Punto ciego

Economía

Punto ciego

Josep Lladós

La defensa a ciegas de la globalización ha excluido del debate político los costes sociales de las decisiones adoptadas Ya advertíamos que las decisiones que vaya o no a tomar el nuevo inquilino de la Casa Blanca nos prometen vivir un año próximo muy entretenido. Y también que los roces con la presidenta de la Reserva Federal serán un aliciente añadido que cautivará la atención de los mercados financieros. Por lo pronto, el esperado aumento prenavideño de los tipos de interés ha lanzado a la pista de baile a un dólar encantado de haberse conocido y que amenaza con hacer el sorpasso al euro. No es mala noticia para las exportaciones de una eurozona anémica y sin riesgo de inflación a la vista.
 
Más oculto está el debate sobre lo que pueda acontecer con los acuerdos de integración económica. Estas iniciativas fueron en un principio de naturaleza comercial y regional, pues con quien mejor queremos entendernos es con nuestros vecinos y socios comerciales, pero cada vez más tienen una orientación global y un contenido variado. Así, sobre la mesa existen propuestas de alianzas transoceánicas o euroasiáticas, que ahora parecen palidecer antes las amenazas del futuro presidente.
 
Merece la pena atender a los diagnósticos de los politólogos que identifican en el escaso acierto e incluso la limitada empatía de muchos políticos y economistas para atender los problemas distributivos asociados con la globalización las causas de los recientes resultados electorales.
 
Dani Rodrik, profesor de Economía Internacional en la Universidad de Harvard, recientemente reconocía que desde la academia frecuentemente se han minimizado los costes del libre comercio o de los acuerdos de integración pues, pese a estar bien establecidos en la literatura económica, se teme que al criticar la liberalización comercial se dan argumentos y alas a los demagogos y defensores del aislacionismo.
 
Pero la realidad es mucho más poliédrica. El libre comercio tiene ventajas económicas notables pero también costes relacionados con una distribución asimétrica de sus efectos o con la presencia de imperfecciones de mercado. Ocultarlos impide que la sociedad reconozca la necesidad de promover políticas adecuadas de compensación y reforma. Y, como además, muchas de las ganancias tienen carácter general mientras que los costes son específicos para algunos tipos de empleo y sectores de actividad en cada uno de los países implicados, estas políticas redistributivas todavía son más necesarias.
 
Por eso, cuando los economistas graciosamente nos prestamos a excluir del debate los efectos económicos negativos potenciales, contribuimos a sembrar un descontento o desorientación social que acaba produciendo esta amarga cosecha. Cuando además las nuevas propuestas de acuerdos de integración económica superan con creces el ámbito comercial y el nivel de complejidad crece, la sociedad debería exigir y desafiar mucho más a los economistas para que divulgáramos abiertamente lo que sólo publicamos como artículos científicos en revistas especializadas.
 
En realidad muchos paladines del libre comercio en realidad están motivados exclusivamente por su propia agenda e intereses, apremiando cambios en la legislación sobre los derechos de propiedad industrial, solicitando tribunales de arbitraje especiales para la protección de las inversiones, exigiendo la homogeneización de las normas nacionales o reclamando una plena y desregulada movilidad internacional de capitales, incluyendo la manipulación del mercado de divisas. Pese a ser demandas legítimas, nada debe excluir una análisis público, riguroso y ponderado de todos sus efectos potenciales. El proteccionismo tiene efectos económicos nocivos pero tampoco no es oro todo lo que reluce en el bando del libre comercio.
 
La peor imperfección social del mercado es la que segmenta el conocimiento y lo convierte en un bien privado a disposición de los más privilegiados. Fuera bueno que desde el gremio economista supiéramos homenajear a Marco Tulio Cicerón, cuando afirmaba que la economía era la mayor de las rentas. No tanto porque en la frugalidad descubriese la virtud sino porque la ciencia económica está obligada a proporcionar a la sociedad las mejores alternativas para el uso de unos recursos que siempre son escasos.
 
*Josep Lladós, profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

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