Rebelión en Génova

Rebelión en Génova

«El proyecto de ley del aborto está haciendo que los murmullos vayan sumando decibelios para convertirse en malestar de patio de vecindad» Los diputados del Partido Popular son políticos españoles a part time: tiene todas las prebendas propias del cargo pero como contrapartida no pueden opinar. O si pueden, tienen que hacerlo en silencio, sin expresarlo en público, si acaso liberar su conciencia con la almohada pero en voz baja. Al parecer, cuando aceptaron ser incluidos en las listas electorales, favor por el que había codazos en la calle Génova, se comprometieron a acatar las órdenes superiores, sin rechistar, y menos votar en contra. No cobran por pensar, sólo por asentir.

Se lo recordó unos días atrás el portavoz en el Congreso a los diputados, mayormente a las diputadas que echan los dientes ante el proyecto de Ley del aborto que quizás en contra de su criterio van a tener que apoyar a pies juntillas. No tienen derecho a discrepar, ya digo. La voz del Partido es una y sólo una. Eso explica que algunos dirigentes autonómicos, con Cospedal impartiendo doctrina, quieren reducir drásticamente el número de diputados en las cámaras porque no hacen falta, con uno que acuda a los plenos basta.

¿Para qué hay que elegir a tantos representantes si sólo hay uno, el Partido encarnado en una especie de guía turístico, con derecho a repetir la lección? Luego pasa lo que pasa, que al Partido, por mucho que intente sellar las bocas de sus miembros, le salen murmullos respondones que en los confusos momentos actuales suenan a rebelión. El proyecto de ley del aborto está haciendo que los murmullos vayan sumando decibelios para convertirse en malestar de patio de vecindad. Muchos liderillos se quejan en voz baja y algunos ya lo empiezan a hacer de forma audible.

Ahí están las voces discrepantes del presidente de Galicia, del presidente del partido en el País Vasco, de la delegada del Gobierno en Madrid, de la alcaldesa de Zamora, del alcalde (ginecólogo de profesión) de Valladolid y un etcétera todavía no muy numeroso pero con propensión a aumentar. Los conatos de rebelión en Génova van más allá y de pronto se reflejan en discrepancias reprimidas de los dirigentes catalanes o incluso del Gobierno de Castilla y León que, harto de clamar en el vacío, ha llevado a los tribunales la orden del copago sanitario.

Todo por no recordar la pelea de taberna de Chamberí entre los gobernantes de la Comunidad de Madrid, con el presidente Ignacio González y el consejero Salvador Victoria al frente, y el todopoderoso Cristóbal Montoro, que tampoco se reprime a la hora de replicar a sus críticos y discrepantes amenazando con mandar a los inspectores de gris de la Agencia Tributaria. Menos mal que Mariano Rajoy no oye, ni escucha ni habla. Cuando hay movidas entre los suyos no suele estar ni nadie le espera.

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