‘Depression Cherry’, un disco de Beach House

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‘Depression Cherry’, un disco de Beach House

Beach House, ‘Depression Cherry’

El dúo de Baltimore apuesta por dar protagonismo a las canciones y simplificar los arreglos en su quinto álbum. A punto de cumplir una década en activo, el grupo de Baltimore Beach House, se ha consolidado como el inventor y, prácticamente, propietario del ‘copyright’ de ese sonido evanescente y etéreo que combina las melodías y el ‘ambient’ y que la crítica contemporáea ha dado en etiquetar con el nombre ‘dream pop’. Uno de los pocos estilos ‘nuevos’ que han surgido en los últimos años.

Tanto esa circunstancia como la imagen moderna y adecuada a los nuevos tiempos que se gastan estos dos, parecen haber contribuido a convertir al dúo formado por la cantante y teclista Victoria Legrand y el cantante y guitarrista Alex Scally, en la banda más influyente del momento, a pesar de que su éxito comercial aún no ha alcanzado las máximas alturas posibles.

Eso sí, siempre con el permiso de otras lumbreras de su misma generación como Vampire Weekend, Tame Impala, Animal Collective, Grizzly Bear o Arcade Fire, entre otros, que también aspiran al trono, gracias a la atmósfera levemente innovadora que han sabido imprimir a su oferta musical.

Casi todos ellos, por cierto, tienen algo en común. Haber partido de sonidos y géneros producidos en las últimas décadas del siglo XX, en los márgenes de la revolución artística y cultural que supuso el advenimiento en el pop, a los que han remozado con transfusiones de energía juvenil y brochazos procedentes de la nueva paleta sonora disponible gracias a las nuevas tecnologías.

Ya sean las música étnicas, africanas, en especial; el rock alemán, el ‘surf’, la psicodelia, los cánticos lastimeros de los viejos cantautores folk o el barroquismo sonoro del viejo sonido disco. Todo vale ahora como antecedente posible para intentar abrir nuevos caminos estilísticos que apunten al futuro.

Y, en principio, conviene celebrar estos intentos de trascender y hacer algo nuevo con que intentan sorprendernos los representantes de una generación que tiene a su disposición todo el saber enciclopédico disponible. Nunca fue tan fácil, y a la vez tan complicado, acercarse a los antiguos saberes del pop para poder disfrutar de ellos en su versión original, tanto en imagen como en sonido.

Dicho esto, quizá, en mi opinión, el error común de muchas de estas lumbreras, con aire de ratón de discoteca, este en aquello de mirar el dedo del sabio que señala a la luna. Y poco más. Vale que importan las vestimentas, los ‘looks’, las instrumentaciones y los arreglos. Y que, en estos tiempos, el convertirse en tendencia capaz de interesar a las casi todopoderosas industrias de la moda y los cosméticos es casi la única forma posible de ganar dinero con la música.

Pero, amigos, sí esto es música pop, o hay canciones o no hay nada. Y punto. Quizá haya quien piense que soy un talibán o un radical, y hasta quizá lo sea. Sin embargo, afirmo con contundencia que, por ejemplo, con o sin pantalones campana, con o sin caritas maquilladas, el viejo ‘glam rock’, de dulce recuerdo, fue lo que fue, por las obras maestras que tipos como David Bowie o Marc Bolan colocaron en las listas. Nada más y nada menos.

Así que me acercó a este ‘Depression Cherry’ del que nos ocupamos hoy, con algún que otro perjuicio quizá poco justificable. Y me sumerjo en estos 44 minutos de música que se extienden a lo largo de nueve canciones, más bien largas, con tanta prevención como quien se lo piensa varias veces antes de tirarse de cabeza a una piscina en un día sin sol.

Y la verdad es que no era para tanto. Este es un álbum que suena bonito. Con un cierto aire a las evanescentes historias de amor desgarrado que se marcaban alguna que otra vez el añorado Roy Orbison o los vaporosos Righteous Brothers, y algún que otro tema con capacidad para adherirse a las neuronas del consumidor. Por ejemplo, ‘Space Song’, mi canción favorita del disco, por el momento.

Hay alguna cosa más que también encuentro interesante. Como los sonidos de guitarra, profundos y cortantes que consigue ofrecernos Alex Scally, un tipo muy alejado del virtuosismo, desde luego, pero con un estilo melódico y mucha intuición para aprovechar los momentos justos y aportar donde conviene esos detalles sonoros que embellecen las melodías.

También hay algo interesante e hipnótico en la voz de Victoria Legrand, entre la letanía y el susurro, que captura de cuando en cuando y consigue atrapar tu atención, a pesar de la falta de concreción de unas letras que se mueve entre lo espiritual, lo adolescente, y los algoritmos de los manuales de autoayuda modernos.

En fin, que no estaba tan mal la cosa, como yo creía, en principio. Y eso que incluso los panegíricos con que la crítica moderna ha recibido el álbum han bajado bastante la intensidad laudatoria, con respecto a las entregas inmediatamente anteriores de las aventuras de este dinámico dúo. Tal vez, porque empiezan a repetirse un poco.

O a lo mejor lo que pasa es que los tiempos están cambiando. Una vez más. Y tras diez años representando la máxima modernidad posible a Beach House, también empieza a llegarles el momento de dar el salto y convertirse en clásicos. Y para lograrlo, me temo que todavía van a tener que trabajar un poco. Les avalan unas cuantas canciones ‘chulas’ y, como he dicho antes, el haber creado un estilo, más o menos propio. Ahora sólo, les hace falta grabar ese disco monumental que asegura un lugar en la historia.

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