Vidas ejemplares

Detrás de la cortina

Vidas ejemplares

Rafael Alba, periodista

La crisis no ha terminado todavía, pero muchos de sus protagonistas iniciales ya intentan justificarse ante la sociedad por los errores cometidos. Mientras la población sigue sumergida en una de las peores crisis de la historia, desde luego la más pronunciada en las épocas recientes, algunos de los responsables del desastre o, al menos, quienes tenían el deber de enfrentarse a él, parecen conjurarse en torno a una idea común: ellos no pudieron hacer nada por evitar lo que iba a suceder.

Fueron otros quienes, aquejados de repentinos ataques de ceguera, o dispuestos a defender los intereses de colectivos poderosos, tuvieron la culpa de todo. Sin contar con que hace poco más o menos un lustro, nadie, o casi nadie, podía intuir la violencia y la crudeza con que iba a manifestarse la depresión económica que llegaría poco después.

Este corpus teórico homogéneo, que salpica libros de memorias, artículos y otros relatos de política-ficción basados en hechos reales que recientemente han sido publicados, se completa con otra justificación, esta vez personalizada, que, sin embargo, también presenta unas características generales comunes y que pueden resumirse en dos ideas fuerza transmitidas hasta la saciedad por estos malos guionistas de culebrón canadiense.

Una que viene a decir algo así como «yo sí lo vi, o al menos me lo malicie, avise a mis superiores jerárquicos y estos no me hicieron caso, por lo que opté por salir del escenario» y otra que insiste en explicar más o menos que «sí, es verdad que lo hice mal, pero no del todo. De hecho si no llega a ser por mi todo habría resultado mucho peor de lo que fue».

Cierto que, de una u otra manera, todos estos escritores en gira mediática, repartidos por el mundo, viven ahora apartados de los cargos que ocupaban en aquellos tiempos y que es más que probable que no tengan ninguna tentación de recuperar sus carreras políticas arruinadas.

Y también que no hay nada más humano que justificarse, sin contar con lo difícil que debe ser resistirse a la tentación de hacerlo si se produce la combinación de este impulso primario con el estímulo adicional que puede proporcionar una buena oferta monetaria. Pero, quizá, sólo quizá, sea lícito esperar algo más de unas personas a quienes se supone dotadas con el don de la excepcionalidad que les sirvió para convertirse en líderes.

Por aquello de predicar con el ejemplo y dejar que sean los historiadores, y la propia historia, quien situé a cada cuál en el sitio que le corresponde cuando haya pasado el tiempo suficiente para que personas no involucradas en los hechos puedan analizarlos con la distancia y la neutralidad que requiere este tipo de trabajo.

Sin embargo, esa remota idea, no parece haber brotado en el entorno de esos escritores de memorias que, lo mismo que antes, vuelven a dar a la sociedad la medida exacta de lo que son, o parecen ser. Ni la más mínima elegancia, ni el más mínimo pudor, por supuesto. Y, lo que quizá sea peor, la posible sospecha de que con sus descripciones de si mismos como pobres infelices que intentaron luchar contra un ‘tsunami’ o catástrofe natural imposible de frenar, no hacen más que proporcionar una coartada a los actuales ocupantes de sus viejos puestos.

A esos que también justifican el dolor y el malestar que reparten entre la población con la misma cantinela. Con la perversa idea de que este camino, que acrecienta la desigualdad y destruye derechos fundamentales es el único posible para sortear la deplorable situación actual. Y, lo cierto, es que, finalmente, quizá la suma de unos y otros, si pueda constituirse en un buen ejemplo para los ciudadanos. En una prueba de que es cierta la sospecha que muchos tienen ya.

El problema no es la política, ni la democracia. Todo ese entramado institucional aún sigue siendo válido. Lo que no sirve, y no servía desde hace unos años, es el grupo de dirigentes que nos ha tocado soportar en los últimos tiempos. Claro que eso tiene remedio. Se puede solucionar en las urnas.

Y, tal vez, incluso antes, si dentro de los propios partidos se aborta la operación cosmética que parecen haberse puesto en marcha y se opta por una verdadera regeneración. Una que incluya dimisiones, exigencia de responsabilidades y caras nuevas. Completamente nuevas.

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