Rajoy, el gran beneficiario de las dificultades de Cifuentes

Detrás de la cortina

Rajoy, el gran beneficiario de las dificultades de Cifuentes

La presidenta de la Comunidad de Madrid pierde puntos en la guerra sucesoria del PP

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno con Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid

Anda tan revuelto el patio conservador español en las últimas semanas con las elecubraciones sobre el fuego amigo y los columnistas que señalan con el dedo a la supestametne perfida Soraya Sáenz de Santamaría, que lo mismo se les termina por olvidar lo fundamental. Algo tan sencillo como que el personal tiene serias dificultades para llegar a fin de mes y que, en este contexto de precarización y desmantelamiento de las expectativas de futuro de la juventud, por muchos juegos malabares que se hagan, mucho control de la justicia que se tenga y mucho control de los medios de comunicación afines que se disponga, un sector de la población española seguirá a la espera de un cambio real y efectivo. Y convencido también de que esa mutación sólo podrá producirse con la formación de una mayoría nueva que ponga en marcha un programa de Gobierno diferente.

No es fácil, además, que Ciudadanos forme parte de esa ecuación. El partido naranja está en lo que está y tiene verdaderamente complicado ocupar ese supuesto centro político por el que suspira, porque cuando las cosas se ponen difíciles de verdad, los votantes conservadores se agrupan y defienden sus mínimos comunes optando por la papeleta del PP, con independencia del líder que salga en la foto de los carteles. Pero, en cualquier caso, y como ya se ha visto, si tiene que apuntalar la mayoría conservadora para evitar que se produzcan giros en las políticas verdaderamente fundamentales, lo hará. Y gratis. Así que ahora que se han aprobado los Presupuestos Generales del Estado, y que Mariano Rajoy ha conseguido aire para año y medio, vuelve a ser un buen momento para las especulaciones y la prensa y los tertulianos conservadores se han puesto manos a la obra.

De momento, ya hay columnistas que aseguran, desde ‘El País’ y Libertad Digital, por ejemplo, que estos líos en los que se está metiendo Cristina Cifuentes en los últimos días, son el resultado de una serie de maniobras que habrían tenido lugar en el PP para apartarla de una presunta guerra sucesoria en el partido. Según estas teorías, sí hubo fuego amigo y en el entorno de Rajoy se estaría disfrutando del fervor con el que la oposición madrileña castiga a la presidenta de la Comunidad de Madrid, por culpa de ese contratillo adjudicado a Arturo Fernández, y de esa moción de censura planteada por Podemos que prosper no prosperará, pero que va a animar mucho el cotarro de aqui al verano. Y que también va a servir de aviso a navagantes en el interior del propio PP, el lugar donde, presuntamente, habitan los únicos tipos capaces de quitarle el sueño a Mariano Rajoy. Sean estos quienes sean.

Lo demás tampoco importa mucho. La penosa situación de la Justicia, tampoco. Es cierto que acaba de caer el responsable de la Fiscalía Anticorrupción, Manuel Moix, pero el relato está articulado y al votante del PP le gusta pensar que todo ha sido culpa de un grupo de fiscales díscolos y reaccios a la disciplina. Y, según esa idea, ni siquiera si al final cae el propio ministro de Justicia, Rafael Catalá, habrá demasiados problemas. Al fin y al cabo, este Catalá, por lo visto nunca ha sido otra cosa que un ‘fusible’. Y siempre lo habría sabido y por lo mismo también es consciente de que sus días están contados porque llegó a su cargo con la fecha de caducidad impresa en la cartera. Pero mientras más se puedad marear la perdiz mejor, porque así pasa el tiempo. Y los delitos prescriben que sería, según las teorías de la conspiración de la semana, lo que de verdad importa.

Al final, ni lo de Pedro Sánchez va a ser tanto ni lo de la moción de censura de Podemos tampoco. Sobre todo porque no parece, de momento, que Pablo Iglesias vaya a aprovechar la ocasión para subirse a la tribuna y presentar un verdadero programa alternativo de Gobierno. más allá de todo ese lío de la ‘trama’, las corruptelas y demás asuntos que los populares darían por amortizados. Porque mientras el crecimiento económico siga bien y las estadísticas del paro bajen, nadie entre los conservadores siente un peligro real de que una improbable alianza de izquierdas vaya a complicarles las cosas. Sobre todo, mientras siga sobre la mesa ese socorrido problema ‘catalán’ que es el verdadero ‘dique’ que impide la formación de una mayoría alternativa. Así que ellos a lo suyo que en el caso del presidente del Gobierno sería, más bien mantener el control de su partido y bajarle los humos a esas aspirantes a estrella con ínfulas como la ya mencionada Cifuentes.

