La izquierda sigue sin respuestas frente la precariedad laboral

Detrás de la cortina

La izquierda sigue sin respuestas frente la precariedad laboral

Rafael Alba

La falta de programas e iniciativas concretas para frenar el deterioro de las condiciones de trabajo aleja a los jóvenes de los viejos y nuevos partidos. Alguien me lo ha contado y hasta me suena haberlo visto. Un grupo de turistas evoluciona junto a su guía en una céntrica plaza madrileña llena de referencias al viejo reinado de la Casa de Austria. ¿Un viaje organizado? No del todo. Se trata de unos cuantos viajeros que se han reunido en torno a una oferta de paseo temático diseñada por el simpático guía que les atiende. Un chico, también podría ser una chica, que se ha devanado los sesos para preparar una ruta con gancho, que despierte el interés de los ‘guiris’. Ya saben, eso de ser disruptivos, creativos y todo lo demás. Lo malo es que a pesar del esfuerzo, a pesar de que su oferta en apariencia le ha resultado interesante a casi 20 personas, el creativo ‘cicerone’, por cierto buen conocedor de tres o cuatro idioma y titulado en Turismo, no tiene ni idea de lo que va a cobrar. Lo que sí sabe es lo que va a pagar.
 
Me explico. Se trata de una de esas experiencias de ‘after pay’, (pagar después) que parecen haberse generalizado en muchos sectores. Cuando la chica, o el chico, de por concluido el paseo y haya contado toda su historia, ‘pasará la gorra’, o algo por el estilo. Y los ‘consumidores soberanos’ que le rodean decidirán si le dan algo o no le dan nada y, por supuesto, cuánto. Y luego, él, o ella, tendrán que abonar el 10% de lo recaudado, o el 20%, a los responsables de una plataforma ‘on line’ que le cobran esta tarifa por anunciarle en un espacio, bien posicionado en Google y todo lo demás, en el que suelen mirar los viajeros que desean realizar algún tipo de excursión o visita guiada.
 
Para cumplir con la legalidad vigente, emitir facturas y todo esto, la joven, o el joven, tendrá, además que ser ‘autónomo’. Y pagará la correspondiente cuota, con independencia de lo que haya ingresado o no. Escuchará también que esas son las nueva formas de trabajo, las benditas nuevas formas de trabajo, que han llegado a un mundo que las necesitaba gracias a las nuevas tecnologías. Hasta desde algún gabinete de prensa de alguna consultora o corporación le llegará la sandez correspondiente. El portavoz dirá que se trata de tipos, o tipas, con suerte, trabajadores tan soberanos, como los consumidores a los que atienden. Que eligen su horario, que ‘curran’ cuando quieren y las horas que quieren y que ganan el dinero que les corresponde, según los resultados que obtienen.
 
Una maravilla, que quieren que les diga. Y un discurso perfectamente estructurado, que cuadra con la necesidad del cambio, la adaptación constante, la conveniencia de recibir formación a cada minuto y no se cuantas cosas más. Las bendiciones que, en fin, nos ha traído el progreso y la tecnología, para que los vagos dejen de vivir del cuento y los subsidios y los buenos terminen vendiéndole su ‘start up’ a la tecnológica de turno por un buen montón de millones de euros. Auténtica justicia. Justo la que reparte un mercado que, ya saben, asigna a la perfección los recursos a las necesidades y fija el precio justo de cada cosa.
 
Lo malo es que si ustedes le cuentan el cuento del guía, o la guía, a alguien de cierta edad, para haber vivido, por ejemplo, la posguerra, lo mismo le explica que la cosa no es para tanto. Y les habla de que él, ella no, en este caso, iba bien temprano a la estación de trenes y sonreía todo lo que podía para llevarles las maletas a las gentes con posibles. Como era un tío simpático y se sabía unas cuantas coplas, no le faltaba trabajo y se llevaba unas propinas más que interesantes. Eso sí. A lo mejor más de una vez tenía que compartirlos con algunos ‘guardaespaldas’ que estaban allí para proteger su puesto y ordenar un poco la afluencia de mozos con las maletas. Y eso sí que era duro. Y no esto de contarle cuatro cuentos a los japoneses y poner la mano.
 
