Una auténtica maldición anual para algunos que se encierran en sus casas como huyéndole a Blancanieves disfrazada de demonio alcoholizado, y frenética diversión de multitudes que llegan jubilosos a las áreas de festejos y parten luego de regreso vociferando indecencias y evacuando sin pudor orines en cada esquina de la ciudad.
Un conocido madrileño de visita en la isla me acaba de consultar sobre el tema y le he sugerido que lo mejor es gastarse la pasta y presenciarlos desde lo alto de la colina que ocupa el Hotel Nacional de Cuba, desde cuyos jardines y terrazas el panorama de la ciudad es como para recordar.
Este año, en pública confesión, sus organizadores han dicho que el propósito inmediato y futuro es convertir estas jornadas en las mejores de la isla. Vaya reto superar en belleza y gracia a fiestas carnavalescas como las de Santiago de Cuba, las Charangas de Bejucal, el San Juan camagüeyano y las Parrandas de Remedios.
Aprovecho lo de las Parrandas para recordar que un niño cubano, partidario del barrio de El Carmen, contrincante en fuegos artificiales, carrozas y trabajos de plaza, con el de San Salvador, alcanzó con el tiempo la máxima jefatura del gobierno español. No era otro que el general Dámaso Berenguer y Fusté.
En La Habana, desfilarán 14 carrozas y 18 comparsas. En el tramo del Malecón capitalino destinado al jolgorio estarán disponibles 7.340 asientos, respaldados por servicios de bebidas y comestibles.
Todos los implicados-complicados en el evento han dado sus respectivas noticias. La policía también emitió la suya en el telediario estelar: poseer el documento de identidad, prohibido portar armas de fuego, arma blanca y objetos punzantes. Cero empleo de fuegos artificiales o pirotécnicos, y prestar suma atención al conducir vehículos.
Tiene sus críticos esta fiesta, la más antigua y popular de la ciudad, que en el 2019 festejará sus 500 años de fundada. También, en mayoría, quienes la esperan cada año. Hay que verla. Se aprenden o confirman muchas cosas.
