La ONU confiesa su «creciente preocupación» por los discursos de odio: «Son síntoma de que algo no está bien»

La ONU confiesa su «creciente preocupación» por los discursos de odio: «Son síntoma de que algo no está bien»

Genocidio, el "crimen de crímenes" al que ningún país y ninguna región es "inmune".

ONU

Tal día como hoy hace 26 años comenzó en Ruanda una matanza de tutsis a manos de hutus que desembocó en un genocidio. Desde entonces, se han producido situaciones similares en todo el mundo, lo cual demuestra que «apenas hemos aprendido la lección» y que «ningún país y ninguna región son inmunes» a este «crimen de crímenes».

«Existe la noción generalizada de que el genocidio es el crimen de crímenes», explica la Oficina de Naciones Unidas para la Prevención del Genocidio en una entrevista concedida a Europa Press.

Se le conoce así porque, si bien «todos los crímenes internacionales son graves» –los crímenes contra la Humanidad y los crímenes de guerra–, el genocidio posee unas características singulares que hacen que su impacto sea brutal.

Así, aunque las otras dos tipologías de crímenes internacionales puedan incluir muertes, «en el genocidio el objetivo es un grupo específico que el Derecho Internacional distingue en cuatro categorías: nacional, racial, étnico o religioso».

Además, existe por parte de quien comete genocidio «la intención de destruir al grupo» por cualquier medio. Se pretende «exterminar» a todo un colectivo, ya sea matando directamente a sus miembros o sometiéndolos a «unas condiciones de vida que sean extremadamente difíciles».

El hecho diferencial es que «se quiere destruir a la gente que pertenece a un grupo porque pertenece a ese grupo, porque tiene una identidad específica». «Se les quiere destruir por lo que son y por lo que representan, no a título individual, sino como grupo», recalca.

A lo largo de la Historia se han producido masacres que encajan en la categoría del genocidio, pese a lo cual solo unas pocas han llegado a ser declaradas y sancionadas como tales en los tribunales.

La ONU explica que se debe a que «es muy difícil demostrar la intención de exterminar a un grupo concreto de población». «No es habitual tener a un perpetrador diciendo que, efectivamente, quería acabar con ese grupo concreto», comenta.

Por ello, se suele acudir al análisis de los «planes militares» o de «declaraciones» para demostrar la intencionalidad. En el caso de Ruanda, las emisiones de radio en las que se describía a los tutsis como «cucarachas» fueron clave para conseguir sentencias.

«Otra razón es que tampoco hay muchos casos de genocidio que lleguen a los tribunales debido a diferentes razones», entre las que menciona «los desafíos internos» a los que se enfrenta el propio Tribunal Penal Internacional (TPI)», la «falta de recursos» y «razones políticas».

«GENOCIDIO FLUIDO»

Por sus rasgos propios, el genocidio tampoco es un crimen fácil de detectar y, sobre todo, de detener una vez que está en marcha, por eso la ONU hace hincapié en la importancia de la prevención.

Si estemos ante un «genocidio fluido», «hay que abordarlo en una etapa muy temprana» porque «cuando se llega al nivel de la violencia es mucho más difícil frenarlo», señala la organización internacional.

En ese escenario, Naciones Unidas recuerda que tanto los estados como la comunidad internacional tienen la «obligación de proteger», de modo que llegado el momento habrá que «pasar a la acción», incluida una «intervención» bajo el paraguas de la Carta de la ONU.

«También puede haber otros caminos» para impedir que la situación se deteriore hasta el genocidio, tales como las comisiones de investigación, algo que se ha puesto en marcha en el caso de los yazidíes en Siria, o los «buenos oficios», plantea.

SEÑALES DE ALARMA

Existe igualmente la «obligación de prevenir» y para ello se debe poner atención a las «señales de alarma», por ejemplo, cuando «hay grupos que no están disfrutando de los mismos derechos que otras personas del mismo país» y que pueden llegar a ser vistos como «ciudadanos de segunda clase».

A este respecto, la Oficina para la Prevención del Genocidio confiesa que «los discursos de odio son un fenómeno que está generando una creciente preocupación en la ONU» porque «son síntoma de que algo no está bien» en las sociedades donde surgen.

En este sentido, recuerda la reacción de Europa a la llegada masiva de migrantes y refugiados desde Siria, así como otras zonas de conflicto, en 2015 y al papel que jugaron las redes sociales, que «pueden ser usadas para el bien o para el mal».

La ONU aboga por «invertir en la construcción de sociedades que sean resilientes a este tipo de discursos», donde primen «el respeto a la identidad de los demás, el respeto a la diversidad, la no discriminación».

Al mismo tiempo reconoce que no es una tarea sencilla porque «vivimos en un mundo cada vez más diverso», si bien destaca que «hay ejemplos de países que han sabido gestionar muy bien la diversidad en sus sociedades».

UNA LECCIÓN NO APRENDIDA

Asume además que «nunca va a haber una situación en la que no tengamos que preocuparnos de que no se produzcan crímenes internacionales, incluido el genocidio», porque la Historia demuestra que «apenas hemos aprendido la lección».

Tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que en clave positiva sirvieron para crear Naciones Unidas y alumbrar la Convención para la Prevención y la Sanción del Genocidio, «se dijo que ‘nunca más’, pero desafortunadamente hemos visto que ha seguido pasando».

Desde los Jemeres Rojos en Camboya, a la matanza de bosniacos en Srebrenica o las masacres de indígenas en Guatemala. Incluso «ahora mismo hay un caso en la Corte Internacional de Justicia (CIJ)», por el presunto genocidio de la población rohingya en Birmania, subraya.

No obstante, sí se han extraído «algunas lecciones»: que «ningún país y ninguna región del mundo son inmunes» y que «no es un trabajo que se haga una vez y dure para siempre, sino que hay que trabajar a diario» y desde todos los frentes porque «no es tarea para un solo actor».

«Tenemos que ser conscientes de que puede volver a pasar y tenemos que invertir en nuestras sociedades para que sean mejores», sostiene la organización internacional.

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