Robbie Fulks entra en el Olimpo del ‘country’ con ‘Upland Stories’

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Robbie Fulks entra en el Olimpo del ‘country’ con ‘Upland Stories’

Upland Stories

El cantautor de Pensilvania publica una nueva colección de canciones ‘redondas’ de aroma clásico, compuestas para durar. Hace tiempo que el veterano cantautor de Pensilvania Robbie Fulks ha dejado de ser un joven airado, lleno de ideas revolucionarias, dispuesto a renovar las anquilosadas estructuras del inamovible ‘country rock’. Puede que él no haya cambiado mucho desde entonces, pero su semilla sí contribuyó a hacer evolucionar el estilo. Tanto que para las jóvenes generaciones este ’Upland Stories’, el último disco de este cantautor, del que vamos a ocuparnos hoy, desprende un inequívoco aroma a ‘clásico’.

¡Qué se le va a hacer! Son las consecuencias inevitables del paso del tiempo y de un mercado devorador que asimila todo con rapidez y lo convierte en argumento de ‘marketing’. Pero, el hecho de que Fulks ya no sorprenda tanto como al principio, no le resta valor a una obra que no ha dejado de evolucionar dentro de sus propios códigos, ni pone en duda la perdurabilidad de un artista capaz de entregar, bien pasados los cincuenta, una colección de canciones de tanta calidad como esta.

Son doce temas nuevos que se extienden a lo largo de 45 minutos, sin que la oferta musical que nos propone pierda interés en ningún momento. Ni suene a matraca mil veces repetida, tampoco. Una circunstancia difícil para alguien como Fulks, que acumula ya doce discos en solitario y que, a pesar de sus innegables merecimientos, ha tenido que sobrevivir siempre como un habitante de las carreteras secundarias del country. Eso sí, con dignidad y sin pasar apuros.

Hay quien cree que Robbie no ha alcanzado el estatus de superestrella porque no ha querido. Porque pertenece a esa raza de tipos tranquilos, enamorados de las buenas canciones, que disfrutan más tocando en un pequeño club que en un estadio. Músicos admirados por los otros músicos, como los tristemente fallecidos J. J. Cale o Townes Van Zandt, que sí crean ‘escuela’, pero que no llegan a alcanzar nunca la cima de las listas de venta.

Aunque no parece que a ninguno de ellos esa circunstancia le impida dormir, precisamente. Quizá porque son discretos y disfrutan haciendo su trabajo. Fulks es, por ejemplo, un auténtico virtuoso de la guitarra acústica, pero se las apaña más que bien para no parecerlo. Para él la canción es lo primero, y las viguerías instrumentales sólo están indicadas en las carpas de los circos. Así que a fuerza de intentar hacer el country como se ha hecho siempre acaba resultando, sin pretenderlo, rabiosamente contemporáneo.

El asunto es que no tiene miedo a contaminarse con rítmicas modernas, si llega el caso, aunque siempre está pendiente del latido básico y efectico sobre el que cabalgaron y cabalgan todavía las viejas baladas vaqueras. Algunos puristas, sin embargo, aún le reprochan su colección de versiones en clave country de lo mejor del cancionero de Michael Jackson, entre otras muchas travesuras parecidas, con las que Fulks ha hecho gala de su versatilidad instrumental, su apertura mental y su sentido del humor.

Ese puede ser también el motivo por el que Robbie tampoco ha tenido mayores problemas nunca para tratar en sus canciones cualquier tema que afecte a la vida cotidiana de su público, tan parecida a la suya, por otra parte. Por espinoso o poco habitual que resulte. Fulks está pendiente de todo lo que le rodea para reflejarlo puntualmente en las letras de sus canciones, con la precisión de un cronista y el lenguaje de un poeta que aspira, sobre todo a ser comprendido.

Y esa podría ser la razón, al menos según se explica en la nota de prensa distribuida por su compañía de discos para promocionar este álbum, de que a la hora de hacer las letras de sus temas su perspectiva es abiertamente literaria. Hasta el punto de que Fulks, se siente más influenciado por escritores como el español Javier Marías o el ruso Anton Chejov que por la mayor parte de los compositores de country actuales o pasados con los que, en teoría, debería compartir estilo y preocupaciones.

Por todo ello, y alguna que otra cosa más, sin la influencia de este artista singular curtido en los barrios más ‘rurales’ de la gran ciudad de Chicago, corazón del estado de Ilinois, no se entendería la carrera de otros ilustres residentes de esta urbe como, por ejemplo, Jeff Tweedy y sus Wilco. Y también de algunos otros que no viven ni han nacido allí. De hecho, últimamente muchos críticos especializados han defendido la imposibilidad de que hubieran surgido artistas como Sturgill Simpson o Chris Stapleton, sin el paciente trabajo realizado por Fulks desde la década de los noventa del pasado siglo.

De modo que en esa parte del público que ha seguido a Fulks, desde el principio y espera con ansiedad sus nuevos trabajos, hay también muchos músicos de renombre, dispuestos a colaborar con él. Y como es costumbre, también a la hora de grabar ‘Upland Stories’, el artista ha contado con un plantel estelar de instrumentistas que le han ayudado a conseguir la expresividad máxima desde unos arreglos minimalistas, marca de la casa, en los que cada nota importa.

Son músicos curtidos como el bajista Todd Phillips, los violinistas Shad Cobb, Fats Kaplin, que también toca otros instrumentos de cuerda como el banjo o la mandolina y Jenny Scheinman, que aporta algunas segundas voces espectaculares, el batería Alex Hall, el teclista Wayne Horvitz y el guitarrista Robbie Gjersoe,,

Un plantel de tronío, que se han nutrido por profesionales, cuyos nombres se encuentran con facilidad en los créditos de cualquier disco de ‘country’ y un verdadero caramelo para el productor de este álbum. Nada menos que Steve Albini, famoso por sus trabajos con Nirvana o Pixies, y otro miembro más del club de admiradores incondicionales de Fulks, que ante la calidad de la materia prima que manejaba ha optado por grabar el disco al viejo estilo, con la banda tocando en directo y sin apenas ‘recordings’ posteriores.

Y esa frescura se ‘escucha’ perfectamente en el resultado de una grabación que ofrece una música relajada y fácil de escuchar, en la que sobran las buenas canciones y resulta más que complicada la tarea de encontrar una favorita. Aunque quizá, por el momento, y por elegir alguna, me quede con ‘Albama At Night’, una de esos temas suaves en los que a la vez que se describe un paisaje se da cuenta de una tormenta sentimental de esas que no amainan nunca.

Pero hay muchas otras, ya digo, que hubiera valido también. Como ‘A Miracle’, una balada suave en la que se aprecian algunos ecos de los viejos temas de The Beatles y Simon & Garfunkel, o ‘Fare Thee Well, Carolina Gals’, larga intensa e inevitablemente impregnada por las enseñanzas del maestro Bob Dylan. La verdad es que todos los temas tienen su punto y lo mejor va a ser que sean ustedes mismos los que realicen su elección personal. Van a pasar un buen rato con la tarea.

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