La vivienda, el mayor error de política económica de Occidente para The Economist

La vivienda, el mayor error de política económica de Occidente para The Economist

El semanario cree que la obsesión por la vivienda en propiedad socava el crecimiento económico, la justicia social y la fe en el capitalismo.

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Las economías pueden sufrir tanto colapsos repentinos como enfermedades crónicas y el sector inmobiliario en el mundo desarrollado tiene ambos problemas. Estalló la burbuja pero el mercado de la vivienda presenta una disfunción progresiva alimentada durante décadas: ciudades vibrantes sin espacio para crecer, propietarios mayores sentados en sus casas medio vacías y una generación de jóvenes que no puede permitirse fácilmente alquilar o comprar. Para The Economist, gran parte de la culpa recae en las distorsionadas políticas de vivienda que se remontan a la Segunda Guerra Mundial y que están entrelazadas con el encaprichamiento por la propiedad privada. “Han causado uno de los fracasos económicos más graves y duraderos del mundo rico. Se necesita urgentemente una nueva arquitectura”, avisa.

El semanario británico cree que la raíz de este fracaso es la falta de construcción, sobre todo en ciudades prósperas donde abundan los puestos de trabajo. “Desde Sydney a Sydenham, las regulaciones de la construcción protegen a una élite de propietarios de viviendas ya existentes e impiden que los promotores construyan los rascacielos y los pisos que la economía moderna exige. Los altos alquileres y precios de la vivienda resultantes hacen difícil que los trabajadores se trasladen a donde están los trabajos más productivos, y han frenado el crecimiento”. Los costos generales de la vivienda en Estados Unidos absorben el 11% del PIB, en comparación con el 8% en la década de 1970. Si tan sólo tres grandes ciudades -Nueva York, San Francisco y San José- relajaran las normas de planificación, el PIB estadounidense podría ser un 4% más alto.

Desigualdades generacionales y geográficas

Además de ser simplemente ineficientes, los mercados de la vivienda son profundamente injustos. El aumento de los precios ha creado grandes desigualdades tanto generacionales como geográficas. En 1990, una generación de babyboomers, con una edad media de 35 años, era propietaria de un tercio de los bienes inmuebles de EEUU. En 2019, una cohorte de millennials de tamaño similar poseía solo el 4%. The Economist asegura que la opinión de los jóvenes de que la vivienda está fuera de su alcance -a menos que se tengan padres ricos- ayuda a explicar su deriva hacia el “socialismo millennial”. Mientras, los propietarios de todas las edades que están atrapados en lugares en declive se resienten por los inesperados beneficios de la vivienda que se disfrutan en las ciudades de éxito y sus alrededores. En Gran Bretaña, las zonas con mercados inmobiliarios estancados tenían más probabilidades de votar por Brexit en 2016, incluso después de tener en cuenta las diferencias de ingresos y demografía.

El semanario británico asegura que “la patología de la propiedad” tiene sus raíces en un cambio en la política en los años 50. Desde entonces, los gobiernos han utilizado subvenciones, exenciones fiscales y venta de viviendas públicas para fomentar la transición del alquiler a la propiedad. “Los políticos de derecha han visto la propiedad de la vivienda como una forma de ganar votos fomentando una ciudadanía responsable. Los de izquierda ven la vivienda como un conducto para la redistribución y para empujar a los hogares más pobres a construir riqueza”, añade.

El temor a quedarse atrás

Los datos de The Economist sugieren que el número de casas nuevas construidas por persona en el mundo rico se ha reducido a la mitad desde la década de 1960. Debido a que la oferta es limitada y el sistema está sesgado hacia la propiedad, la mayoría de las personas sienten que corren el riesgo de quedarse atrás si alquilan. “Como resultado, los políticos se centran en subvencionar a los compradores, como ha hecho Gran Bretaña en los últimos años. Eso canaliza el dinero en efectivo a las clases medias e impulsa aún más los precios. Y alimenta la acumulación de deuda hipotecaria que hace más probable la crisis”, afirma.

Pero no tiene por qué ser así. No en todas partes se sufre por ‘la maldición de la vivienda’. Tokio, por ejemplo, no tiene escasez de propiedades: entre 2013 y 2017 construyó 728.000 viviendas -más que Inglaterra- sin destruir la calidad de vida. El número de personas que duermen en la calle ha disminuido en un 80% en los últimos 20 años. Suiza ofrece a los gobiernos locales incentivos fiscales para permitir el desarrollo de la vivienda, una razón por la que hay casi el doble de viviendas construidas por persona que en Estados Unidos.

“Lejos de apuntalar el capitalismo, las políticas de vivienda han hecho que el sistema sea inseguro, ineficiente e injusto. Es hora de derribar este edificio podrido y construir un nuevo mercado de vivienda que funcione”, concluye The Economist.

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