Este Madrid

Detrás de la cortina

Este Madrid

Quizá haya llegado el momento de pedir explicaciones a los dos grandes partidos por la degradación y el deterioro de Madrid. Hace algo más de 30 años, Madrid se convertía en el símbolo mundial del despertar de una España que se reincorporaba al curso de la historia. Cierto que la agitación cultural que, repentinamente, tomó la ciudad venía más que dopada con dinero público y, también, que en el camino hacia aquella ‘modernidad’ que se buscaba entonces para proyectar una nueva imagen internacional de la capital se dejaron atrás demasiadas cosas y, a cambio, se encumbraron otras tantas que no eran de recibo.

Con sus muchísimos defectos, y alguna que otra virtud, la urbe cosmopolita y abierta de aquellos tiempos permaneció en el imaginario colectivo como una suerte de arcadia perdida muchos años después de que aquel fuego iniciático se apagara. Pero, casi desde el primer momento, bajo el oropel, las lentejuelas, la purpurina y las hombreras que nos trajo la década de los ochenta se movían otras aguas subterráneas, esas sí, destinadas a durar, por las que fluía la verdadera esencia de la ciudad.

Esos tejemanejes, entre grupos empresarios locales, la aristocracia tardofranquista reconvertida y algún que otro izquierdista entusiasta dispuesto a incorporarse a la fiesta de las recalificaciones inmobiliarias, los pelotazos y el despiece del territorio para promover un negocio inagotable que todavía hoy siguen siendo el único eje alrededor del que gira la capital de España.

Un festín de ‘corruptelas’ diversas y beneficios variados que sólo pudo perpetuarse en el tiempo gracias a la participación activa de los políticos encargados teóricamente de defender los intereses de los ciudadanos que, eso sí, les han votado sin el menor atisbo de duda o mirada crítica, una vez sí y otra también.

Todo tan prodigioso y sorprendente que sólo podía suceder en la misma autonomía donde fue posible, por ejemplo, que dos diputados electos de un partido que ganó las elecciones traicionaran a la lista cerrada que les eligió e impidieran la alternancia sin que nadie haya explicado aún lo que pasó, ni nadie haya pagado por ello. Circunstancia que estuvo en el origen de muchas de las cosas que sucedieron después y de la que ni tirios ni troyanos quieren acordarse.

Y, prácticamente desde entonces, con más o menos desahogo, Madrid, la ciudad y la comunidad autónoma, se ha ido deteriorando en favor de ese grupo de desalmados de ideología común y filiación política variada, hasta recuperar que el paisaje ha recuperado el rostro gris, desabrido y rancio que cantaban las canciones de finales de los setenta.

Aullidos lastimeros, similares a aquel himno desesperanzado que encumbró a los primeros Leño del gran Rosendo Mercado. Ese cuyo estribillo proclamaba a golpe de guitarrazos enfurecidos…»Es una mierda, este Madrid, que ni las ratas, quieren vivir». Ese que los más optimista habían creído olvidado para siempre.

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