De crisis a crisis: La historia de dos décadas decisivas

Economía

De crisis a crisis: La historia de dos décadas decisivas

Este viernes 11 de noviembre de 2011, EL BOLETIN publica el primer número de su vigésimo año de vida y para celebrarlo hemos preparado la edición especial que ahora tienen en sus manos. Una entrega extraordinaria en la que pretendemos hacer un repaso de la vertiginosa actividad noticiosa que ha poblado los últimos 20 años.

No son dos décadas vulgares. Se trata de un periodo clave que incluye el fin de un siglo, el XX, y el inicio de otro. Un tiempo a lo largo del cual la economía global ha cambiado por completo. El tejido productivo mundial ha dejado atrás el antiguo modelo hegemónico, basado en las viejas industrias con chimeneas y se ha producido el advenimiento de una era dominada por otra industria, la financiera, que ahora atraviesa una crisis profunda. Una convulsión devastadora para el mundo que ha derribado los paradigmas anteriores, ha empobrecido a los habitantes de los países desarrollados y tal vez suponga el apocalíptico anticipo de un cambio aún por definir.

También durante este periodo se han producido giros radicales en el curso de la geopolítica global, ‘shocks’ cuyas consecuencias aún no pueden calibrarse por falta de perspectiva histórica. Como por ejemplo, el espectacular y siniestro atentado terrorista sufrido por EEUU el 11 de septiembre de 2001. Aquel brutal ataque contra las Torres Gemelas neoyorquinas que conmovió a todo el planeta en tiempo real por su condición de catástrofe criminal televisada en directo. Un desastre que se producía, además, en el mismo centro del país más poderoso del mundo cuyo experto y voluminoso aparato de seguridad quedó en entredicho. El ataque terrorista sucedió muy poco después de que George Bush Jr. hubiera recuperado la Casa Blanca para los republicanos tras ocho años de reinado del demócrata Bill Clinton.

Las duras imágenes de aquellas torres desplomándose fueron demasiado para un público que aún tendría que ver unas cuantas macrooperaciones militares más, como las derivadas de la invasión de Irak que acabarían con el régimen de Sadam Hussein. En ese aciago día también apareció un nuevo y terrible enemigo mundial, el terrorismo islámico. Un azote que el 11 de marzo de 2004 provocaría en Madrid el mayor atentado jamás sufrido por España al hacer estallar varios trenes de cercanías repletos de pasajeros.

Una élite peligrosa. En esta época también comenzó a fraguarse entre la opinión pública la sensación de que los políticos de todas las tendencias no hacen el trabajo por el que se les paga. Más aún, la casi certeza de que han pactado con otros poderes superiores: la élite financiera. La devastadora crisis económica en la que sigue inmerso el planeta desde hace ya casi cuatro años habría sido el detonante final de un proceso de desregulación progresiva de la actividad financiera y del aumento de la indefensión de los ciudadanos comunes que se han visto expoliados por los banqueros de negocios globales sin que ni estos hayan pagado su culpa, ni los poderes políticos les hayan sometido y derrotado para evitar que los desmanes provocados por este selecto grupo se repitan.

Sólo algunos nombres, poco relevantes, han sido puestos a disposición de la justicia en este tiempo por haber desarrollado conductas fraudulentas en relación con los oscuros mercados de derivados financieros en los que han tenido origen todas las convulsiones de las dos últimas décadas. Una categoría que inauguró Nick Leeson, el hombre que arruinó Barings y en la que habría que incluir a Bernard Madoff, el estafador de cierta aristocracia neoyorquina ligada a la comunidad judía estadounidense o a Jerome Kerviel, el jovenzuelo francés operador en Societe Generale.

