‘I Never Learn’, un disco de Lykke Li

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‘I Never Learn’, un disco de Lykke Li

‘I Never Learn’, un disco de Lykke Li

A sus 28 años, la cantante sueca descubre en su tercer álbum la utilidad de los medios tiempos para describir una ruptura amorosa. Never Gonna Love Again by Lykke Li on Grooveshark

Andan los tiempos revueltos y las relaciones se resienten. De modo que en lo que llevamos de año acumulamos ya unos cuantos discos, como este ‘I Never Learn’, de la cantante sueca Lykke Li, que giran en torno a la devastación sentimental que producen las rupturas amorosas.

La epidemia, además, afecta últimamente más a las chicas (Marissa Naddler, Angel Olsen…) que a los chicos y provoca la composición de canciones dispares con un único denominador común: suelen ser las mejores que las protagonistas del desastre han compuesto. Al menos, según la opinión de los críticos más ‘modernos’.

Algo ha cambiado también en muchos de los escritores que dictan sentencia desde los templos en los que se fijan las modas musicales. Los jóvenes leones de antaño pasan ya de los treinta, algunos hasta de los cuarenta, y su actitud parece menos belicosa. Como si sus gustos hubieran cambiado también un poco.

¿Se habrán aburguesado? Tal vez. Y si así fuera estaríamos en un tiempo de transición en el que ya estaría preparada la próxima revolución, el estallido de alguna corriente capaz de provocar un giro de ciento ochenta grados en las tendencias actuales. Pero, mientras tanto, disfrutemos del momento.

El canon actual eleva a las alturas discos como este de Lykke Li. Un combinado de medios tiempos, melodías pegadizas, con su toque melancólico y sus letras autocomplacientes, pero poéticas, al que sólo le falta un mayor protagonismo de las guitarras acústicas para recordarnos el estilo de algunas obras ‘maestras’ del llamado rock ligero como las que facturaron en el último tramo de la década de los setenta los Fleetwood Mac de Stevie Nicks.

De hecho, en algunos comentarios sobre este álbum aparece esa comparación, pero realizada en tono positivo. Algo impensable hace un par de años pero posible ahora por aquello de las vueltas que da la vida. Al final estamos ante ese tipo de canciones que siempre dan en el clavo, aunque algunas sean más memorables que otras.

Ya desde la portada, Lykke nos descubre sus cartas. Allí está ella vestida de luto riguroso y con el pelo teñido de color negro azabache. Como una joven viuda henchida de dolor que hubiera presenciado el fallecimiento prematuro de su amante. De modo que si se animan a ‘hincarle el diente’ a este álbum, no se les ocurra decir luego que no estaban advertidos.

Lo que ‘I Never Learn’ ofrece nada tiene que ver con las melodías saltarinas de celebración de los ritos previos al apareamiento que contenía su primer disco ‘Youth Novels’, grabado a la tierna edad de 22 años, ni con la madurez, aún ingenua, de ‘Wounded Rhymes’, disco que le permitió coquetear por primera vez con la posibilidad de tener un éxito mundial masivo que quizá consiga ahora.

Li canta mejor que nunca, eso sí, y parece haber tomado más directamente las riendas de su carrera y su sonido. De hecho participa en la producción, aunque apoyada por Bjorn Yttling, su descubridor y ‘alma mater’ del trio Peter, Bjorn and John y Greg Kurstin,el responsable de los mejores momentos de Lilly Allen.

Como se ve dos avezados profesionales que saben bien a lo que juegan. Esto ya no es ‘indie’ aquí aspiramos a ‘mojarle la oreja’ a la mismísima Beyonce si llega el caso. Y, aunque por ahora no parece posible subir tan alto en la escalera de lo puramente comercial. Todo llegará. Sin que eso signifique que su trabajo pierda calidad, ni mucho menos.

De momento, yo me quedón con ‘I Never Learn’, la canción que da título al disco y suena en primer lugar. Un tema que engancha desde el primer momento gracias al constante y cadencioso y envolvente ritmo de unas sensacionales guitarras acústicas.

Pero habrá quien prefiera ‘Love me Like I’m Not Made of Stone’, donde la diva declara que quiere ser ‘amada a fondo aunque le duela luego. O ‘Never Gonna Love Again’ esa declaración de principios que contradice lo anterior y en la que Lykke asegura que no va a volver a enamorarse mientras viva.

En fín. Hay bastantes melodías memorables y unas cuantas canciones ‘bonitas’ en este tercer álbum de Lykke Li, cuyo mayor defecto es resultar agradable y perfecto para servir de música de fondo, mientras se hacen otras cosas. Una utilidad, sin embargo, que ha acompañado siempre a los buenos discos de pop de toda la vida. Quizá porque el desgarro no acaba de arañar el corazón lo suficiente.

No, es más bien un suave revoloteo de ‘dolor’ que se instala en el ambiente y que puede llegar a rozar lo ‘eurovisivo’ en algunos momentos. Y ni siquiera esta calificación suena peyorativa ahora, cuando se cumplen cuarenta años de la victoria de Abba con su dinámica canción Waterloo y Lady Gaga ficha de ‘telonera’ a Conchita Wurst, la última ganadora del certámen.

De modo que Lykke está en el camino correcto. Ahora sólo falta que alguien le regale un disco de coplas a Lykke para que sume el glorioso trasfondo histórico de los amores rotos que narraban los enormes Quintero, León y Quiroga a ese universo sonoro personal, en el que aún parecen tener mucho peso prestigiosas damas oscuras y dolientes como Pj Harvey, a quien tampoco le hubieran venido mal un par de escuchas atentas de lo mejor de Concha Piquer.

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