Trapicheo de órganos

Sanidad

Trapicheo de órganos

Un político rico libanés intentó talonario en mano hacerse con un hígado de sustitución hasta que se descubrió el tejemaneje. Una de las pocas cosas que en España se han hecho bien y a pesar de tantos pesares siguen funcionando bien son las cuestiones relacionadas con los trasplantes de órganos, empezando por recambios de corazón. La cirugía si no es pionera en este campo pero sí es una de las mejores del mundo. No hace falta cruzar el Atlántico para cambiar un riñón o sustituir un hígado averiado. Aquí lo hacen muy bien y, mientras la sanidad aguante su condición pública, más barato; es decir, gratis.

Pero el mérito de la cuestión en nuestro país no está sólo en el aspecto científico o técnico. También en el ámbito legislativo y de vigilancia del cumplimiento de las normas destaca la ejemplaridad y la seriedad. Las normas y el control no permiten que, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares, en España esta posibilidad de prolongar la vida está rigurosamente vetada a privilegios, a la especulación y al contrabando y trapicheo de órganos. Con los trasplantes de órganos la corrupción no tiene cabida.

Recientemente se dio un caso que demuestra que hay quien intenta saltarse la cola – algo que desde el punto de vista del deseo humano de supervivir es lógico – y que cuando a base de chequera se avanza en el intento pero se descubre, el chanchullo se para. Un político rico libanés intentó talonario en mano hacerse con un hígado de sustitución, negoció a través de sus agentes con personas dispuestas a salir de la penuria vendiendo un trozo del suyo, hasta que se descubrió el tejemaneje.

Al final el enfermo pudo recibir el trasplante gracias a la solidaridad de un hijo que le hizo una donación, algo que si está aceptado, pero el mercadeo de órganos que previamente había estado en juego acabó en el Juzgado. Todo el mundo sabe que quien tiene dinero puede agenciarse mejor atención médica y hospitalaria pero imaginarse un mercado negro de órganos para que sólo quienes puedan comprarlos prolonguen su vida es una monstruosidad.

La salud para todos, contra la que tanto despotrican algunos y no creo que haga falta señalar, es la mayor conquista de las sociedades modernas y por supuesto, el mejor exponente del declinante estado del bienestar. Lo que ocurre es que hasta las cosas mejores de nuestro tiempo corren peligro y la ambición de hacer negocios con la salud de los demás surge de vez en cuando disfrazada de proyectos gubernamentales y amañados argumentos políticos de ahorro público y eficacia.

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