Pero ninguno de ellos tiene el dudoso honor de haber arruinado a las mayores entidades financieras del mundo y cobrado por ello del que sí disfrutan los impulsores de la desregulación financiera y la revolución liberal. Una apasionante historia que arranca con Ronald Reagan y que para EL BOLETIN tuvo su primer capítulo en la presidencia del demócrata Bill Clinton, durante la cual se demolió la Glass Steagall, aquella ley promulgada tras la gran depresión del siglo XX que impedía a las entidades financieras que tomaban depósitos inmiscuirse en negocios excesivamente relacionados con los peligrosos y volátiles mercados financieros.
Antes de llegar al aparente punto sin retorno que supuso el colapso provocado por los productos derivados avalados por las hipotecas ‘subprime’ y que tuvo como punto culminante la caída de Lehman Brothers, sucedieron muchos prodigios económicos que hicieron asegurar a algunos laureados analistas que el riesgo sistémico había desaparecido. Un mérito que se atribuía al buen hacer de Alan Greenspan en la FED. Greenspan terminaría su reinado en la cumbre pero dejaría un complicadísimo legado a su sucesor Ben Bernanke y contribuiría, acaso sin saberlo, a que la presidencia de George Bush Jr. tuviera un abrupto final y abriera paso a otro hecho histórico: la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, el primer presidente de raza negra de EEUU.

Pero, a pesar de que el optimismo financiero impidiera a muchos expertos prever el desastre hacia el que se encaminaba el mundo, la ‘brillante’ etapa de Greenspan estuvo jalonada por varias crisis financieras, en las que ya se atisbaban las características que tendría la última explosión. Desde la crisis de los tigres asiáticos, a la fondo de alto riesgo LTCM, la suspensión de pagos de la deuda rusa o la explosión de la burbuja ‘puntocom’ que arrasó Wall Street a finales del siglo XX.

En el proceso EEUU ha perdido inevitablemente una generosa porción de la grandeza que se le suponía a favor de otras naciones de importancia creciente como China, y que las otras áreas, como Europa y Japón, han perdido también peso en beneficio de otros grandes países como Brasil o India, los famosos países BRIC, cuyo papel como motores económicos alternativos ha ganado enteros en la actual crisis global. Aunque para lograrlo, en estas dos prodigiosas hayan pasado sus propios ‘via crucis’ y digerido sus convulsiones económicas particulares sin que algunos asuntos vitales como la justicia en el reparto de las rentas o el aumento de la desigualdad que ha provocado el desarrollo económicos de esta zonas hayan encontrado solución todavía. Especialmente en Latinoamérica, un subcontinente que siempre ha constituido una de las principales áreas generadoras de materia económica para EL BOLETIN.

Allí, como en otros muchos países, la población ansía la llegada de la democracia, como demuestran también las recientes revoluciones registradas en algunas naciones musulmanes y, sin embargo, en los países desarrollados, donde este sistema se había consolidado, el cansancio con unas instituciones que no parecen capaces de resolver los problemas de los ciudadanos ha provocado la aparición de movimientos que, o cuestionan directamente el sistema desde una perspectiva conservadora, como el ‘Tea Party’ estadounidense que, en ocasiones, resulta, según muchos observadores, una posible puerta de regreso al populismo fascista más peligroso, o plantean una reforma a fondo de unas instituciones que han dejado de servir para desempeñar la función que tienen asignada como el reciente 15M español, esos ‘indignados’ que se han extendido por el mundo y que en su más flamante versión estadounidense ‘Occupy Wall Street’ plantean de modo directo la supresión de los privilegios de la aristocracia financiera que ha provocado la ruina del mundo.

La revolución tecnológica. Por último, quizá el otro gran factor determinante de estos veinte años de historia en los que EL BOLETIN ha ejercido como testigo de excepción, sea la espectacular revolución tecnológica que ha vivido el planeta. El desarrollo de Internet y la telefonía móvil, dos hitos de la ciencia que han venido para quedarse, han provocado una imparable dinámica de cambios y cuya influencia aún puede provocar nuevas y espectaculares mutaciones casi imposibles de determinar. Las apuestas financieras sobre los elementos de desarrollo de esa nueva economía generaron una burbuja que tuvo un abrupto final con el cambio de siglo. Aunque, como hemos sabido luego, más que final fue sólo un punto y aparte que abriría la puerta a la generación 2.0, al momento en que los usuarios se convirtieron en la razón de ser del desarrollo de la Red hasta darle el impulso que ahora parece definitivo.

