La revolución de los militantes

Detrás de la cortina

La revolución de los militantes

Los afiliados de los grandes partidos españoles asisten imperturbables al hundimiento de estas formaciones políticas. «Eso se dijo en un acto de partido». De esta manera, u otra parecida, suele restarse importancia a las palabras pronunciadas por los dirigentes políticos cuando se dirigen a sus correligionarios. Ya sea en un mitin electoral o en uno de esos actos, en los que se convoca a la militancia para que goce del placer de tener cerca a sus líderes. Para que puedan hacerse fotos con ellos y hasta conseguir algún autógrafo.

En esos foros, donde los altos cargos se zambullen en baños de masas, todo parece estar permitido. Se sabe que son discursos para el consumo exclusivo de grupos de acólitos y que sólo están destinados a enardecer a esa militancia ‘zombie y descerebrada’, cuyo único afán es defender unas siglas y denigrar al enemigo. Un ejército de las mismas características que esta ahí también sólo para evitar la victoria del contrario.

De modo que cuando se colocan ante el micrófono y se disponen a actuar para sus ‘fans’, los líderes partidarios, que en ese momento pueden, además, ser ministros u ocupar cualquier cargo público relevante, se sienten libres para decir cualquier cosa. Para hacer pasar datos verdaderos como falsos, descalificar, o arriesgarse a realizar predicciones imposibles o promesas inalcanzables con la certeza de que nadie les va a exigir responsabilidad alguna por las palabras pronunciadas.

Es así, aunque hay registros, grabaciones y artículos de prensa con los que podría demostrarse en cada momento quién dijo qué cuándo y dónde. Pero, a nadie, ni siquiera a la prensa o los medios de comunicación se le va a ocurrir pedir cuentas a un político por lo que dijo en una de estas reuniones. ¿Para qué? Es puro teatro. Simple ficción. Una representación destinada sólo al disfrute de los espectadores presentes.

Y eso, justamente eso, es lo que a algunos nos resulta muy difícil de entender. El hecho de que los militantes de los partidos españoles, y sus cuadros medios y sus líderes locales, estén más que dispuestos a recibir ese trato. Que no les importe saber que para sus dirigentes son simples figurantes necesarios para dar empaque al espectáculo. Están ahí, como el público vociferante y dispuesto a aplaudir de los programas de televisión en directo y lo mismo que ellos, les toca estar atentos a las instrucciones del regidor para actuar, según convenga.

¿O quizá sea más simple? Quizá las legiones aplaudidoras acepten con sumisión el rol que se les atribuye porque tampoco sea esa parte la que les importa. A lo mejor no han adquirido el carnet del partido para cambiar el mundo, defender unos principios ideológicos o intentar llegar al poder con idea de mejorar el sistema para hacer más agradable y digna la vida de sus conciudadanos. Tal vez, están ahí también para sacar tajada.

Si fuera así todo encajaría. Los supuestos ‘zombies’ no serían tales. La militancia va aplaude y hace su trabajo sin escuchar los discursos, por supuesto, ni prestar la más mínima atención a las propuestas. Su interés está concentrado en los apartes de pasillo. En hablar con uno y conocer a otro. También están allí para conseguir algo en beneficio propio. Hacer relaciones. Subir unos cuántos puestos en una lista o conseguir una licencia para abrir un negocio.

Y entonces, ya que el sistema podría estar podrido desde la base…¿no sería mejor acabar con lo partidos para siempre? No lo creo. De momento, la única alternativa que se conoce al sistema democrático de partidos es el gobierno de un partido único. O sea lo mismo, pero sin la posibilidad de que los lobos se devoren los unos a los otros para conseguir su objetivo.

Sin la necesidad de que los grupos de intereses se enfrenten que aporta el ejercicio del sufragio universal. La alternancia en el poder y el hecho de que conservarlo o conseguirlo dependa de los votos de los ciudadanos pone freno a muchos desmanes. No hay más que mirar alrededor para darse cuenta.

De modo que si usted es un ciudadano común que no forma parte de ninguna de estas redes ‘clientelares’ piense muy bien lo que vota. Porque sólo cuando un partido se enfrenta a una debacle electoral se plantea cambiar la estrategia. Puede ser triste, pero la experiencia lo demuestra.

Sólo cuando se pierde el poder y se desvanece la influencia surge esa militancia activa y combativa que derriba líderes, cambia programas electorales e intenta reconciliar los intereses partidarios con las necesidades de los ciudadanos. Sólo los batacazos en las urnas provocan la revolución de los militantes. Y, hoy por hoy, hacen falta un par de ellas. Por lo menos.

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