Por qué España mira tanto a Venezuela y tan poco a Marruecos

Protestas en el Rif

Por qué España mira tanto a Venezuela y tan poco a Marruecos

La ceguera mediática española con la crisis venezolana no se sostiene a la luz de los criterios de noticiabilidad más básicos.

Lilian Tintori en la portada del ABC.

La información sobre las revueltas en el Rif despierta lentamente en España. Aún es necesario recordar que todo comenzó con la muerte de un vendedor ambulante en un triturador de basura intentado recuperar unas cajas de pescado que la policía marroquí le requisó por supuesta venta ilegal. Pero aquello ocurrió en octubre de 2016; pronto hará un año.

El trágico final de Mohssine Fikri fue el inicio del Movimiento Popular del Rif, plataforma pacífica que reivindica mejoras e inversión pública en infraestructuras, sanidad y educación en esta región tradicionalmente desfavorecida de Marruecos. Con los meses, las protestas del considerado “15M” de la zona norte del país han derivado en un reclamo más global por la justicia social, el fin de la corrupción y un poder político autónomo y equilibrado para una población marginada en el Parlamento y el régimen alauí.

Bajo la batuta de Nasser Zafzafi, un rifeño en paro que tuvo que cerrar el negocio que regentaba por falta de ingresos, el movimiento crítico ilusionó a una población acuciada por problemas sociales y económicos muy parecidos a los suyos. El Ejecutivo marroquí, en manos del Partido de la justicia y el desarollo (PJD), afirma entender como legítimas las reivindicaciones. Pero decidió activar toda su maquinaria de represión para acallarlas, no solo con policías y militares en las calles, sino acusando a los activistas de «separatismo» y de instigadores de una suerte de rebelión contra la integridad del país.

No en vano Zafzafi fue detenido, encarcelado y acusado de poner en riesgo «la seguridad del Estado». Permanece en prisión. Junto a él, decenas de activistas del movimiento fueron arrestados y maltratados, según han denunciado sus abogados. La rabia por la dura represión al ejercicio de manifestación, las detenciones masivas y la violencia policial tomó fuelle en las redes sociales ante la coacción gubernamental a los seguidores del movimiento y la detención de periodistas.

El de Rif es un pueblo tradicionalmente enemistado con la monarquía por antiguas guerras e invasiones coloniales, pero el espírutu de su particular primavera árabe rebasó la provincia de origen, Alhucemas, y ha sido replicado en capitales marroquíes como Tánger, Marrakech, Casablanca o Fez.

Zafzafi se ha convertido en una especie de mártir por los derechos de toda una generación que no encuentra futuro en un país al borde de Europa donde las garantías judiciales para los detenidos brillan por su ausencia. Las mujeres han tomado la delantera y un grupo de jóvenes rifeñas ha abanderado las últimas protestas de la ola de indignación marroquí. Nuevas activistas que dan voz a las encarceladas tratando de que el mensaje sea escuchado y no aplastado por el Gobierno.

La noticiabilidad en España

Hasta aquí la fotografía básica sobre la que hay que profundizar leyendo a medios internacionales y diarios españoles con corresponsalías o colaboradores sobre el terreno. Pero la comparación entre el hueco mediático para Marruecos en los últimos ocho meses respecto al altar permanente de los grandes medios españoles reservado a Venezuela es tan inevitable como delirante.

Quizá con un análisis de los criterios de noticiabilidad clásicos podamos excusar a la opinión pública española de girar tanto su cabeza hacia uno de los focos como para quedarse ciega.

Uno de esos principios es la proximidad. España tiene frontera con Marruecos en Ceuta y Melilla y solo los 13 kilómetros de Estrecho de Gibraltar separan a ambos países sin contar a las Ciudades Autónomas. Venezuela está a unos 7.200 kilómetros. Los nexos culturales con el país chavista son el gran argumento para defender el repentino hermanamiento de nuestros medios con la crisis económica, política y social de Venezuela por encima de cualquier otro punto del planeta; es obvio que los lazos culturales entre España y Latinoamérica son innegables y la lengua común es la principal demostración.

