Como niños

Partidos políticos

Como niños

Diego Carcedo

En la clase política que tenemos hay de todo pero hay que reconocer que una buena parte son como niños.  En  la clase política que tenemos hay de todo, por supuesto, pero con el mayor respeto para los que al margen de sus ideas son serios, hay que reconocer que una buena parte son como niños. Hubo un tiempo no demasiado lejano en que su imagen merecía elogios: se había forjado a prisa y corriendo para vencer las resistencias del final de la Dictadura y sorprendía por la sensatez y el sentido de la responsabilidad que demostraba a la hora de afrontar sus diferencias, de negociar con los adversarios, propios y foráneos, y de establecer acuerdos y pactos.
 
Pero esa etapa ha quedado atrás y las nuevas generaciones no sólo no han aprendido las lecciones de ética y pragmatismo de sus predecesores sino que también han contagiado a muchos de los que sobreviven en la actividad pública con sus pataletas, insensateces y carencia del más mínimo sentido de la responsabilidad que exige dedicarse a representar a los demás. El espectáculo que está ofreciendo estos días el núcleo central de Podemos, el sexteto de líderes que hicieron creer que con ellos todo sería mejor es de aurora boreal.
                  
El debate previo a un congreso de un partido siempre es intenso y debería ser fructífero, pero el que están manteniendo, a cantazo limpio, los aspirantes al poder por el poder en Podemos resulta deprimente sobre todo para quienes se hayan creído su demagogia populista. Escuchando, viendo y observando, ¿alguien se imagina lo que sería un Gobierno de este grupo que, además de inexpertos en Administración, ni siquiera son capaces de discutir sus ideas y diferencias, lógicas por otra parte, en paz y respeto? Nunca los expertos auguraron un futuro exitoso al populismo de Podemos pero tampoco nadie sospechó que estallase tan pronto.
                  
En Cataluña, mientras tanto, el Gobierno de la Generalitat, tradicionalmente en manos de la burguesía, se ha convertido en un espectáculo de títeres la mar de divertido para quienes lo contemplen sin la preocupación que sus consecuencias despierta. Tras la figura decorativa de Puigdemont y su gabinete, quien de verdad marca la actuación del Gobierno son los diputados antisistema de la CUP que, en contraste a su insignificancia electoral, cada día cobran nuevas fuerzas, incrementan sus exigencias y se permiten ya adelantar los fundamentos sociales y económicos de la futura Cataluña.
                  
Una Cataluña independiente, por supuesto, pero además fuera del euro, moneda que ellos no podrían controlar, con la banca nacionalizada y la tierra colectivizada. Las evidencias de los fracasos de las políticas Lenin y Stalin, de Mao o de Fidel Castro no parecen influir en su ignorancia histórica y su utopía política. Viendo sus pretensiones tan anacrónicas como efectivas, la conclusión es que la autonomía catalana está en manos de niñatos sectarios, caprichosos y traviesos; de niñatos que juegan a imponer sus pretensiones a los mayores que a poco que se descuiden pueden acabar en un gulag en el Valle de Arán.
                  
Pero bien mirado, tampoco hay que circunscribirse sólo a partidos emergentes y líderes de patio de recreo escolar para decir que una buena parte de los políticos que tenemos son como niños. El espectáculo montado estos días en Madrid por un grupo de militantes del PSOE que pretenden imponer sus tesis a los demás abriendo una sede paralela a la del partido en la misma calle Ferraz de Madrid, deja hablando sólo a cualquier persona que sea sensible al ridículo ajeno. Un partido centenario, que gobernó y podría volver a hacerlo, es víctima de la visceralidad de una parte de sus miembros incapaz de valorar lo que su obcecación puede destruir y dañar a una sociedad que tanto necesita estabilidad libre de sectarismos.

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