Mitski ‘deconstruye’ la historia del pop en ‘Puberty 2’

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Mitski ‘deconstruye’ la historia del pop en ‘Puberty 2’

Mitski, ‘Puberty 2’

La artista estadounidense, nacida en Japón, confirma su prodigiosa intuición melódica y su militancia vanguardista en su cuarto álbum. Déjenme hacerles una confesión para empezar. Si hay algo por lo que casi siempre suelen resultar interesantes los trabajos de Mitski Miyawaki, más conocida como Mitski, es por la fantástica habilidad que parece tener esta artista para componer melodías memorables y pegajosas en las que, además, se concentran los mejores ingredientes de más de cinco décadas de pop.
 
Eso sí. Si no han escuchado nunca a esta chica, les conviene acercarse con cuidado a su trabajo. La esencia está ahí, concentrada y perceptible, pero no la van a encontrar con esa disposición habitual a la que están acostumbrados. Aquí las formas son muy importantes, por su puesto, pero se trata de una geometría variable que sigue una lógica distinta y absolutamente personal.
 
La amplitud de sus conocimientos, además, permite a Mitski sabotear las estructuras habituales del formato canción. Para ella resulta natural, cuando la historia lo requiere, alargar los estribillos hasta el infinito y minimizar las estrofas, si viene al caso. En definitiva, funciona como esos cocineros vanguardistas de la década de los noventa que se hicieron famosos por ‘deconstruirlo’ todo.
 

 
Una disciplina complicada y que no está, por cierto, al alcance de cualquier advenedizo, por mucho que haya acumulado títulos de distintos y reputados conservatorios o ‘masters’ en escuelas de música moderna, porque la vieja receta de ‘los tres acordes y la verdad’, con sus limitaciones colaterales, como la corta duración o la necesidad de que los mensajes a transmitir sean concisos y directos, no resulta fácil de dominar.
 
Ni siquiera para los grandes instrumentistas o los poetas que se animan a mancharse con el barro de los estribillos pensados para el consumo del populacho. Aunque puede ayudar, por supuesto, el cuidadoso estudio del trabajo de las generaciones precedentes de compositores. Una asignatura que Mitski parece haber pasado con nota.
 

 
La chica corre riesgos, desde luego, y quizá no siempre consigue el efecto que había perseguido. Pero tiene cosas que decir y ánimo para lanzarse desde el trapecio sin red. Dos motivos que, en mi caso, han reforzado el atractivo de este ‘Puberty 2’, del que vamos a ocuparnos hoy, su último disco publicado hasta la fecha, que es también el cuarto de su carrera.
 
Artista aplicada, y muy viajada, esta japonesa, crecida artísticamente en la ciudad de Nueva York, pertenece también a esa nueva hornada de compositoras femeninas, como la gran Julia Holter, capaces de combinar sus aficiones, más o menos vanguardistas, derivadas de una formación musical sólida, con su gusto acreditado por las músicas más populares.
 
Eso, más la influencia de creadoras de fuerte personalidad como la omnipresente Björk, ha permitido a esta nueva generación de chicas atreverse con casi todo. Son sinceras y honestas a la hora de abordar su trabajo y no parecen tener miedo a entrar en los terrenos más personales a la hora de buscar nutrientes para su inspiración.
 
Aunque quizá no sea esta la característica más notable que puede apreciarse en la música de Mitski. Al menos en la más reciente y minimalista, y que perpetra a medias con el ingeniero de sonido y multiinstrumentista Patrick Hyland, lejos ya de sus ‘discos’ escolares en los que se las apañó para escribir partituras casi sinfónicas que requerían la intervención de una orquesta para materializarse.
 
En sus últimos dos álbumes, incluido este ‘Puberty 2, para la mayoría de los críticos especializados en la música moderna lo más característico de la oferta sonora de Mitski tendría más que ver con sus letras que con su música. Hasta el punto de que en las crónicas más recientes suelen emparentarla con otras compositoras jóvenes, también expertas en abordar historias de infelicidad tóxica del estilo de Angel Olsen.
 
Y, probablemente, no les falte razón a quienes defienden esta idea, porque los textos de las últimas canciones de Mitski, por mucho que se propaguen por el aire gracias a combinaciones de notas a veces burbujeantes, son, fundamentalmente tristes, y abordan temáticas desagradables de por si, como la soledad, el abandono, el materialismo o la incapacidad de amar o cambiar para satisfacer al ser amado.
 
Como sucede, por ejemplo, en ‘Your Best American Girl’, mi canción favorita de este álbum, por el momento, en la que Mitsky se muestra desolada por no haber podido convertirse en la ‘chica americana’ perfecta para un amante potencial que, sin embargo, probablemente no hubiera aprobado jamás, la forma en la que la protagonista de la historia fue educada por su madre. 
 
La dificultad que cualquiera encuentra para disfrutar de la vida por culpa de las complicaciones habituales en las relaciones amorosas resulta ser la idea central de todo este álbum. Y la visión de su compositora no es precisamente optimista, pero la dureza de los mensajes se compensa gracias a la vitalidad de su música y ese contraste, del que hablábamos antes, es uno de los puntos fuertes del disco.
 
Lo cierto es que ese sabor agridulce me ha seducido. Creo que estamos ante un disco muy interesante y lleno de matices, de esos que mejoran tras las escuchas sucesivas y que confirma a Mitski como una de las artistas que, probablemente, están destinadas a encontrar una salida honrosa para ese pop comercial que parece limitado a los espectáculos faraónicos de las grandes divas. Pero no me atrevo todavía a recomendárselo a todo el mundo. Así que ustedes mismos. ¡Sigánme los buenos!

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