Pero quizá sea necesario recordar que España también tuvo colonias africanas. El Protectorado en Marruecos ocupaba precisamente el Rif y el antiguo Sáhara Occidental, mantenidos bajo yugo español hasta 1956 y 1975 respectivamente. Tras décadas de guerras, invasiones e independencias, España es hoy uno de los apoyos internacionales más sólidos de la monarquía marroquí. La Casa Real española ha alabado los avances democráticos del Rey Mohammed VI e incluso algunos políticos españoles creen que Marruecos vivió en los 2000 una especie de Transición española. Existe una relación de protección mutua con épocas de recelos por cuestiones tan centrales como la calidad democrática o los Derechos Humanos. Sobre ellas, una y otra vez, acaba imponiéndose la fuerte hermandad de ambas casas reales y los intereses comunes para mantener las espadas gachas.

Por otro lado, la comunidad marroquí en España roza las 750.000 personas; la venezolana suma unas 68.000. Más proximidad: la causa de los saharauis, expulsados de su territorio por Marruecos en un exilio de más de medio millón de personas hacia campos de refugiados argelinos, mantiene una intensa llama en decenas de asociaciones y plataformas españolas desde hace lustros.

La actualidad es otro de los criterios: ambas crisis socio-políticas presentan hoy constantes elementos de actualidad informativa, aunque muchos medios ya señalaron la extraña reaparición de los problemas de Venezuela en el panorama mediático español justo antes de procesos electorales. Otro punto más, la relevancia, complicada de ponderar. Si recurrimos a los Derechos Humanos y consideramos que en Venezuela hay presos políticos, en Marruecos nunca los dejó de haber, a cuenta del conclicto con el Frente Polisario. En 2017 hay que sumar a los del Rif. Con la diferencia de que los presos políticos que ha dejado la revuelta no reclaman la caída del régimen alauí ni luchan por su desaparición como objetivo básico. Una vía que sí han seguido los líderes de la oposición venezolana, que recurrentemente alentan al ejército a derrocar por la fuerza a Maduro.

La relevancia puede tener otro enfoque: España es la guardiana de la frontera sur europea, pero los servicios impagables de Marruecos para frenar la migración subsahariana hasta el Mediterráneo son muy relevantes. En este sentido, los actos políticos y las posibles violaciones de DDHH de nuestro vecino corresponsabilizan a España a un nivel que no existe, ni parece que vaya a existir, respecto a Venezuela.

Muchas ONG han alertado sobre la altísima conflictividad social que por momentos se ha vivido bajo los gobiernos chavistas en el último lustro. Nuestros telediarios llevan años repletos de imágenes de enfrentamientos entre la policía del Gobierno y las fuerzas opositoras. De vuelta a África, hace apenas dos semanas la Coalición Marroquí de asociaciones de Derechos Humanos, que incluye a 22 formaciones, denunció violaciones de derechos humanos perpetradas por la policía marroquí en la zona del Rif, incluidas detenciones masivas a jóvenes que participaron o simplemente grabaron las protestas, llegando a irrumpir en los domicilios durante en la noche, fuera de la hora legal, para realizar detenciones y registros.

Está claro que el criterio de «conflicto» convierte en noticia, tristemente, a ambos países. En cuanto a la «rareza«, los medios españoles llevan años cubriendo con especial atención la crisis venezolana, que ya llena tertulias, columnas de opinión, acalorados debates, titulares, programas radiofónicos enteros, además de ser el arma arrojadiza más surrealista en la política española. Las protestas en Marruecos comenzaron hace ocho meses, tienen menos recorrido pero más novedad, están más cerca, recientemente son protagonizadas por mujeres en un país de mayoría musulmana. Y aún así no han conseguido ni una pequeña proporción del espacio mediático dedicado a Venezuela.

Hay más criterios, según el clásico elenco de noticiabilidad de Carl Warren en «Géneros periodísticos informativos«: suspense, emoción. De nuevo, ambas crisis se ven representadas en ellos, con matices. Pero hay un último índice: las consecuencias. Se pueden cuantificar en número de muertos, heridos, presos políticos, presiones a medios de comunicación, estado posterior de la sociedad.

Pero estamos viendo cómo un trato informativo sumamente desequilibrado también tiene consecuencias para el emisor de los mensajes: nos rodea una narrativa política y mediática desquiciada que alimenta una opinión pública infantil, adicta a las proclamas simplonas y las polémicas sin rigor. ¿Por qué en España hablamos tanto de Venezuela y tan poco del Rif? Porque ya todos, medios y lectores, somos víctimas de nuestro propio vicio por crear y consumir conforme a unos criterios informativos trasnochados, irresponsables e injustos.

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