‘Salad Days’, un disco de Mac DeMarco

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‘Salad Days’, un disco de Mac DeMarco

Portada del disco ‘Salad Days’, de Mac DeMarco

A sus 23 años, el cantante y compositor canadiense intenta alcanzar la cumbre con un disco en el que reivindica la vigencia del buen pop de toda la vida. Salad Days by Mac DeMarco on Grooveshark

Los últimos discos ‘nuevos’ a los que me enfrento tienen algo de ‘deja vu’ un interesante ‘regusto’ clásico que me reconforta y me reafirma en mis viejas convicciones de aficionado omnívoro, devorador de todo tipo de sonidos. Sin embargo, las reminiscencias de esos estilos de siempre no impiden que se trate de obras renovadoras y capaces de enseñarle un par de nuevos trucos a cualquier veterano escamado que crea haberlo visto ya todo.

Justamente eso es lo que acaba de pasarme con este ‘Salad Days’, el segundo disco del joven artista canadiense Mac DeMarco. Un tipo con sólo 23 años que puede tenerlo difícil para que la crítica especializada le tome en serio. Sobre todo porque se ha forjado una imagen contradictoria, de diletante que pasa de todo y bromista superlativo que puede perjudicarle ahora, por mucho que le beneficiara al principio. Lo mismo que sucede con otros artistas notables como Mika, por ejemplo, o hasta esa Milley Cirus a la que algunos nos resistimos a dar definitivamente por pérdida, el personaje se come al músico. Y no debería ser así.

Lo primero que hay que dejar claro es que DeMarco sabe hacer canciones. Maneja bien un género sencillo en apariencia, pero muy complicado en realidad. Controla esos fogonazos de tres minutos en los que la letra y la melodía lo son todo y donde los arreglos instrumentales no pueden esconder el vacío, cuando los temas son vulgares o carecen de la chispa necesaria. Esto es pop amigo. Te pongas como te pongas, cuando decides trabajar este género el virtuosismo no te va a servir de nada. O de casi nada. Un buen solo, corto y contundente puede aportar belleza, pero no deja de ser un simple accesorio.

Quizá por eso en Salad Days, hay muchos pasajes en los que puede apreciarse el rastro de tipos verdaderamente grandes. De Ray Davies o Lennon y McCartney. Pero las comparaciones son odiosas y DeMarco tiene mucho tiempo por delante para mejorar si fuera necesario. Aunque tampoco conviene olvidar que sus modelos llegaron verdaderamente lejos a unas edades similares a la que tiene nuestro protagonista de hoy. Así que, si aspira a llegar a la cumbre, le toca mantener esta línea ascendente. No va a ser fácil.

De momento, el propio canadiense se ha puesto el listón muy alto. Ya desde el principio, en la canción que da título al disco enseña sus cartas. Una melodía pegajosa, un arreglo envolvente, fresco pero con espacio para momentos de cierta melancolía y un tema recurrente en los ‘cantautores’ roqueros: la nostalgia por los tiempos pasados que no volverán. Y, a pesar de su corta edad, suena auténtico. No es un simple ejercicio de estilo. O no sólo eso.

A lo largo del álbum DeMarco toca casi todos los palos. Explora todos los tópicos poéticos del pop adolescente y suele hacerlo con éxito. Se trata de crónicas urgentes de alguien que ha crecido, quizá a su pesar, y deja atrás los años de la infancia, la casa de los padres y aquellos primeros amigos, para instalarse en un mundo nuevo y no necesariamente hostil. O no del todo. Un lugar desconocido en el que los interrogantes son más que las respuestas y en el que lo aprendido hasta ahora no sirve para desvelar la nuevas claves de los sucesos. Pero esa profundidad del contexto no convierte en arcanos indescifrables las letras de unas canciones que pueden tararearse sin mayores problemas.

Hay también guitarras cristalinas, o ‘surferas’, bajos con potencia y bien presentes y un tratamiento curioso de los sintetizadores que beneficia a algunas canciones como ‘Chamber of Reflections’ quizá el momento más innovador de un álbum que no busca la modernidad como excusa para esconder la falta de ideas. Y muchos ‘singles’ potenciales. Como los que tenían aquellos discos de los sesenta a los que nos referíamos antes y también muchos aparecidos en la década de los ochenta, sobre todo en sus primeros compases. Momentos, en los que hacer pop de primera categoría estaba bien visto. Aunque a alguno se le fuera la mano con el rimmel.

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