¿Cuándo no hubo crisis?

Tribuna Especial 25 Aniversario

¿Cuándo no hubo crisis?

Enrique Sanz Fernández-Lomana, Presidente Mutualidad de la Abogacía

En un momento del largometraje “El hijo de la novia”, desarrollada en Argentina, el protagonista responde a su padre, acerca de la dificultad de la situación económica en su país, con la frase: “¿Cómo esta crisis? ¿Cuándo no hubo crisis acá?… quiero decir si no hay inflación, hay recesión y, si no, hay inflación con recesión…”.
En un momento del largometraje “El hijo de la novia”, desarrollada en Argentina, el protagonista responde a su padre, acerca de la dificultad de la situación económica en su país, con la frase: “¿Cómo esta crisis? ¿Cuándo no hubo crisis acá?… quiero decir si no hay inflación, hay recesión y, si no, hay inflación con recesión…”.
 
Es muy posible que buena parte de la población actual en España, de los consumidores, empresarios, jubilados, y en suma de todos los que conformamos la sociedad pensemos, después de tantos años de vicisitudes económicas, lo mismo que opinaba el actor en la película mencionada: “¿Cuándo no hubo crisis?”.
 
La realidad es que hace ya más de ocho años que quebró Lehman Brothers, el gigante americano que da nombre e inicio oficial a los desequilibrios que hemos vivido y que, probablemente en cierta medida, seguiremos viviendo algún tiempo más. Ocho años de inestabilidad en los mercados, de serios problemas para las más de las empresas y de innumerables penurias para muchas familias.
 
Y es que las crisis, aparte de sus componentes congénitos, ya clásicos, de dificultad y de oportunidad, no son desde luego inocuas; dejan un poso en todos los actores sociales. Un poso que, en ocasiones, sigue vigente durante varias generaciones: aún es complicado ver como un alemán mira con buenos ojos que se tomen medidas que favorezcan subidas en los precios de los productos… y así es desde la hiperinflación de la República de Weimar, en los años 20 del pasado siglo. De manera análoga, ningún estadounidense, el país por antonomasia de la libertad de empresa, obstaculizará políticas activas de demanda, en favor de luchar contra el desempleo: la Gran Depresión posterior a la crisis del 29 y el sabor amargo de las uvas de la ira, son algo más que un recuerdo o una novela de Steinbeck.
 
En todo caso, este recuerdo del pasado no debe obviar el hecho de que el tiempo pasa y la economía se mueve. Y no son pocos los cambios vividos en estos años, tanto de carácter puramente económico y de mercado como de carácter social. Tal vez merezca la pena detenernos someramente en estos aspectos.
 
La economía y los mercados.
 
Se suele decir que la historia se repite siempre dos veces: la primera como tragedia y la segunda como comedia. En realidad, raramente las crisis económicas se repiten de manera análoga: Hoy sería muy fácil hacer frente a una crisis como la de 1929 o incluso evitar este último ciclo negativo vivido. El problema consiste en identificar correctamente el problema… y a tiempo. Y, sobre todo tener la capacidad y voluntad de hacerle frente, incluso con medidas duras e impopulares.
 
Desde luego, esta crisis sí ha tenido como efecto colateral mejorar la formación económica del ciudadano de a pié: Con Lehman aprendimos lo que eran y hacían las agencias de rating. Con la crisis de deuda española, lo que era la prima de riesgo. Preferentes, default, Reserva Federal, déficit público, han pasado a ser expresiones de uso común. Porque ha sido largo el camino. Largo y duro.
 
Los graves desequilibrios generados tras la quiebra de Lehman dieron paso al uso intensivo por parte de los bancos centrales de políticas monetarias expansivas, con el fin de evitar problemas de liquidez en el sistema en general y en los bancos en particular. Asimismo, la crisis de deuda pública en Europa llevó al Banco Central Europeo a realizar políticas similares, constituyéndose, con matices pero en esencia, como un “comprador de último recurso” de la deuda nacional de cada uno de los países del euro.
 
A día de hoy se puede decir que estas políticas han tenido éxito ‘solo’ en parte: Es evidente que se ha logrado evitar el colapso del sistema bancario y financiero mundial. También ha dejado de ser un problema aparente (de manera sorpresiva, diríamos) los elevados niveles de deuda pública nacionales: No existe un claro incentivo a reducir el endeudamiento, en un mundo de bajísimos tipos de interés. En resumen, los analgésicos, en forma de liquidez, han funcionado correctamente.
 