¿Pero han cambiado tanto el mundo y España en este tiempo? Quizá sí en lo accesorio, pero tal vez no en lo fundamental. En algún momento fugaz, hubo quien llegó a creer que, por fin, los virus que han aportado desde hace años la habitual dosis de incertidumbre y fragilidad al tejido productivo hispano habían sido eliminados para siempre. Evidentemente, se equivocaron. Aquellas previsiones, tan optimistas como erróneas, se formularon sobre todo en los felices últimos años del primer lustro del siglo XXI. Un momento en que la economía del país exhibía una pujanza desacostumbrada, aunque sólo fuera aparente, que corría casi en paralelo con los éxitos internacionales de los cocineros y los deportista españoles y las reseñas favorables a nuestra economía en los medios de comunicación de todo el mundo. El espejismo de prosperidad que se impuso en la percepción que los analistas de dentro y de fuera de nuestras fronteras tenían de la economía española estaba basado, sin embargo, en actividades tradicionales como la construcción que requerían mano de obra poco cualificada. Una expansión económica imparable, propiciadas por las operaciones inmobiliarias que alentaba el crédito barato que llegó con la entrada de España en el euro. Y el llamado ‘milagro económico español’, la imagen de pujanza, tenía tanto poder de seducción que hasta llegó a asegurarse que el tejido productivo había en­contrado ese sólido modelo de crecimiento que durante tantos años se había resultado imposible de encontrar. Ade­más, junto al ensanchamiento de la economía, se creaban puestos de trabajo, aunque predominaran los contratos temporales. Y por eso, también hubo quien señaló que los agentes sociales habían encontrado ese marco de relaciones laborales beneficioso para el empleo que las sucesivas reformas laborales efectuadas nunca parecieron diseñar de modo efectivo.

El despertar del sueño. El despertar del sueño ha sido muy brusco. Y hoy, con la economía estancada y el número trabajadores en paro muy cerca de los cinco millones, se sabe que aquellos buenos augurios no eran ciertos y, una vez más, las autoridades, los analistas y los ciudadanos se enfrentan, al borde del drama, con los mismos problemas que siempre han atenazado a la economía española. Como el paro. El gran problema estructural de la economía española, que sigue sin resolverse tras dos décadas de intentos baldíos. Dificultades que se manifiestan ahora, incluso, con mucha más fuerza que en otros tiempos, mientras aumentan las desigualdades, la clase media se reduce a velocidad de vértigo y el estado del bienestar parece seriamente amenazado por los recortes aplicados por el Gobierno central y los ejecutivos autonómicos para cumplir los compromisos de reducción del déficit contraídos con nuestros socios de la Unión Europea (UE).Y, por lo tanto, una vez más, el empleo es el principal problema de los ciudadanos españoles y la negociación ente los agentes sociales, patronal y sindicatos, sus encuentros y desencuentros, en el intento de diseñar un mercado de trabajo justo pero flexible que contribuya a reducir el paro, vuelven a ser vitales para el futuro a corto, medio y largo plazo del país. Lo mismo que hace veinte años.

