PSOE y Ciudadanos sostienen la corrupción del PP

Detrás de la cortina

PSOE y Ciudadanos sostienen la corrupción del PP

Rafael Alba

Albert Rivera y Javier Fernández se burlan de los deseos de regeneración democrática de los votantes de sus partidos. La cuenta es, más o menos, como sigue. La cuarta parte de los españoles que han pasado por las urnas en las dos últimas elecciones generales, separadas por sólo seis meses, se han mostrado a favor de dejarlo todo como estaba. Supuestamente se trata de esa minoría silenciosa de la que siempre habla Mariano Rajoy, o de esos votantes ‘hooligans’, que hasta presumen de haber votado al PP tras taparse la nariz. Y, sin embargo, las otras tres cuartas partes,una cantidad bastante mayor que la primera, apostaban por un cambio. Con distintos matices ideológicos y con distintas posiciones en cuestiones candentes como el reparto del poder territorial o la política económica. Pero con un claro denominador común: el deseo de regeneración democrática.
 
Algunos de ellos confiaron en Ciudadanos. Un partido muy similar al PP en casi todo, pero que consiguió una personalidad política diferenciada por sus promesas de inflexibilidad frente a la corrupción. No sabemos el tipo de imagen que le devuelve el espejo a ese Albert Rivera que presumía tras las elecciones autonómicas de haber obligado a los populares y a los socialistas andaluces a firmar pactos que les obligaban a ser inflexibles con las responsabilidades políticas de los altos cargos de la administración imputados. Han comulgado ya con ruedas de molino de todos los calibres y no han hecho valer ni una sola de esas supuestas líneas que iban a mantener en cintura a esos viejos partidos tan ligeros de cascos y tan proclives a perdonar cualquier pecado, a pesar del hartazgo de una población hastiada.
 
Otros se mantuvieron fieles al PSOE. Un partido que se presentó a las urnas con un líder y un programa concreto y que ahora dirige un tal Javier Fernández, al frente de una gestora que tiene como portavoz a un tal Mario Jiménez que trabaja abiertamente y sin tapujos a favor de una presunta candidata a la secretaria general del partido que se llama Susana Díaz. Una política que se implicó abiertamente en la operación de acoso y derribo forjada contra Pedro Sánchez, el socialista que encabezaba antes las listas y que lo hizo para conseguir que los diputados de su partido permitieran a Rajoy y el PP formar gobierno. Ella formaba parte, según la mayoría de los cronistas, de aquella conspiración con forma de golpe de estado que “parecía haber sido diseñada por un sargento chusquero”.
 
Tanto Rivera como Fernández se han apresurado durante las últimas semanas a la hora de atribuir a su pragmatismo y a esas posiciones políticas que defienden, siempre “con el pensamiento puesto en los ciudadanos” avances tan claros como la subida del 8% del salario mínimo o esas supuestas medidas que se tomarán algún día y que acabaran de una vez para siempre con la pobreza energética. Ahí es nada. Ellos eran los útiles, los receptores de un voto que, de verdad, servía para cambiar las cosas y no se cuantas cosas más que, sin duda, recordarán ustedes con tanta claridad como yo.
 
En cuánto la sombra de la corrupción popular ha vuelto a asomarse a los juzgados, el PP ha vuelto a actuar como siempre. Incluso ha reorganizado a su gusto la Fiscalía, quizá para quitarse de encima a algunos servidores del Ministerio Público que le han resultado especialmente molestos. O quizá no. Aunque hay algunas sospechas razonables de que puede ser cierto que abonan, además, declaraciones de algunos fiscales en apuros que han recibido todo tipo de presiones cuando han decidido tomarse en serio su trabajo y ponerse a perseguir con saña algunos casos de corrupción. La pregunta ahora es bastante obvia. ¿Cuánta es la responsabilidad de PSOE y Ciudadanos en el asunto? Y Rivera y Fernández están moralmente obligados a responder.
 
¿Van a hacer algo o no? ¿Van a dejar que siga presidiendo Murcia ese Pedro Antonio Sánchez que, según dicen los naranjas, se burla del pacto que firmó y hasta de la famosa Ley de Transparencia que teóricamente Rivera y los suyos le obligaron a firmar? ¿Van a permitir que, justo en este momento se cambie al fiscal murciano que fue responsable de pedir la imputación de ese político y hombre de palabra a quien los populares defienden a cualquier precio? Ya han salido en tromba muchos tertulianos de orientación ‘prisera’ y ambivalencia calculada a explicar que el sustituto era su mano derecha y que también participó en la operación que habría de terminar con la imputación del tal Pedro Antonio. Pero entonces, ¿para qué cambiarlo? ¿Por qué correr un riesgo reputacional tan grave si, al final, la Fiscalía murciana va a seguir siendo implacable en este famosísimo ya caso Auditorio?
 
No tiene sentido alguno, por supuesto. Como tantas otras cosas que estamos contemplando desde que gracias al PSOE y a Ciudadanos, Rajoy pudo volver a convertirse en presidente del Gobierno, sin que su partido hubiera tenido que pagar factura política alguna por ninguno de los múltiples desmanes que cometió en el cuatrienio en el que pudo ocupar el poder con mayoría absoluta. No han sufrido ni siquiera el impacto que les hubiera correspondido después de haber perdido en las urnas unos cuantos millones de votos.
 
Para nada. Mariano Rajoy aún ejerce de monarca absoluto y aún gobierna como si nada de esto fuera con él. Y sin que sea su partido el único que tiene que cargar con las consecuencias del desencanto y el hastío que el comportamiento de los políticos provoca en la población. Al contrario. Es bastante posible que, en los próximos meses, el PP recupere muchos de los votos que perdió cuando un número elevado de incautos confió en la papeleta naranja como un seguro de que existía un partido conservador limpio capaz de darle la vuelta a una situación tan insostenible como la que provoca en nosotros este aire tan irrespirable que nos vemos obligados a respirar.
 
Y quizá, sólo quizá, este grupo de socialistas cómplices con los desmanes del PP, pueda mantener esa absurda posición que les convierte en el partido más votado de la oposición, sin posibilidad alguna de convertirse en alternativa de gobierno por los siglos de los siglos. Quizá el Podemos de Pablo Iglesias no pueda nunca darles ese temido ‘sorpasso’ que tanto luchan por evitar. Pero, ¿de qué les va a servir eso si ni siquiera son capaces de conseguir superar el 25% e intención de voto?
 
El despropósito es de tal calibre que a estas alturas sólo hay una cosa segura. Si esta legislatura dura los cuatro años que se supone que tiene que durar y mantiene todo el tiempo sus actuales características, tanto el PSOE como Ciudadanos la terminaran convertidos en dos cadáveres políticos sin posibilidad de resurrección alguna. Y les estará bien empleado, por cierto, porque si a estas alturas tienen algo claro muchos ciudadanos con deseos de cambio y necesidad real de que llegue la regeneración política prometida es que ese horizonte no será jamás posible, mientras en dos de los tres principales partidos de la oposición manden un tal Javier Fernández y un tal Albert Rivera.
 
Dos tipos que lo único que parecen querer es, desde luego, ser útiles. Y vaya sí lo son. O si no que alguien le pregunte lo qué opina de esto a ese tal Mariano Rajoy al que los dos ‘pájaros de cuenta’ anteriormente citados le han renovado no hace nada el contrato de alquiler de La Moncloa.
 
 
 

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