Pero los analgésicos no sirven para luchar contra la infección. Desde luego, no todo lo que se pensaba. La liquidez no se ha transformado en crecimiento económico de manera visible: Las grandes deudas nacionales, públicas y privadas, a las que hacíamos referencia funcionan como un camión lleno de ladrillos, que impiden a muchas economías, singularmente la estadounidense, poder crecer a su nivel potencial. Adicionalmente, esta gran masa de dinero ha servido más para provocar inflación en las cotizaciones de los activos financieros, de manera especial en la renta fija, que en incrementar los precios de las cestas que componen los IPC de cada país. Con ello hemos conseguido un cierto efecto de ‘aletargamiento’ económico, que algunos analistas asimilan a la japonización de la economía (bajo crecimiento e inflación cercana a cero sine die).
 
Debemos advertir no obstante de los riesgos económicos de esta situación, derivados de la posibilidad de que la ‘normalización, entendiendo como tal la mejora del crecimiento, la inflación y, con ello, de los tipos de interés, puedan tener un efecto adverso sobre los mercados. La habitual frase “los tipos bajos han venido para quedarse” infiere un pensamiento inversor de largo alcance, que se puede ver superado por los hechos. En este caso hablaríamos de posibles subidas de tipos o primas de riesgo, como consecuencia de la aparición de niveles imprevistos de inflación o shocks exógenos, por ejemplo de carácter político. En ese contexto, quién puede decir que la crisis pasada, donde el fantasma de la deflación gravitaba sobre todos, no se transforme en lo contrario. Por todo ello, precaución.
 
Los desequilibrios
 
No está de más comentar, llegados a este punto, que la nueva crisis ha generado nuevos conceptos y situaciones, muy distintos a las que nos enseñaron nuestros mayores: Que bajen los tipos de interés con los que se retribuye al acreedor y que eso provoque más ahorro en lugar de más consumo, como ha ocurrido en Alemania, no parece lo más natural. Tampoco lo parece asistir a tipos de interés negativos. O a deudas públicas estabilizadas sistemáticamente por encima del 100% del PIB (recordemos que para cumplir con los Tratados de Maastricht se pedía un máximo del 60% de deuda pública sobre PIB).
 
Debemos tener en cuenta que la economía es una ciencia social: hablamos, en última instancia, de personas. De sus trabajos, sus empresas, sus pensiones, sus inversiones. De su presente y su futuro, en suma. Y en esas condiciones, no todo son matemáticas ni la famosa Regla de Taylor del incremento de deuda, por más que no se pueda obviar, ni mucho menos, el componente técnico frente al político.
 
En esa línea argumental, recientemente hemos asistido a la victoria, contra pronóstico, de Donald Trump en las elecciones estadounidenses. Hace unos meses, también contra pronóstico, venció la opción del Brexit frente a la permanencia en la Unión Europea del Reino Unido. Los partidos de corte populista, sean de un signo político o de otro, parecen ganar terreno (cuando no ganar directamente) a los partidos moderados tradicionales en casi todo occidente. Todo ello nos debe hacer reflexionar sobre el descontento que amplias capas de la población están mostrando, aun teniendo en cuanta que, probablemente, ya haya pasado lo más crudo de la crisis, en términos estrictamente económicos.
 
Nada de esto es nuevo, sin duda: la Depresión de 1929 fue el germen de los extremismos de los años 30. No es de extrañar pues que una crisis que, en el caso español, ha supuesto una caída de consumo equivalente, en términos porcentuales (y no sin cierta demagogia, ante situaciones no comprables), a un año de la Guerra Civil, muestre síntomas de hartazgo en el conjunto de la población.
 
En buena medida, nos encontramos en un mundo caracterizado por la súper información. Los medios de comunicación enlazan el globo prácticamente en tiempo real. La capacidad de respuesta de los ciudadanos ante este hecho es pues mucho más alta que la de sus congéneres de la Revolución Francesa o Soviética. Diariamente ‘consumimos’ problemas y dificultades, en muchos casos de índole económico y político, que causan saturación, desafección o incluso resentimiento entre quienes sustentan el sistema económico y político con sus impuestos.
 
Debemos prestar mucha atención antes estos imponderables, tratando de explicar, con mucha pedagogía que, aún con la crisis, es difícil encontrar un periodo económico más próspero en la historia moderna para el mundo en su conjunto, para occidente en concreto y, de manera muy especial, para España, que los últimos 25 años. Muchos de los problemas actuales de ámbito económico tienen solución o, al menos, tratamiento. La crisis ha sido muy dura y deja heridas abiertas, pero ello no debe ser obstáculo para ver el futuro con algo más de optimismo, por más que siempre, siempre, aparezcan dificultades en el camino… especialmente en el camino que tiene que ver con el dinero. Porque en todo caso, seguro que, hoy como ayer, podremos aplicarnos la frase del inmortal Winston S. Churchill: “Cuando pienso en todas mis preocupaciones recuerdo la historia del anciano que, en su lecho de muerte, contó haber tenido muchos problemas en su vida, la mayoría de los cuáles nunca existió”.
 

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