July

El tocadiscos

July

July, de Marissa Nadler. carátula del disco

Marissa Nadler Dead City Emily by Marissa Nadler on Grooveshark

La ‘brujita’ mística y dulce que hechizaba a las bestias del ‘Black Metal’ más rabioso, con sus melodías bucólicas ha sufrido un desengaño amoroso. O, también pudiera ser, que la aplicada cantante folk excelente alumna de la gran Joni Mitchell y sus afinaciones abiertas, cuya blanca palidez y negras vestiduras asemejaban su aspecto al de los ‘góticos’ más radicales esté a punto de darse de baja de ‘Darkyria.com’, la red social favoritas de los jóvenes vampiros y licántropos de fin de semana.Este es un posible resumen de lo que podemos encontrar en ‘July’, el último disco de Marissa Nadler, la cantante de Boston que, más o menos, una década después de haber iniciado su carrera, ha publicado su trabajo ‘mas terrenal’. Y quizá también el mejor, hasta el momento.

Aunque Naddler ha crecido a fuego lento y ha pisado multitud de escenarios, grandes y pequeños durante estos diez años. Incluso, cuando ya era un proyecto de estrella, con criticas favorables en revistas de referencia como ‘Uncut’ y llenaba grandes auditorios en algunos países, no tenía ningún problema en empezar de cero en España, por ejemplo, donde llegó a tocar en pequeños ‘clubes’ llenos de encanto como el ‘Rincón del Arte Nuevo’ de Madrid, como si fuera una nueva ‘cantautora’ más.

Esta forma de avanzar, paso a paso y sin caerse, tan extraña en estos tiempos, han imprimido un carácter único a Marissa que ha crecido mucho desde que tuvimos ocasión de verla por aquí en un par de ocasiones pero, y eso es más raro todavía hoy por hoy, con una evolución propia que la ha alejado de las figuras del movimiento ‘neofolk’ con las que se emparentó al principio. Quizá porque ella sí amaba y conocía a fondo la música de maestros como Leonard Cohen o Tom Waits y, a la vez, había crecido escuchando las melodías tradicionales anglosajonas de raíz europea, irlandesa, sobre todo, y, por lo tanto, su devenir era más natural que impostado.

Para esta sexta entrega, Marissa ha elegido como productor a Randall Dunn, un tipo que se ha hecho famoso por estar a los mandos de los trabajos más duros de combos ‘ultraduros’ como Earth o Wolves in the Throne Room. Es decir, al menos en términos musicales, alguien en las antípodas de esta cantante y guitarrista aficionada al minimalismo, lo etéreo y que, en ocasiones, se ha movido en los territorios colindantes con la vieja y, no siempre convincente, ‘new age’.

Pero Dunn, que si ha dotado de mayor carnosidad de lo habitual a la evanescente música de esta joven diva, ha respetado escrupulosamente su personalidad y desterrado, por ejemplo, por completo de ‘July’ cualquier atisbo de sonido distorsionado o bombo machacón. Aquí todo es frágil y cristalino lo que aún pone más de manifiesto el drama que se esconde tras estas melodías volátiles y que sugieren unas letras en las que el desamor es la referencia principal.

Un desamor contradictorio, como suele ser, que dibuja los momentos de tensión que suelen producirse tras las rupturas de las relaciones que han durado mucho tiempo, en las que se ha invertido esfuerzo e ilusiones y que, cuando todo se desvanece, deja un rastro de rabia y dolor, difícil de superar, hasta para quien ya sabe que la huida es el único camino para sobrevivir al desastre.

Un buen ejemplo de esa combinación entre fragilidad, convicción y fuerza de la que hablamos podría ser la exquisita y pegadiza melodía de ‘Firecrackers’, la tercera canción del disco. Una especie de oración laica que la voz va hilvanando sobre un sencillo acompañamiento de guitarra acústica, muy a lo Joan Baez, pero reforzado después por unos coros concisos y unos fondos orquestales un poco espectrales que nos llevan a otros territorios más misteriosos y melancólicos.

Lo mismo sucede con otras canciones de corte casi clásico, como ‘Drive’, la que abre el disco, cuya intención, y cuya letra, se acerca a los presupuestos de alguna cantante de country del estilo de Gillian Welch, pero que se beneficia de un clima inquietante que, sin embargo, relaja más que inducir al desasosiego. O con ‘Dead City Emily’, en este caso una evocadora pieza folk de casi seis minutos de duración que Naddler eligió como sencillo de presentación de este disco y donde esa mezcla entre las cuerdas de acero arpegiadas con firmeza de una guitarra acústica y la suave pirotecnia de apoyo que dispone aquí y allá Randall Dunn para que la canción avance alcanza quizá su máxima expresión.

Aunque habrá, como yo mismo, quien prefiera ‘Holiday Inn’ una buena canción, por encima de todo, donde puede apreciarse la maestría obtenida a lo largo del tiempo por Marissa en el dominio del estilo ‘fingerpicking’, gracias a la guitarra desnuda y solitaria que casi hasta el final del tema constituye el único acompañamiento. O, por el contrario, quien elija la mayor densidad instrumental, y el protagonismo del teclado de ‘Nothing in my heart’, otra gran melodía devastadora que nos sirve una letra llena de melancolía que habla de corazones rotos y días lluviosos. Sin olvidarnos claro de ‘Was it a Dream’, una canción en la que el suave balanceo de una batería con el poder sirve en bandeja un precioso solo de guitarra eléctrica que no conviene perderse.

Y estas son sólo algunas pistas para sumergirse en las once canciones de ‘July’ el sexto disco de Marissa Naddler. Una interesante pieza de folk contemporáneo, curiosamente luminoso y vital, a pesar de la oscuridad y la tristeza que parecer transmitir en las primeras escuchas. Así que si están en uno de esos momentos en los que parecen necesitar un poco de melancolía y una atmósfera sutilmente evocadoras para romper con las prisas habituales de la vida cotidiana, refúgiense en esta música y encontrarán consuelo. Por lo menos, eso es lo que me ha pasado a mi.

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