La murga de los currelantes

Detrás de la cortina

La murga de los currelantes

El retroceso de casi cuarenta años que ha experimentado la sociedad española en estos últimos tiempos no es sólo una consecuencia de la crisis económica. Allá por 1977, el cantautor granadino Carlos Cano publicaba su segundo disco titulado ‘A la Luz de los Cantares’. Eso era mucho antes de que le llegará el éxito masivo tras su feliz reconversión en fino ‘bolerista’ y moderno hacedor de coplas melancólicas y como la celebrada ‘María la Portuguesa’, por ejemplo.

En aquel álbum, que contaba con unos exquisitos arreglos del gran Alberto Gambino, Cano aún ofrecía al público el perfil de artista políticamente comprometido que era común a casi todos los cantantes del sello Gong de Movieplay en el que militaba. Una división nueva de una vieja discográfica española, que dio cobijo entonces a un tipo de música que la sociedad demandaba y llenaba los teatros y las fiestas populares, pero que se encontraba completamente fuera de los circuitos comerciales. Un perfil, por cierto, denostado intensamente años después, cuando la consolidación de la democracia dio paso a otras músicas más festivas e intrascendentes.

En una de las canciones más populares de aquel Lp, llamada ‘La Murga de los Currelantes’, Cano presentaba en el estribillo todo un programa político que, lamentablemente, hoy suena incluso más actual que en el momento en que vio la luz. La letra de esta parte de la canción, pegadiza y ‘tarareable’, que podría cantarse ahora mismo en cualquiera de las movilizaciones ciudadanas que proliferan era como sigue: «Se acabe el paro y ‘haiga’ trabajo, escuela gratis, medicina y hospital. Pan y alegría nunca nos falten, que vuelvan pronto los emigrantes, ‘haiga’ cultura y prosperidad». Y aquí queda transcrita para conocimiento de quien no la haya oído y recordatorio de desmemoriados,

¿Sorprendente? Quizá no sea tan curioso que 37 años después de que esta canción fuera compuesta vuelva a estar vigente. Tal vez tuvimos un día la impresión de que todas estas cosas que Cano pedía para el conjunto de los ciudadanos se habían conseguido, y pensamos que habíamos construido un país mejor y distinto y que aquellas hambres y desventuras habían quedado atrás. Ahora sabemos que no era cierto. Y que algunas otras cosas que no cambiaron entonces se han convertido en las raíces profundas de la situación desesperada en la que nos volvemos a encontrar.

De hecho, esas hipotecas no se han pagado todavía y hay quien pretende que la deuda siga viva para toda la eternidad. Llevan razón quienes afirman que la transición no se completó. La vieja oligarquía de aquel franquismo rancio no desapareció. Si acaso estuvo escondida. Y lo que es peor, las estructuras de dominación cimentadas por el nepotismo y la corrupción que forman parte de la esencia histórica de este país, consolidadas por una segunda mitad del pasado siglo XX especialmente dura, se mantuvieron inalteradas. Y han vuelto a la superficie en cuanto la crisis económica les ha dado la ocasión de hacerlo.

La voladura sistemática de la escuela pública, el desmantelamiento de la sanidad, la introducción de leyes retrógradas como la reforma del aborto o dictatoriales como la de seguridad ciudadana, el retroceso aplicado a los derechos laborales o las, más inadvertidas, pero igualmente letales, nuevas normas que desmontan la protección del medioambiente no son hechos aislados. Han regresado gracias a la crisis, pero conforman los cimientos de un edificio que pretende perpetuar los privilegios de ‘clase’.

De momento, aún hay algunos recursos para evitar que quienes han puesto en marcha este programa involucionista no consigan completar su propósito. Hay citas con las urnas en las que es posible cambiar la actual composición de los distintos poderes, locales, autonómicos y nacionales, y provocar un giro que cambie el panorama.

Pero quizá tenga más importancia incluso, el desarrollo de una resistencia tenaz contra esa ‘ideología’ dominante, cuyo principal argumento en los últimos tiempos era negar su propia existencia, amparándose en la supuesta muerte de todas las ideologías.

No se equivoquen. Eso no ha pasado todavía. Claro que hay derechas e izquierdas. Lo que puede que no haya, pero es distinto, son opciones políticas honestas que respondan a los verdaderos intereses de los ciudadanos. A esos que Carlos Cano dejó perfectamente fijados en su ‘Murga de los Currelantes’. Pero, aparecerán muy pronto porque la demanda ya está ahí. Y más vale que así sea. Cualquier otra posibilidad da terror.

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