Pero, a lo mejor todas estas elucubraciones se demuestran falsas. Tanto como cualquier otra afirmación basada en un clima político coyuntural suceptible de cambiar. Y si no miren lo que está pasando en Reino Unido ahora mismo. Ya saben que casi es seguro. Jeremy Corbyn perderá las elecciones legislativas británicas del próximo 8 de junio. Pero sus resultados no van a ser tan rídiculos como aseguraban sus detractores. Los enemigos de Corbyn, por cierto, como les pasa en España a los de Pablo Iglesias, se reparten entre los votantes y simpatizantes del Partido Conservador y ese grupo de dirigentes del Partido Laborista que conserva entre bolas de naftalina el dedo incorrupto de Tony Blair y suspira en silencio, pero no en secreto, por el advenimiento de un Emmanuel Macron británico al que agarrarse en estos tiempos turbulentos. Incomprensiblemente para muchos analistas el angel caído y sin alas de la izquierda británica ha sido capaz de remontar el vuelo y ha recortado en lo que va de campaña electoral nada menos que 17 puntos a Theresa May. Una aspirante al trono que dejó vacante la gran Margaret Thatcher que no parece dar la talla.

Lo curioso es que Corbyn no ha cambiado de discurso. Se mantiene encadenado a su centro de gravedad permanente, que diría Franco Battiato. La que sí lo ha cambiado, y unas cuantas veces es May. Y a lo mejor por eso le va como le va. Y le va tan mal que hasta la biblia del ‘neoliberalismo’, ese semanario llamado The Economist, tan poco sospechoso de ideas izquierdistas ha decidido apostar en su editorial de esta semana por la solución Liberal-Democráta y ha recomendado a sus lectores que voten por este partido, porque es la única manera que ven de frenar el ascenso del hasta hace poco desahuciado lider laborista, al que en ningún caso ven con posibilidades de ganar las elecciones, pero sí de conseguir un resultado que volviera ingobernable el Parlamento.

Como sin duda sabrán, los liberales-democrátas, británicos, proeuropeos ellos, fueron unos socios de gobierno muy leales de David Cameron, en los tiempos en que los conservadores necesitaron apoyo para desalojar a los laboristas del poder. Justo cuando el estallido de la gran crisis financiera dejo al descubierto las vergüenzas del periodo de poder protagonizado por Blair y un Gordon Brown que hizo lo que pudo, pero no logró salvar los muebles. Y fue justo en aquel momento cuando el partido en el que solía aglutinarse toda la izquierda británica se vino abajo y perdió ese buen montón de votantes que, contra todo pronóstico, tal vez Corbyn pueda recuperar ahora. Siempre que la remontada que se anuncia se confirme. Pero incluso si no fuera así, cualquier resultado que implicara que los conservadores perdieran su actual mayoría absoluta sería una gran victoria para el actual lider laborista. Y le consolidaría en el puesto.

Corbyn es un hombre incomodo y un poco ácrata que ha votado muchas veces en contra de los líderes de su propio partido y ha mantenido sus convicciones en los peores momentos. Tan antiguo y pasado de moda que hasta podría resultar un anacronismo en estos tiempos que corren. Si no fuera quizá porque el choque de trenes que se produce en estos momentos entre las dos opciones políticas dominantes en el Reino Unido, tiene un argumento bastante antiguo. Y si hace cinco décadas, tras la caída del Muro de Berlín el neoliberalismo dominó los discursos culturales y secuestro el pensamiento progresista en todo el mundo, su agotamiento actual, y la forma en la que afecta al manejo de las instituciones que deberían asegurar la vigencia de la democracia parecen haber resucitado algunas de las viejas premisas. De aquellas lineas maestras del viejo manual socialdemócrata que animaban a luchar por barbaridades tales como el estado de bienestar, la redistribución equitativa de la riqueza y la igualdad de oportunidades para todos.

Lo mismo eso es lo único que hace falta para conseguir esa supuesta cuadratura del círculo que, según los expertos económicos de guardia, no puede obtenerse en ningún caso con un Gobierno de izquierdas en el poder. Y que al parecer si estaría logrando la coalición ‘imposible’ que dirige portugal, encabezada por Antonio Costa, ese hombre gris y socialista con el que no contaba nadie y que puede convertirse en el ejemplo a seguir por todos los progresistas europeos, con el permiso de un Jeremy Corbyn que parece capaz de ‘coronarse’ en la mísmisima boca del lobo si nadie lo remedia. Y no queda ya mucho tiempo para hacerlo.

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