Y quizá lleve razón, pero no deja de ser triste. Hasta hace aproximadamente una década a casi nadie se le hubiera ocurrido pensar que el futuro laboral que le esperaba a las nuevas generaciones se iba a parecer más al de los viejos maleteros que a los trabajos fijos que sí consiguieron sus padres, que, por cierto eran los hijos de aquellos mozos de estación del pasado. ¿A nadie? No tanto. Los ideólogos del neoliberalismo económico siempre lo tuvieron claro. Solo era una cuestión de oportunidad y correlación de fuerzas, pero desde el minuto uno, en su ánimo siempre estuvo revertir los avances que se consiguieron en materia laboral tras la Segunda Guerra Mundial, en un occidente donde el miedo al avance al comunismo de los más ricos hizo posible el surgimiento del estado del bienestar. Y también la introducción en el escenario de un principio de insolidaridad y redistribución de la riqueza del que, quienes jamas aceptaron esa posibilidad de buen grado se han librado en cuanto han podido.
 
El problema es que frente a esa realidad, la izquierda política actual no ofrece ninguna respuesta. No hay estrategias para iniciar la restauración de la justicia y la equidad en los mercados laborales. Ninguna. Acaso alguna que otra idea de compensación por medio de mecanismo similares a la vieja beneficiencia que socorría a los pobres de solemnidad. Pero, eso, no lo olvidemos, ya existía en el viejo siglo XX. Y ahí seguimos, viajando hacia el pasado a velocidad de crucero y eso sí, bien entretenidos con luchas pueriles que quizá sirvan para mantener a los ejércitos en estado de alerta. Banderas, banderines, ‘flashmobs’, eslóganes, combates dialécticos y el espectáculo que no cesa. Pero parece dudoso que toda esa diversión que siembra el ‘hooliganismo’ en cualquier bando pueda ofrecer, en realidad, algo distinto a un simple sucedáneo de movilización progresista. Por lo menos en los países occidentales como España que, y esto es cierto, a pesar de todo lo que ha caído aún conservan una cierta situación de privilegio con respecto al resto.
 
¿Hay o no hay ideas? Nadie lo sabe. Pero en caso de que las haya, lo único cierto sería que permanecen enterradas bajo la demagogia habitual, la superficialidad evanescente y la escasa capacidad de concentración que nos queda una vez que hemos abrazado, con gusto y bien deprisa, el placer de la multitarea. Mal asunto ese de que cada vez que un líder socialdemócrata habla de la necesidad de debatir e intercambiar ideas y pensar en un programa para el futuro, el único sonido que realmente acompaña a estas palabras tan sobadas y vacías de significado real sea el ruido de sables. La esgrima es el deporte favorito d los supuestos líderes de la izquierda, incluidos Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Pedro Sánchez y Susana Díaz, entre otros.
 
Eso y los llamamientos a lograr la victoria electoral a cualquier precio. Aunque todavía es peor cuando algún partido presume de ser útil por haber conseguido que el Gobierno del PP proporcione tiritas y calmantes para detener infecciones que han gangrenado el tejido social y que parecen conducir hacia la amputación inevitable de sus miembros. Al final lo que de verdad cuenta son las respuestas simple a preguntas simples que, sin embargo, se mantienen ahí desde hace casi diez años, sin encontrar a nadie que parezca capaz no ya de responderlas, que no estaría mal, más bien de simplemente tomarlas de verdad en consideración para ver qué puede hacerse. Porque lo único que no puede hacerse es no hacer nada.
 
Así que, por si sirve de algo, les dejó en el aire mi pregunta sin respuesta del día por si alguien del PSOE, IU, Podemos, UGT, CCOO o CGT se anima a responderla. Da igual si es pablista, pedrista, errejonista o susanista. ¿Qué piensan hacer ustedes contra la precariedad laboral? Lo mismo es un signo de los tiempos que este año le hayan dado el Premio Nobel a ese tal Bob Dylan que se ha tirado cinco décadas largas cantado aquello de que la respuesta está en el viento.

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