas de la Unión Europea. Ni más ni menos que una política económica distinta. Que no se vea limitada por el consenso de Bruselas y ‘esos’ compromisos adquiridos con nuestros socios que nos impiden salirnos del carril derecho. Justo el carril por el que va a transitar Macron. Un tipo que será lo que sea. Y a lo mejor hasta lo hará bien. Pero que lo que no va a ser, sencillamente porque no puede, es el político que recupere para los ciudadanos del Viejo Continente, la ilusión perdida de aquella Unión Europea (UE) que iba a hacernos a todos más prósperos y mejores personas.

Sucede que cualquier crítica que se le haga a Bruselas o a las políticas económicas que ese grupo de ministros clónicos integrado por tipos de derechas como Luis de Guindos y socialistas como Jeroen Dijsselbloem, impone con mano férrea en todos los territoriso de la Unión, es un antisistema malvado que se quiere cargar el euro para empezar a hablar. Aunque sea un pobre griego al que le han dejado la pensión en menos de la mitad de lo que cobraba y mucho menos que la tercera parte de lo que necesitaría para llegar a fin de mes. Aquí la gente responsable y con sentido común es la que está de acuerdo con Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Finanzas.

Un tipo que sabe lo que se hace. Y lo que quiere conseguir. Para él, los suyos y quienes le pagan. Aunque a lo mejor eso no es necesariamente lo que le convendría a la UE. Por lo menos a esa mayoría de ciudadanos, cada vez más dispuestos a olvidarse de la moneda única y de todo lo demás. Pero tranquilos. Nos va a salvar Macron. Bueno, en realidad, ya nos ha salvado. De esos pérfidos populismos que proliferan a derecha y a izquierda.

Y por ahí andan los socialdemócratas. En busca de un ‘macron’ que les de ‘curro’. Ministerios, carteras, secretarias de estado y lo que haga falta para seguir con el tradicional ‘mareo de la perdiz’. Como bien explica Susana Díaz, aquí la culpa de todo la tiene el que sale en el cartel. Aunque sea un tipo al que previamente se le han atado las manos para que no pueda hacer nada de lo que piensa. Ya saben que ella es esa líder magnífica que va a salvar al PSOE y a España del negro abismo en el que estamos a punto de caer por culpa de los malvados ‘podemitas’ y los socialistas sin conciencia que quieren pactar con ellos. La favorita de la nomenklatura y los medios de comunicación afines. La que puede ganar todas las elecciones que le salgan al paso, porque no le gusta perder ni cuando juega al tute. Sobre todo cuando juega al tute.

Pero algo sí que es cierto. Tal y como están las cosas, es probable que el socialismo francés tenga serios problemas para resucitar. Macron ha firmado el acta de defunción de unas siglas que, desde hacía bastante tiempo, habían sido secuestradas por políticos que no creían en ellas. Hay que agradecerle a Manuel Valls su honestidad porque por fin nos ha abierto los ojos. Ese Valls que hasta hace nada era el primer ministro de un gobierno socialista y que luchó por ser el candidato presidencial de un partido que, según le parece ahora, estaba muerto. Y quizá lo estuviera. Por culpa de una serie de líderes históricos, los famosos inventores de la ‘tercera vía’, desde Tony Blair a Gerhard Schröder que aceptaron sin matices la doctrina económica del ‘neoliberalismo’ y tras cebar a la bestia financiera que devastó al mundo, introdujeron la precariedad en los sistemas laborales e iniciaron el desmantelamiento del estado del bienestar. El gran logro de la socialdemocracia europea. Y justo aquello que han renunciado a defender ahora.

Nadie sabe los motivos, pero en general los líderes de los partidos socialistas han renunciado a tener una política económica propia. Y justo desde que lo hicieron han caído en picado. Pero no han hecho autocrítica en ningún momento. O eso dicen. Empeñados en repetir una y otra vez los mismos errores, ni siquiera parece importarles ya la irrelevancia a la que parece haberles condenado la historia. A pesar de que las raíces de la catástrofe han sido explicadas una y otra vez, siguen sin dar su brazo a torcer. Parecen dispuestos a todo. A cambiarse la chaqueta, a emigrar, a convertirse en organizaciones de jubilados con fecha de caducidad…A lo que sea con tal de no permitir que nadie ponga en cuestión ese cambio radical que realizaron en la gloriosa década de los noventa y que les ha llevado a donde les ha llevado.

Claro que eso no significa que ahora no tengan un papel que desempeñar. Lo tienen, por supuesto, y de vital importancia. Aunque vaya en contra de su base electoral y de los deseos de su militancia. Hace tiempo que los socialistas europeos cumplen una función básica para los intereses de las élites financieras del Viejo Continente. Son ese tapón que está ahí, para impedir la formación de mayorías de gobierno alternativas capaces de aplicar políticas económicas distintas de las que están escritas en el manual de cabecera del neoliberalismo.

De modo que el portugués Antonio Costa, del que hablábamos al principio de este artículo, es la excepción y no la regla. Y hasta sienta mal que haya algún presunto descerebrado, se llame o no se llame Pedro Sánchez, que quiera poner al Gobierno luso como ejemplo de una posibilidad que quizás se podría tener en cuenta a la hora de pensar en una oferta política que, tal vez, contribuyera a que los ciudadanos volvieran a creer en los partidos de los puños y las rosas, cuya imagen lleva muchos años por los suelos.

Para nada, compañeros. ¿Cómo van a hacer propuestas de izquierdas los partidos de izquierdas? ¿Cuándo y dónde se ha visto eso desde la caída del Muro de Berlín? Aquí de lo que se trata ahora es de demostrarle a la concurrencia, con una buena ración de gráficos y macroeconomía variada, que para defender el estado del bienestar hay que enterrarlo hasta que nadie se acuerde de que existió alguna vez. Hay grandes teóricos que han hecho aportaciones notables a este corpus doctrinal. A lo mejor, los lectores más ‘mayorcitos’ se acuerdan como yo de un político de gran altura que se llamaba José Luis Rodríguez Zapatero. Ya lo decía él: bajar impuestos es de izquierdas. Lo más de izquierdas que hay ahora mismo. No se vayan a creer esos listos de los partidos conservadores que aquello de dejar al estado sin recursos es una prerrogativa suya.

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