¿Qué pasó?

Opinión

¿Qué pasó?

En Venezuela las dos únicas transiciones a la democracia suscitadas -frustradas, de toda evidencia- lo han sido por el colapso y desplazamiento, sin negociaciones, de regímenes no democráticos.

Bola del mundo hundiéndose

¿Qué hizo que la riquísima experiencia -y la literatura correlativa- sobre transiciones a la democracia desapareciera y de forma casi milagrosa casi todas las opiniones en medios y foros se redujera a afirmar que 1) solo hay transición si hay negociación para viabilizar una elección, 2) las transiciones son procesos solo políticos y 3) son un asunto de solo uno o dos años? La riquísima obra seminal de Rustow, la valiosa colección de «Transitions from Authoritarian Rule» y toda la amplia experiencia y bibliografía de cincuenta años exactos sobre transición a la democracia y consolidación democrática se subsumieron en una cartilla escueta de: 1) negocia, 2) organiza elecciones (no necesariamente con garantías de pulcritud) y 3) elige… y ya: cumplida la transición.

Eso, por ejemplo, en este preciso momento en Venezuela, país en el cual las dos únicas transiciones a la democracia suscitadas -frustradas, de toda evidencia- lo han sido por el colapso y desplazamiento, sin negociaciones, de regímenes no democráticos. Para que ahora se quiera implantar el concepto aquel de Cohen, según el cual «todo es negociable».

En general, no importa que las situaciones nacionales contengan serias infracciones éticas como modos principales de la racionalidad del sistema, que haya crímenes de lesa humanidad de por medio, que los procesos de resolución de la situación estén revestidos de irregularidades palmarias, que haya una evidente cooptación, por una de las partes, de los medios de violencia «legítima»; pues, la mágica negociación resuelve esos «asuntillos».

Es lo mismo que si en el mundo de la lucha contra la delincuencia se hubiere implantado la iniciativa de la total desaparición del uso de la fuerza policial; pues, el modo de abordar su solución es solo y siempre por la vía de la negociación política con los delincuentes. Exactamente igual.

Desaparecen la pirámide del manejo de conflictos; o, al menos, se trunca antes del recurso de la disuasión. Prohibido prohibir, pues; con su correspondiente dosis de «relajantes», provistos por los dueños del poder (y de los canales de distribución de «felicidad», tan del afecto de la nueva clase «política»). Todos relajados y felices y agarraditos de las manos en el mundo de Jauja.

Mientras tanto, como telón de fondo, el «orden global» se desdibuja cada día más, USA y la UE avanzan en su hibridación, Rusia recupera el viejo afán imperial de la URSS, América Latina se convierte en un gran campo de nuevas formas de guerrillas, el Lejano Oriente y Oceanía voltean la cara al devenir global; todo, en un contexto de nerviosismo por el futuro económico global inmediato, disparador de mayores males.

Lindo contexto, para distenderse respecto a las necesarias normas de mantenimiento (sí: mantenimiento, que es mucho más que consolidación) de la democracia, el mercado y sus necesarias instituciones correlativas. Cuando ya la consolidación democrática no basta, visto el actual proceso de «transiciones regresivas» en curso (¿solo Hungría?), ya ni siquiera nos exigimos transiciones en el ortodoxo modo de definirlas, desde Rustow.

No importa que Stepan, Fishman y otros, incluidos nosotros, hayamos identificado unos quince tipos de cambio transicional; pues, la «pragmática posmoderna» (toda una nueva «metaciencia») encontró la manera de reducir todo a un solo tipo: el acuerdo entre partes interesadas por el reparto, en vez de la primacía de los intereses generales.

Pues, no, mis respetados lectores: la opción no es entre matices políticos, que esconden intereses parciales; muy frecuentemente nada santos. Lo es entre el bien y el mal, que no una selección entre opciones de idéntica naturaleza, sino -no tengo vocación de Perogrullo- lo repito, entre el bien y el mal, entre los cuales no hay un asunto de opciones, sino de moral. ¿O ya no se lo exigimos más a la política? Que viva el reino de la «pragmática posmoderna», ¡entonces!

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