Los ‘coqueteos’ con la antigua CiU debilitan a Podemos

Detrás de la cortina

Los ‘coqueteos’ con la antigua CiU debilitan a Podemos

Rafael Alba

Podemos puede pagar cara en las urnas su sumisión táctica a la agenda política del viejo ‘soberanismo’ conservador Puede que ni Pablo Iglesias ni Iñigo Errejón se hayan dado cuenta, aunque no parece probable, pero pare que, a una buena parte de su electorado potencial, incluso en Cataluña no le guste nada que, en los últimos tiempos, los líderes ‘podemitas’ parezcan dispuestos a alcanzar acuerdos de ámbito nacional con los representantes de ese partido antes conocido como CiU, tan corrompido como el que más en el pasado, y tan entusiasta o más que el PP a la hora de sacar la tijera y ponerse a hacer recortes. La imagen de Jordi Pujol y sus hijos, o de Artur Mas, Francesc Homs y su cuadrilla no casa demasiado bien con el proyecto de regeneración democrática y cambios en la política económica que impulsaron los fundadores del proyecto morado y les ha pasado y les pasará factura.
 
Antes de que la realidad de las urnas hiciera añicos los bellos sueños iniciales de Podemos ningún ‘podemita’, ni siquiera los catalanes, tenía demasiadas dudas sobre el hecho de que los ‘convergentes’, carne de ‘casta’ en estado puro eran el enemigo y, mientras, su oferta ideológica a la población se centró en la lucha contra la desigualdad y los recortes, la defensa del estado del bienestar y la persecución de los comportamientos políticos corruptos Podemos fue una voz política nítida capaz de seducir a los catalanes. De ofrecerles ese proyecto ‘ilusionante’ que resultaba más atractivo que una anacrónica independencia que puede contribuir a convertir a Cataluña en una isla.
 
Y entonces, incomprensiblemente Iglesias y los suyos se enredaron en la maraña de los intereses creados por la telaraña soberanista catalana que dispone del combustible que le proporciona el dinero público de la Generalitat para ganar adeptos. Y se han liado tanto que ahora parecen haber encontrado puntos de contacto con su enemigo natural. Porque, en realidad, en los círculos puede haberse aceptado, y no del todo, esa cantinela de que hace falta respetar el derecho a decidir de todos los pueblos de España y demás, pero ténganlo claro a las huestes ‘podemitas’ no les gusta nada que se les recuerde que sus líderes quieren asociarse o buscar la complicidad de los representantes del establishment catalán de la era ‘pujolista’ para impulsar un proyecto de cambio. Lo que no significa que no sea cierto, sin embargo, que resulte imposible imaginar cualquier futuro para el estado español sin haber resuelto de algún modo las cuestiones que siguen pendientes en Cataluña.
 
Hagan la prueba. Si se elimina momentáneamente del cuadro el espinoso problema que su pone el auge del independentismo catalán la posibilidad de que surgiera rápidamente una mayoría de gobierno que terminará con la amenaza latente de unas terceras elecciones aumentaría exponencialmente. Y podríamos tener tanto un ejecutivo continuista en lo económico que apostará por pasar la página de la corrupción abriendo mucho la mano para no hacer sangre con los culpables históricos del fiasco, como la opción contraria. Ese nuevo Gobierno con mayúsculas para el cambio y la regeneración en el que casi todo el mundo dice querer participar, pero que nadie impulsa de verdad.
 
Es lógico, por supuesto. Y sobre todo debería serlo para todos aquellos que insisten, quizá con razón o quizá no, en asegurar que Cataluña forma parte de España. De momento, por lo menos sí. Y por lo tanto lo que se vota allí tiene una gran relevancia, porque estamos ante uno de los territorios más poblados del país y con más peso en sus constantes vitales. Y también, por obra y gracia de las tendencias migratorias del siglo XX, con un territorio cuyos habitantes tienen un origen remoto bastante mestizo, y muy poca pureza de sangre que reivindicar, en realidad. De modo que allí, especialmente en Barcelona, no debe ser nada difícil sentir un alto grado de empatía con los problemas comunes que azotan a la mayoría de los ciudadanos españoles porque existen lazos culturales, familiares y afectivos fuertes y perfectamente establecidos.
 
