Sin fronteras

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El número de importaciones en España es mayor al de exportaciones. Desde que empezó la crisis –hace ya demasiado- estamos muy acostumbrados a oír que alguien se va a trabajar a otro país. Un amigo que emigra a Alemania, o un familiar que ha encontrado mejores oportunidades en Estados Unidos que aquí. Pero aunque las migraciones de personas se lleven el papel protagonista, lo cierto es que la apertura al mundo ha ido mucho más lejos.

Utilizamos ropa hecha en China o Bangladesh y compramos verduras del otro lado del charco aunque las del huerto del vecino sean claramente mejores. No se sabe bien dónde está el límite. Además, internet ha jugado un papel importante en esto llamado globalización. Podemos discutir con alguien que está en Rusia como si estuviera en el salón de casa y podemos jugar a la lotería de cualquier país como si de la rifa del pueblo se tratara. Viajamos a Tailandia y a la India y comemos sushi como si las cosas siempre hubieran sido así. Además, es curioso ver como en un momento de apertura de puertas y fronteras los nacionalismos siguen acentuándose –pero eso es otro tema-.

No obstante, ya se sabe, cada uno defiende las fronteras según de lo que se trate. Si bien es cierto que hay que tener un control, quizás somos poco realistas y no hay tantos ciudadanos del mundo como se piensa y sólo se abre la puerta a aquel que puede aportar algo.

Pero parece que remamos en la buena dirección. Programas internacionales como la conocida beca Erasmus y situaciones de desesperación que han obligado a los jóvenes a abandonar el país, a pesar de las dificultades que han acarreado han hecho que todos seamos un poco más abiertos y aceptemos mejor aquello que viene de fuera.

Es complicado saber hasta dónde podemos llegar o dejar pasar en un momento en el que cada vez somos todos más iguales. Si alguien tiene una pregunta busca la información en Google, ya viva en Cuenca o en Río de Janeiro. Entonces ¿cómo lo hacemos?

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