En aplicación del principio de indeterminación, también conocido como de la incertidumbre, el conocimiento de los pronósticos acerca de la evolución de la economía influye en ella y, lo que es más importante, permite que los actores también influyamos para cambiar, acelerar o ralentizar las tendencias apuntadas.
Es una evidencia que los pronósticos no son halagüeños para España, en buena medida por que se trata de proyecciones de la coyuntura presente, caracterizada por un rápido crecimiento del déficit público, un gran apalancamiento privado y una persistente y dramática tasa de desempleo.
Sin embargo, esos vaticinios no están ponderando suficientemente los efectos que la propia crisis está produciendo en el incremento de la tasa de ahorro, situada ya en el 18%, la reducción del déficit de las Administraciones Públicas o la aceleración de los procesos de reestructuración por parte de las empresas. El ajuste se mueve con rapidez en ámbitos públicos y privados (antes en los segundos que en los primeros) y deberá producir de una manera u otra un cambio en las predicciones.
España ya no necesita más avisos, sino un reconocimiento de que se ha puesto manos a la obra y está haciendo sus deberes. Como de nada sirve mirar hacia atrás, nuestra obligación es batir a los presagios mediante pasos firmes y decididos.
Las reformas del mercado laboral, del sistema de salud, de las pensiones, de la energía, de la educación y del marco jurídico del país son ineludibles. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que hacerlas; ahora debemos consensuar cómo hacerlas y ponerlas en marcha. Sin embargo, la ausencia de consenso no elude al Gobierno de su responsabilidad. Tenemos una gran oportunidad y de todos es el deber de aprovecharla.
La crisis tiene que poner en valor la capacidad de nuestro país y de sus gestores para reaccionar e iniciar una nueva etapa de crecimiento. La incertidumbre debe ser el pasado reciente de una nueva confianza en España, en sus empresas y en sus emprendedores.