Y debido a la importancia de este territorio en el que las opciones políticas secesionistas han logrado obtener la mayoría parlamentaria para adueñarse de las instituciones, algo parece evidente, sin encontrar la salida a esta situación será imposible solucionar el bloqueo político español. Por mucho que se repitan las elecciones generales o se articulen mayorías de emergencia sin fuerza parlamentaria suficiente para asegurar la gobernabilidad del país. Son verdades de Perogrullo que todo el mundo sabe a estas alturas, pero las que se pretende pasar de puntillas, mientras se espera a que deje de llover. Y no es sólo el presidente en funciones Mariano Rajoy quien practica esta táctica. Lo hacen también un Albert Rivera que conoce muy bien el asunto porque lo ha vivido muy de cerca y tanto Pedro Sánchez como la mayoría de los llamados barones socialistas que, sin embargo, están perfectamente al tanto de que el principio de su decadencia, desencadenado por José Luis Rodríguez Zapatero y su estilo de gobierno, tiene mucho que ver con la sangría constante de votos que han experimentado en Cataluña desde entonces.
 
Y como he dicho antes, quizá Podemos tampoco pueda presumir demasiado sobre este asunto particular. Porque, en mi opinión, el frenazo que impidió a Pablo Iglesias y sus huestes completar el asalto al cielo, también se produjo por su incapacidad para aportar una solución a esa ‘patata caliente’. Quizá ese apoyo incondicional al referéndum del sí o el no, con el que se alinean puede convertir en una fuerza competitiva en Cataluña a esa extraña candidatura que los ‘podemitas’ han impulsado allí, pero supone plomo en las alas para las ambiciones electorales del partido porque le impide crecer en el resto de España. E incluso, diferenciarse allí mismo de otras opciones igualmente nítidas como la CUP o ERC que, a la hora de la verdad, en las elecciones autonómicas recuperan su voto prestado y limitan por completo la relevancia del partido morado y sus aliados que pueden ser fuertes en Barcelona, pero naufragan en la mayoría de las circunscripciones.
 
A lo mejor, lo único que pasa es que muchos de esos votantes potenciales que han optado por volver a la abstención, también los catalanes, están un poco hartos de que sus verdaderos problemas pasen a un segundo plano en la acción política visible de los partidos en los que confiaban en el pasado. Conviene volver a recordar aquí que el empecinamiento de IU en apoyar, incluso formando parte de un estrambótico gobierno, aquel callejón sin salida para Euskadi que suponía el ‘Plan Ibarretxe’ impidió al partido crecer como hubiera podido porque no era capaz de hacer entender a nadie que en una coyuntura como aquella, la defensa de los derechos de los trabajadores tuviera que quedar supeditada a la persecución del sueño independentista de la burguesía euskalduna de la época.
 
Aunque la política exija a veces pactos contra natura, no se aprecia que ni los ‘pablistas’, ni ‘los errejonistas’ hayan llegado a este capítulo concreto a la hora de promover esa autocrítica que resultaría necesaria para encontrar el camino de la recuperación del voto perdido. Más bien al contrario. Nadie parece plantearse que una de las fortalezas que el movimiento morado exhibía en sus principios era la claridad, quizá hasta excesiva, con la que eran capaces de definir perfectamente al enemigo. Y evidentemente, CiU, formaba parte de él. ¿Qué ha sucedido ahora para que alguien pueda plantearse en serio una alianza con estos señores?
 
Como recuerdan perfectamente algunos militantes comunistas veteranos en los años del felipismo y el aznarismo, los ‘chicos de Pujol’ eran el aliado perfecto de los grandes partidos para formar alianzas y gobiernos estables. ¿Recuerdan? Lo mismo que pasa ahora, a los barones socialistas les gustaba forjar alianzas autonómicas y municipales con sus ‘hermanos’ de IU para promover políticas sociales, según decían, pero pactaban con los nacionalistas moderados para imponer desde La Moncloa la agenda económica ‘neoliberal’ de turno. Y eso era por algo, por supuesto. ¿De verdad es posible pensar ahora en que los políticos de la vieja CiU van a apoyar un cambio en las políticas económicas y un impulso decidido a la regeneración democrática? A muchos militantes y simpatizantes de las formaciones españolas de izquierdas les parece que no.

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