Europa ‘reconstruye’ para Putin el imperio de los zares

Europa ‘reconstruye’ para Putin el imperio de los zares

Vladimir Putin, presidente de Rusia

La torpeza de Berlín y Bruselas permite a Rusia volver a convertirse en un actor clave del escenario internacional. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, no se hubiera atrevido a tanto ni en sus mejores sueños. Sin embargo, tras la anexión de Crimea, su proyecto de reconstruir en el siglo XXI el imperio de los zares y devolver a su país la condición de actor clave en los escenarios internacionales que ocupó durante muchos años está cada vez más cerca de hacerse realidad mientras las tensiones en una Ucrania donde aumenta la división y los efectos de la crisis económica devastan el Este de Europa. Una zona, donde aumenta vertiginosamente el número de ciudadanos que ansían convertir a sus países en protectorados de Moscú, a la par que se alejan a toda velocidad de la órbita de la UE.

No hace demasiado tiempo, la población de los antiguos países del ‘telón de acero’ ansiaba integrarse en la UE, acoger a toda velocidad los usos y costumbres de la Europa Occidental y alejarse de la influencia rusa. Hasta solicitaban pertenecer a la OTAN, o cuando menos que esta organización defensiva, creada en plena guerra fría para frenar el avance del comunismo soviético, se comprometiera a protegerles.

Ahora estamos viendo justo lo contrario. Primero, como explicábamos antes llegó la anexión de Crimea que ha dejado de pertenecer a Ucrania. Un proceso vertiginoso provocado por la población favorable a Rusia tras la caída del presidente Viktor Yanúcovich, que se extiende en los últimos días por otras regiones del país y se ha constituido en un peligroso virus que trabaja a favor de los intereses estratégicos de Putin en el Viejo Continente.

Yanúcovich era, según parece, un político corrupto que había perdido el apoyo de gran parte de los ucranianos. Pero, era también un presidente que había ganado su legitimidad en las urnas. Y al que, si se hubieran respetado las reglas más elementales de la democracia, sólo las urnas podían arrebatar el poder. No fue así. Bruselas y Berlín dieron alas al Maidan un extraño movimiento callejero, de ideología indeterminada, y le ayudaron a derribar al legítimo gobernante. Lo hicieron, además, sin tener pensada una alternativa coherente para el día de después, más allá de la firma de ese tratado de cooperación bilateral que Yanúcovich rechazaba y se convirtió en la principal excusa dinamizadora de la revuelta.

El resultado de esa nueva demostración de torpeza política y diplomática de los actuales dirigentes europeos está a la vista. El error de cálculo fue tan grave que hasta la misma Alemania, cuyos aprendices de brujo ‘neoliberales’ siguen jugando con fuego, se ha visto afectada por las consecuencias. Rusia se ha considerado ‘atacada’ por esta injerencia injustificable en lo que considera una zona de influencia y ha reaccionado. Aunque sus represalias todavía podrían ser más duras. Putin, gracias al suministro de gas, tiene la capacidad de provocar al ‘enemigo’ una crisis energética de consecuencias imprevisibles.

En medio de esa creciente inestabilidad geopolítica, los mercados financieros adoptan comportamientos, más o menos, clásicos. Y, así, por ejemplo, se dispara el precio de algunos productos, como el maíz, el trigo y otros cereales de los que Rusia y Ucrania son grandes productores, complicando aún más el difícil panorama económico. Y si las aguas no regresan a su cauce esas tensiones pueden extenderse y poner en peligro la estabilidad financiera global, según la opinión de algunos analistas.

Por fortuna, parece que en los últimos días se ha abierto paso una resolución pacífica de los conflictos ucranianos que evitará la guerra civil. Aunque ha encontrado ya algunas resistencias en los grupos rebeldes de Donetsk que se niegan a abandonar los edificios oficiales que ocuparon y a sentarse a negociar con las actuales autoridades ucranianas que han prometido aumentar la autonomía regional. Pero este acuerdo, que ni siquiera tiene asegurado el éxito todavía, ha surgido de una negociación entre Rusia y EEUU, en la que la UE se ha limitado a ser una ‘convidada de piedra’. Una muestra más de la pérdida de peso que experimenta desde que Angela Merkel y los suyos están al mando.

Integración

En los largos años de historia del proceso de integración europea nunca un grupo dirigente ha trabajado tanto, y con tanta eficacia, para ponerle fin. La reciente victoria electoral en Hungría de Viktor Orban, reelegido con más de 20 puntos de ventaja sobre el principal candidato de la oposición, es otro indicio de hacia dónde se dirigen los europeos del Este. Orban es un populista de corte ‘antieuropeo’ que ha mantenido más de un conflicto con Bruselas por sus ideas autoritarias y ‘ultranacionalistas’. Y parece haber sacado partido de ello en las urnas. De un programa basado en el enfrentamiento con la UE y en la promesa de subvencionar los precios de la energía.

Muchos observadores ven esta deriva como una consecuencia lógica de lo que sucede. Los ciudadanos de Europa del Este consideraban que su integración en la UE redundaría en un aumento de la prosperidad que no se produjo. Más bien al contrario, las políticas de austeridad y consolidación fiscal impuestas por Bruselas y Berlín en todas partes, aumentaron la pobreza de estos enclaves. Incluso se produjo una inexorable destrucción del tejido industrial que redundó en fuertes aumentos del paro y convirtió a muchos de los países de esta zona en rehenes de las importaciones, al verse forzados a comprárselo casi todo a sus socios comerciales más fuertes. A Alemania, sobre todo.

Para colmo, la creciente masa de desempleados que se ha formado en estos países ni siquiera tiene la opción de emigrar a la Europa más rica. Cuando lo intentan se encuentran con el rechazo más frontal y con unos cambios legislativos que se lo ponen cada vez más difícil. Un infernal círculo vicioso que les obliga a fijar otra vez la vista en la ‘gran madre Rusia’ y en Putin como alternativa a la solución actual. Y, por supuesto, a apoyar cualquier movimiento político

Pero el asunto no acaba aquí. La Rusia de Putin, adalid de las ideas conservadoras y nueva defensora del nacionalismo fragmentario, también extiende su influencia política en los países de Europa Occidental. Como en los viejos tiempos de la URSS, pero en un sentido inverso. Ahora son los grupos populistas de la ultraderecha, como el Frente Nacional francés de Marine Le Pen, quienes se acercan al nuevo hombre fuerte de la escena Europea. De hecho, tienen muchos puntos ideológicos en común, como las posiciones ultrareligiosas, el racismo o su decidida batalla contra los derechos de los homosexuales. Y también un objetivo común: dinamitar la UE.

No parece fácil que lo consigan, pero nunca han tenido tantas posibilidades como ahora. Putin parece haber alcanzado gran parte de lo que pretendía y se encuentra fuerte y bien asentado en el poder. Sin contestación posible en lo que considera sus áreas de influencia y, como hemos dicho antes, con serias posibilidades de debilitar al enemigo. Unas opciones que aún pueden reforzarse más si, como consecuencia de todo esto y del ‘austericidio’ impuesto a los países periféricos de la UE, las candidaturas ‘euroescépticas’ consiguen aumentar sustancialmente su representación en el Parlamento Europeo tras las próximas elecciones.

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