Kyle Craft le pone purpurina al folk en ‘Dolls of Highland’

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Kyle Craft le pone purpurina al folk en ‘Dolls of Highland’

Disco Dolls of Highland de Kyle Craft

El joven músico de Luisiana endurece su propuesta acústica y rememora el glam de los setenta en su primer álbum. Si algo bueno, más bien poco, puede haber tenido el impactante y reciente fallecimiento de David Bowie es la obligada revisión de su obra que han realizado los medios comunicación especializados como consecuencia de ese hecho luctuoso. Ya se sabe, nunca hay mal que por bien no venga.

Así que, desde enero hasta hoy, hemos podido realizar, con apoyo logístico erudito, un repaso intenso y exhaustivo de todo lo que grabó el gran camaleón del rock and roll. Un regreso al pasado glorioso del rock, en el que han vuelto a brillar más que el resto aquellos discos maravillosos que Bowie grabó en la década de los setenta.

Aquel tiempo en el que el creador de ‘Ziggy Stardust’, era uno de los inventores y cabezas visibles del ‘glam rock’, ese movimiento juvenil que cambió la música comercial, hirió de muerte a los dinosaurios del rock sinfónico y anticipó la llegada del ‘punk’ y la ‘new wave’ de los ochenta.

Así que la muerte del genio, de alguna forma, ha provocado este revival necesario y ha abonado el terreno para que encuentren eco, propuestas nuevas dispuestas a sacar del ostracismo el glamour y la pupurina, como la que presenta el artista de Luisiana Kyle Craft en ‘Dolls of Highland’, su primer álbum y el disco del que nos ocupamos hoy.

Craft era hasta ahora, según las crónicas disponibles, una suerte de imitador afortunado del Bob Dylan más joven, armado con una guitarra acústica y una armónica que, sin embargo, no acababa de encajar del todo en el arquetipo por culpa de los textos alucinados de sus temas, en los que se filtraban con demasiada frecuencia las supersticiones sobrenaturales de las tierras pantanosas que le vieron nacer.

Mas ‘folkie’ que rockero en cualquier caso, por ahí andaba el bueno de Kyle sin demasiado oficio ni beneficio hasta que una violenta ruptura sentimental le alimentó la inspiración y le puso sobre la pista del éxito. Una renovación de su paleta instrumental clásica y unos arreglos con más `punch’ del que exhibían hasta ahora.

O eso es lo que cuentan las biografías promocionales del muchacho que ha distribuido su compañía discográfica que es nada menos que Sub Pop, el sello de Seattle que fichó a Nirvana lideró la revuelta ‘grunge’ en la década de los noventa del pasado siglo.

Al parecer los sinsabores sentimentales llevaron a Kyle a encerrarse en un garaje de Portland con sus recuerdos, sus canciones y unos cuantos discos viejos, entre ellos alguno que otro del ‘duque blanco’. Y con todo ese bagaje Kyle grabó casi nota por nota los doce temas que componen este disco y que se extienden a lo largo de 44 minutos de estimulante música.

Las maquetas de sus esfuerzos le proporcionaron ese contrato con Sub Pop del que hablábamos antes y la posibilidad de dotar al conjunto de un sonido más profesional y rockero, gracias a la ayuda de un par de cómplices que se subieron al carro, el guitarrista Brandon Summers y el batería y teclista Benjamin Weikel, componentes de The Helio Sequence, una banda de esta misma escudería.

Entre los tres han endurecido el sonido y alimentado con un poco de potencia eléctrica la raíz acústica aun presente con claridad en la música de Craft. Una amalgama de influencias e ideas nuevas casi al 50% donde aún se perciben, quizá más de lo conveniente, los ecos de esas querencias dylanianas y esa pasión por Bowie a las que nos hemos referido ya.

Las coincidencias son más obvias de lo que parecen. En aquellos años seminales del glam, Bowie criado a los pechos del mejor pop británico, sufrió una revelación al encontrarse con el trabajo de algunos artistas estadounidenses de gran personalidad como Dylan, claro, o su siempre admirado Lou Reed que entonces escribía la banda sonora del infierno al frente de The Velvet Underground.

Craft es nuevo en esto y este primer disco está lejos de ser una obra maestra claro. Pero resulta refrescante y simpático. Además, tiene unas letras muy divertidas que se salen de lo común al configurar un mundo de mujeres fatales dotadas de poderes sobrenaturales y de maldiciones ‘vudú’ recién sacadas de los paisajes más inquietantes de Nueva Orleans.

Y hasta tiene otra virtud añadida. La de evocar, aunque tal vez sea involuntariamente el viejo sonido de otros grupos setenteros como los Cockney Rebel de Steve Harley o hasta esa época de The Kinks en que a Ray Davies le dio por componer comedias musicales ‘rockeras’.

En mi opinión son argumentos más que suficientes para acercarse al trabajo de este antiguo folkie que se ha vuelto adicto a las chicas con zapatos de tacón y medias negras, con querencia por los bares con barras de strip-tease y que tiene la mala suerte de tropezar de vez en cuando con alguna que otra vampiresa de colmillos afilados que ansía su sangre fresca.

Más aún cuando las comedias y los dramas vienen acompañados por una buena guarnición de pianos cabareteros, guitarras acústicas de sonido brillante y una voz muy particular y expresiva. Estén atentos a sus pantallas porque este puede ser sólo el principio de una larga y provechosa amistad.

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