En aquel 11 de noviembre de 1992, EL BOLETÍN concedió el honor de ser la noticia principal de su primera portada a unas declaraciones del ya fallecido José María Cuevas, que en la época era el presidente de la Confederación Española de Organ­izaciones Empresariales (CEOE). Cuevas criticaba con dureza la política económica del Gobierno socialista presidido por Felipe González, que acababa de pactar ciertos cambios en la Ley de Huelga con los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO, aparentemente sin tener demasiado en cuenta la opinión al respecto de la patronal. El enfado del recordado líder de la CEOE con aquella negociación, que según él afirmaba se había realizado a espaldas de la patronal, era tal que le llevó a declarar que con las políticas aplicadas por el ejecutivo de González, España no iba a poder soportar estar en la Unión Europea (UE). La pugna tenía lugar además, solo nueve meses antes de las elecciones generales que se celebrarían en junio de 1993 y por eso, para Cuevas, el acuerdo fraguado por los sindicatos y el Gobierno tenía un evidente matiz electoralista. Por supuesto, desde la otra parte no se compartía esta visión. Antonio Gutiérrez, que entonces era el secretario general de CCOO, acusó a los empresarios de «querer desentenderse de Europa», algo que consideraba en línea con el «aislacionismo histórico» que, en su opinión caracterizaba a la patronal española. Tampoco en el PSOE se estaba de acuerdo con Cuevas. Desde Ferraz, el entonces número dos del partido, Alfonso Guerra, afirmó que las declaraciones de Cuevas eran «un galimatías insensato».

Guerra, el único español que ha sido diputado ininterrumpidamente desde que fue elegido por primera vez en 1977 hasta la legislatura que acaba de concluir, había dejado la vicepresidencia del Gobierno en enero de 1991 por culpa del escándalo de corrupción que implicó a su hermano Juan. Sin embargo, conservaba el control del partido, desde la Secretaría de Organización, un puesto que aún tardaría varios años en abandonar. Era un dirigente que representaba al ala izquierda de un grupo político que se desangraba por el desgaste de una década de poder, la corrupción de algunos de sus miembros y la desilusión que sus políticas habían provocado, precisamente, entre los votantes más progresistas.

Y eso que aquel fue un año triunfal en el que se registró el éxito multitudinario de la Expo­sición Universal de Sevilla y los primeros triunfos deportivos españoles en las grandes ligas internacionales gracias a las medallas conseguidas en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Dos acontecimiento que fueron la antesala de los numerosas glorias deportivas y culturales que se acumularían en los años siguientes.

Pero el PSOE no pudo beneficiarse del todo, al menos en principio, de aquel ambiente de euforia, porque en 1992, también se habían producido algunas imágenes impensables para el inconsciente colectivo de la izquierda española que pasarían factura al partido. Como el registro realizado por la policía en su sede central a las órdenes de Marino Barbero, el juez instructor del ‘caso Filesa’, en busca de posibles pruebas del esquema de financiación ilegal que se investigaba.

Así empezó todo. Filesa no fue el primer caso de corrupción, pero sí marcó un punto de inflexión porque hasta entonces a los políticos que habían surgido tras la transición que trajo la democracia a España, especialmente a los situados en la izquierda, se les presuponía honrados. Luego ha habido otros muchas tramas delictivas, pero en 1992, el ‘caso Filesa’ marcaba la actualidad y con las sospechas que proyectaba sobre la actividad política de los socialistas, estos necesitaban, casi desesperadamente, alinearse con unos sindicatos a los que aún se les presuponía transparencia y limpieza. Los acuerdos con los representantes de los trabajadores no le venía mal a un PSOE cada vez más desacreditado y que, a la vez, intentaba demostrar a sus bases la evidente cercanía y sintonía en los planteamientos de una patronal que giraba en la del PP, el nuevo partido conservador recién refundado por un José María Aznar que ya se veía en La Moncloa.

