Esperanza Spalding cambia de registro con ‘Emily’s D+Evolution’

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Esperanza Spalding cambia de registro con ‘Emily’s D+Evolution’

Esperanza Spalding,‘Emily's D+Evolution’

La joven bajista de Portland inventa un alter ‘ego’ para grabar un disco de canciones y experimentar con el Pop y el R&B. Vaya por delante mi admiración hacia el coraje demostrado por Esperanza Spalding esta joven y extraordinaria bajista que ha revolucionado el jazz y se ha convertido en el gran prodigio del género y en uno de los pilares sobre los que seguro se asentará su evolución en este siglo XXI en el que vivimos.

Con todo ese bagaje a su espalda, la admiración de tirios y troyanos, el ‘grammy’ arrebatado a Justin Beaber, los conciertos en las salas de estar de la familia Obama y ese inconfundible aroma a fenómeno de masas que la rodea, ha optado por empezar casi de cero y cambiar de identidad para dar otro paso adelante en su carrera.

Bueno, no del todo. Al final, Emily, el alter ‘ego’ que ha creado para iniciar su nueva aventura musical ha quedado en segundo plano en los carteles y en la carátula de de este ‘Emily’s D+Evolution’, el disco del que nos ocupamos hoy. Una opción imprescindible para evitar que este interesante trabajo perdiera su principal reclamo comercial.

Esperanza, además, ha realizado este proyecto, según marcan los cánones de la vieja escuela. Del modo en que daban sus primeros pasos los artistas y los grupos en las cuatro últimas décadas de los años finales del lejano siglo XX. Es decir, creciendo desde el local de ensayo.

Así es señores, la niña prodigio optó por hacerse temporalmente a un lado, pensárselo mucho, completar una colección de canciones, montar un grupo, pegarse con el repertorio en un local de ensayo, subirse luego con él a los escenarios para probarlo ante su estupefacto y confundido público y, finalmente, grabar este álbum que les estamos presentando a ustedes.

Un proceso de ‘cocido a fuego lento’ que la industria musical de hoy casi ha desterrado de sus sistemas de trabajo y que Esperanza ha podido permitirse sólo por ser quién es. Y esperemos que le dure lo suyo. Y que la fuerza, y las ventas, sobre todo, le acompañen, para que el asunto tenga continuidad.

Dicho esto, toca también alabar la frescura musical, el descaro y la falta de prejuicios de esta artista a la hora de fabricar esta colección de 12 canciones que se extienden a lo largo de 45 minutos. Lo cierto es que no se ha privado de ningún ingrediente a la hora de buscar materia prima para su receta.

Hay por aquí aromas y sabores muy diversos, que Spalding combina con coraje en busca de la receta definitiva que le permita dejar su sello en dos estilos que, como el jazz, también admira. El denostado ‘pop’ de toda la vida y el ahora elevado a los altares ‘r&b’ comercial que vive su nueva edad dorada.

Tenemos de todo oiga, melodías que parecen sacadas del almacén inagotable de The Beatles, secuencias de acordes inesperadas al más puro estilo de David Bowie, ritmos pegadizos que le hubieran encantando a Quincy Jones para que Michael Jackson dejara su impronta sobre ellos y unos riff de guitarra más que notables, responsabilidad de Matthew Stevens,que a Prince no le hubiera importado aprender.

Y, claro, también los correspondientes toques contemporáneos, encargados de aportar la cuota de vanguardia indispensable para un artefacto de estas características. Detalles tomados del mejor D’Angelo y pasajes instrumentales inspirados en las bases construidas por Kamasi Washington para el rey Midas Kendrick Lamar.

Por no faltar, no falta ni la versión irreverente que se convierte en obra de artegracias al toque personal de la artista de culto que también es Spalding. En este caso, la canción agraciada es ‘I Want It Now’, el tema que canta el personaje de Veruca Salt en la obra musical ’Charlie y la Fábrica de Chocolate’, basada en una novela de Roald Dahl.

Muchos mimbres como se ve, quizá demasiados para conseguir una cesta que funcione. Aunque el conjunto se beneficia también de la sabiduría de Karriem Riggins, el productor y percusionista que optó porque se grabara en directo en un estudio de Los Angeles delante de un selecto y reducido público minuciosamente seleccionado para la ocasión.

Esa inmediatez y, claro, el virtuosismo y la capacidad de los músicos que han participado en la aventura, dota al conjunto de una solidez que quizá no hubiera tenido de otra forma. Y al final, tras varias escuchas, puedo decir que, si bien a ratos la densidad es excesiva y pierdo el hilo, se puede disfrutar de esta peculiar propuesta aún en estado de formación.

A lo mejor por eso, mi canción favorita, de momento, es ‘Unconditional Love’, que es quizá el tema de corte más clásico del disco. Aun así, mi principal problema con estas canciones proviene de las letras. Un poco mesiánicas y con olor a libro de autoayuda y máximas lista para ‘twitear’.

Ojalá Esperanza aprenda también en esto de sus mayores, de espléndidos compositores como Burt Bacharach, por ejemplo, y se busque para próximas entregas a un letrista a la altura de su talento musical. Las canciones que hace para su querida ‘Emily’ iban a mejorar mucho.

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