Andy Shauf confirma su habilidad para componer buenas canciones en ‘The Party’

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Andy Shauf confirma su habilidad para componer buenas canciones en ‘The Party’

Andy Shauf, The Party

El cantautor canadiense vuelve a rondar la obra maestra con otro disco exquisito, lleno de buenas melodía y textos interesantes Con las vueltas que da la vida, de pronto, los más veteranos de la fiesta gozamos de un nuevo momento de gloria. Todo gracias a una nueva hornada de compositores y cantantes, ¿cantautores, quizá? que, en plena época digital, y cuando la música electrónica se ha convertido en la tendencia principal del ‘mainstream’, vuelven a apostar por ese género tan brillante como denostado que podríamos llamar pop elegante, el que mandan las canciones, se cuidan las melodías y los textos y se apuesta por ofrecer al oyente una experiencia agradable, de principio a fin.
 
Aunque también es importante que deje poso, que ayude a pensar y hasta que, de alguna forma, sirva como reflejo del mundo interior de sus autores. Aunque, en ocasiones, como pasa con este ‘The Party’, del cantautor canadiense Andy Shauf, del que nos ocupamos hoy, lo que se nos ofrece en apariencia es el retrato, más o menos costumbrista, de una generación y su manera de enfrentarse a la vida, con toda la incertidumbre y la inseguridad que padecemos todos en estos tiempos difíciles.
 
Shauf es, además, un músico completo, con maneras de ratón de discoteca, que ha oído mucho y domina, o por lo menos, se defiende bien, como instrumentista capaz de tocar casi todo lo necesario para hacer sonar correctamente una buena canción. Unas características que le emparentan, por ejemplo, con Todd Rundgren, ese mago de los estudios de grabación todavía activo y en buena forma del que las nuevas hornadas tienen tanto que aprender, en mi opinión.
 

 
Y, aunque, con las nuevas tecnologías todo resulte más fácil, tiene mérito ‘fabricar’ un disco como este, en el que Shauf ha ejercido como compositor, arreglista y productor, con la única ayuda de Colin Nealis, un reputado mercenario de la escena canadiense, que ha tocado los violines y el resto de las cuerdas. Un trabajo complejo que ha hecho necesaria la participación de un buen puñado de músicos, cuando Shauf ha querido reproducirlo tal cual en directo.
 
En el disco, que los críticos de Jenesaispop comparan con acierto con el guion de una película de Robert Altman en la que distintos personajes deambulan y viven sus peripecias individuales en un escenario común, el cantautor canadiense nos lleva a una fiesta en la que la mayoría de los participantes ha bebido más de la cuenta, sale a fumar al exterior y realiza acciones, poco decorosas, de las que sin duda se arrepentirá al día siguiente.
 
Shauf escribe estas distintas canciones en primera persona, como si cada uno de los personajes que ha inventado para la ocasión se dirigiera directamente al oyente para contarle su triste historia. Y no hay buenos ni malos. Ni siquiera regulares. Sólo un montón de fulanos patosos, algún perdonavidas, mucha fachada, mucho postureo y, sin embargo, mucha fragilidad oculta en el interior de cada cual.


 
Tipos corrientes, por lo tanto, casi como cualquiera de nosotros. Incluso quizá cualquiera de nosotros en un mal día, el último mal día podría convertirse en el desgraciado protagonista del tema ‘Alexander All Alone’, un tal Alexander, evidentemente al que un vecino despistado descubre muerto en el exterior de la casa en la que tiene lugar la fiesta a la que se refieren todas estas canciones.
 
Así que, aunque el amigo Shauf opine lo contrario y no se canse de repetirlo, casi todos los escritores que han expresado su parecer sobre este álbum lo definen como disco ‘conceptual’. Otro punto de contacto con los grandes compositores de los setenta con los que también se le compara, desde Randy Newman al Ray Davies de la época en que The Kinks hicieron álbumes de este tipo como el maravillos ‘Soap Opera’, por ejemplo.
 
Y una característica que le distancia y diferencia un poco de contemporáneos y amigos como Tobias Jesso Jr., un tipo con el que parece compartir el gusto por las buenas melodías y los desarrollos instrumentales de estructura ‘vintage’, pero al que puede dar unas cuantas lecciones, al menos en lo que se refiere al noble arte de escribir textos para las canciones, que, como ya hemos dicho antes, Shauf controla bastante bien, por cierto.
 
En definitiva, este ‘The Party’ es un disco bonito, agradable de escuchar, sin estridencias, en el Shauf apuesta por una belleza sonora sosegada para hablar, sin embargo, de esas tragedias cotidianas que suceden a nuestro alrededor cada minuto y de la desazón, la incertidumbre y la fragilidad que nos asalta siempre en nuestro paso por esos caminos misteriosos y llenos de peligros que nos ofrece la vida.
 
Falta, probablemente, un tema que tenga hechuras de hit. Ese éxito ‘radiable’ o, quizá sea mejor decir en estos tiempos ‘viralizable’ en la red que haga aflorar todo lo demás. A veces, todo el trabajo de un gran compositor consigue llegar a la cumbre gracias al impulso que le concede una sola canción ‘tarareable’ que es capaz de conquistar el corazón de los grandes públicos.
 
Pues bien, Shauf no ha escrito ese tema todavía. O por lo menos, no está en este disco, en el que si nos vamos a encontrar con un buen puñado de grandísimas canciones a cambio. Diez en total repartidos en sólo 37 minutos de música que, además, pasan como una exhalación frente al oyente, lo que probablemente sea otra de las virtudes a tener en cuenta. Yo, por lo menos, siempre me quedo con ganas de más, se lo aseguro.
 
Sobre todo, porque el álbum concluye con ‘Martha Sways’, mi canción favorita, por el momento, de esta fantástica colección, un medio tiempo suave y cadencioso, con ese punto justo de melancolía sonora que nos dirige despacio hacia un estado de agradable abatimiento. Ya saben: entre la sonrisa triste y la tristeza evocadora y aligerada por un buen montón sentimientos apacibles.
 
Un efecto paulatino que la canción va provocando poco a poco, gracias sobre todo a una melodía espléndida que seguro hubiera firmado complacido el mismísimo Burt Bacharach. Lástima que esta delicia no se vea coronada por uno de esos devastadores estribillos que ayudan tanto a convertir en inmortales a los grandes temas. Claro que habrá quien piense también que maldita la falta que le hace ese aditamento a una obrita tan deliciosa y redonda como esta. Un disco que, si me permiten el consejo, deberían tener en cuenta a la hora de rellenar sus listas de la compra. Aunque sean digitales, oiga.

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