Casi lo mismo que sucede ahora, aunque por motivos distintos y con la salvedad de que Joan Rosell, el actual presidente de la patronal, mantiene un perfil más bajo en sus discrepancias con el Gobierno socialista que el que caracterizó a Cuevas en los últimos años de Felipe González. Pero también Rosell se ha distanciado de los sindicatos y parece confiar en la victoria del vigente candidato del PP, Mariano Rajoy, para conseguir algunos de los objetivos declarados que no pudo acordar con las centrales. Sobre todo, los relacionados con la reforma del mercado de trabajo y la negociación colectiva. Otra curiosa coincidencia proviene de la posición que ocupa España en Europa y de las dudas que algunos sectores siembran sobre las posibilidades del país de mantenerse dentro del club. Aunque, en este caso, la diferencia sustancial estriba en que hoy lo que se pretende conservar es el puesto obtenido como miembro fundamental de la Zona del euro, como parte importante del grupo de 17 países del Viejo Continente por los que circula la moneda única. En 1992, había muchos expertos económicos, los ‘euroescépticos’ que no creían posible conseguir la ansiada Unión Monetaria Europea, alrededor de una divisa común que inicialmente se iba a llamar ‘ecu’. Veinte años después sus profecías pesimistas podrían cumplirse si la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que, hoy por hoy, toman las decisiones en la UE, mantienen su agenda condicionada por las políticas nacionales y los ataques especulativos acaban por hacer saltar por los aires al euro.

Pero, de momento el euro existe. La moneda única es una realidad que superó varias crisis previas a su propio nacimiento como los ataques especulativos sobre la libra esterlina que destrozaron el Sistema Monetario Europeo, un mecanismo de coordinación de las monedas, a cambios semifijos, con el que se preparaba el terreno para la introducción final de la divisa común. Aquella campaña consagró a George Soros y a su Quantum Fund como el gestor más famoso de fondos de alto riesgo de la historia, casi un mito para la especulación financiera internacional. De modo que el euro se ha convertido en realidad gracias al decidido impulso de una generación de políticos, como el propio Felipe González o el francés Jacques Delors, el mejor presidente que ha tenido hasta ahora la Comisión Europea, o el alemán Helmut Kohl.

Para la mayoría de los analistas económicos de la década de los noventa, resultaba quimérico imaginar que la economía española pudiera llegar a cumplir los Criterios de Convergencia que establecía el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y que entraría en vigor en enero de 1993. Entre otros motivos porque la posibilidad de llegar a situar el déficit público por debajo del 3%, tal y como se exigía para estar en la moneda única resultaba un empeño imposible. Lo mismo que se dice ahora de los compromisos de recorte del déficit contraídos por el Gobierno español actual con sus socios europeos para evitar un eventual ‘rescate’ y conseguir que nuestro país siga en la Eurozona. Aunque tampoco era fácil imaginar que las cajas de ahorro iban a desaparecer y convertirse en bancos en medio de un proceso forzoso de consolidación del sistema financiero español cuyos problemas no terminaron, como llegamos a creer con el saneamiento de Banesto. O que algunas de nuestras empresas como Telefónica, Inditex, el Santander e Iberdrola iban a convertirse en multinacionales de alcance global con nombres conocidos en todo el mundo. Hay pues sustanciales diferencias. Pero las similitudes entre noviembre de 1992 y noviembre de 2011, no acaban ahí.

El aspirante Aznar. Sin ir más lejos, la noticia que ocupaba el segunda lugar más visible de aquella primera plana era una entrevista con José María Aznar, entonces líder de la oposición y presidente del PP. Aznar, con las encuestas de su lado aunque con un margen más reducido que el que hoy favorece a Rajoy, prometía en sus declaraciones a EL BOLETÍN barrer a Felipe González, en las siguientes elecciones, en el que iba a ser su segundo asalto a La Moncloa tras haber sido ampliamente derrotado en octubre de 1989. En 1992, Felipe González empezaba a tambalearse, pero ni la crisis que se avecinaba ni los casos de corrupción pudieron con él. El momento de Aznar no llegó hasta 1996, e incluso entonces su victoria fue más ajustada de lo que se esperaba. Entre las propuestas del entonces líder del PP estaba el deseo de recuperar el concepto de España como nación, rebajar los impuestos con un recorte drástico del gasto público y la aplicación rigurosa de un modelo de regeneración ética. Más o menos, lo mismo que ofrece hoy un Rajoy que, si las encuestas han atinado, se convertirá en presidente el próximo día 20 de noviembre.

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