El espectáculo, dirigido por Miguel Tubía, sirve para presentar en sociedad a la primera promoción de Interpretación en el Teatro Musical. Si 20 años no son nada, según se explica en un famosísimo tango, cuatro, probablemente tampoco. Aunque quizá ese espacio de tiempo no haya sido tan corto ni haya pasado tan rápido para los profesores y estudiantes que han inaugurado el ciclo formativo de Interpretación en el Teatro Musical en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad) de Madrid.
La nueva apuesta de esta escuela centenaria, que echó andar en 2011, tiene mucho que ver, por supuesto, con la necesidad de abrir sus aulas a la formación de profesionales capacitados para trabajar en todos los formatos vigentes en el sector del arte dramático. El objetivo es no anquilosarse y seguir siendo un centro de referencia.
Pero, también, según explican sus responsables, con el deseo de que España recupere una tradición y un tipo de espectáculo que, últimamente, parece restringido a las franquicias internacionales de los grandes montajes de Broadway ofrecidos por grandes multinacionales del espectáculo.
El camino no ha sido fácil. Entre otras cosas, porque se inició en uno años complicados para la educación en España, marcados por los recortes y la escasez de recursos. Pero el entusiasmo vocacional de todos los implicados en el proyecto ha podido más que las dificultades y los obstáculos y a estas alturas, ese ciclo formativo es ya una realidad consolidada.
Sin embargo, en una profesión como la que se enseña en la Resad, ninguna realidad es constatable por completo, mientras no pasa por el filtro fundamental. El examen del público, formado en este caso, también por los profesionales del sector y la sociedad en su conjunto.
Y en busca de un veredicto positivo, los promotores del proyecto han decidido presentarse en sociedad acometiendo la realización y la producción de un montaje complicado, que mostrase tanto la capacidad de los alumnos de esta primera promoción, como la orientación final que la escuela ha querido dar a estas enseñanzas.
En este caso, la elección no ha podido ser más acertada. El responsable del espectáculo, Miguel Tubía, profesor del centro, ha optado por un musical íntimo y distinto. Se trata de la adaptación de Aloma, una novela de la escritora catalana Mercé Rododera, que el grupo Dagoll Dagom, llevó a las tablas en una producción estrenada en el Teatro Nacional de Cataluña.
Tubía, que ha dirigido y adaptado la obra al castellano, contó desde el primer momento con el beneplácito del propio grupo catalán, cuyos máximos responsables fueron homenajeados por la Resad, para agradecerles una trayectoria de cuarenta y un años que ha servido para dignificar el género y consolidar una identidad propia.
Lo cierto es que el resultado final, que se beneficia también de la participación de una orquesta en directo formada por alumnos del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y de la presencia en el coro de los alumnos de la segunda promoción de musicales, ha superado ampliamente las escépticas expectativas de este cronista que acudió como quien va a una fiesta de fin de curso y abandonó la sala convencido de haber visto un espectáculo único.
Por eso, no puedo terminar esta reseña sin ofrecerles los nombres de los estudiantes que dieron vida y aliento a los personajes que inventó Rododera, en esta bella obra desalentadora y esperanzada a la vez, cuyas virtudes se ven reforzadas por las correctas y, a veces, espléndidas canciones, de Alfonso Villalonga.
Apúntenlos con cuidado porque es probable que pronto más de uno de los aquí mencionados se convierta en una presencia familiar en los escenarios del género. Ellos son Anabel García y Sara Fandiño, (que comparten los papeles de Aloma y el del niño Dani), Cintia Rosado (la narradora), Daniel Orgaz (Joan), Mario Tejero (Robert), Lucía Cubillo (Señora Cabañas), Raquel Rodríguez (Anna), Victoria Avila (amiga y Aloma), Zaida Díaz (María), Ruxandra Oancea (Coral) y Juan Forneas (Joaquín y Manelet).
