Rivera teje una alfombra roja para Rajoy

Detrás de la cortina

Rivera teje una alfombra roja para Rajoy

Rafael Alba

La burda puesta en escena de la negociación entre PP y Ciudadanos alimenta la sospecha de un pacto cocinado a la medida del político gallego. En estos momentos confusos, cuando ya va bien avanzada la cuenta atrás hacia el aparentemente fallido Debate de Investidura al que tendrá que enfrentarse en unos días el presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy, andan muchos analistas situados a la izquierda del arco ideológico con un mosqueo creciente. En su opinión, que empieza por cierto a ser casi mayoritaria, estamos asistiendo en los últimos días, siempre dentro del papel de convidados de piedra que se nos ha asignado, a una burda representación teatral, protagonizada por los presuntos negociadores de PP y Ciudadanos.
 
Un elenco de cuarta categoría que intenta escenificar para todos nosotros la tensa elaboración de un acuerdo que permita al partido de Albert Rivera justificar lo injustificable y salvar, más o menos, la cara del baqueteado político catalán que habría perdido definitivamente su presunta inocencia, tras haberse tragado sus principios, renunciado a las promesas de regeneración democrática que había realizado en las dos últimas campañas electorales y aceptado apoyar a un candidato a quien se había comprometido a jubilar para siempre y a quien ahora se dispone a asegurar un puesto de trabajo vitalicio, o poco menos.
 
Peor aún. Quienes defienden esta opinión, aseguran también que, en realidad, el acuerdo lleva semanas completamente cerrado porque se habría estado negociando en secreto, con nocturnidad y alevosía, casi desde el mismo momento en que se terminó el recuento de los votos de los pasados comicios del mes de junio y resultaron evidentes dos cosas, que la suma de los sufragios conservadores seguía resultando insuficiente para formar gobierno y que el futuro de la derecha parecía restringido a un número cierto y limitado de votos que circulaba entre vasos comunicantes, de tal modo que el PP sólo podía engordar debilitando a Ciudadanos o al contrario.
 
Así que tocaba pactar para evitar el riesgo de unas terceras elecciones que complicaran aún más el panorama por aquello de no tener que correr riesgos ni tentar a la suerte. Que las urnas las carga el diablo y lo mismo ese millón de honestos españoles que decidió quedarse en casa y no votar esta vez a las siniestras hordas de Unidos Podemos se lo pensaba mejor si tenía una nueva oportunidad y los números, que ahora no cuadraban mal del todo dentro de esa escasez a la que nos hemos referido, empeoraban. Vamos que ¡virgencita que me quedé como estaba! Y nada de mus y a barajar que no está precisamente la partida para gustarse demasiado en este momento.
 
Así que las conversaciones en la sombra entre PP y Ciudadanos se habrían iniciado de inmediato, tras la puesta en marcha de un proceso opaco, forzado por los naranjas, que, finalmente, se habrían visto obligados por sus omnipotentes ‘financiadores’ a realizar la tarea que justificó el apoyo que recibieron y que permitió que un ‘partidillo’ catalán se convirtiera en tiempo récord en una formación de ámbito estatal con capacidad para influir en el reparto del poder. En ese ‘Podemos de derechas’ que reclamaban algunas voces, cuando el grupo de activistas liderado por Pablo Iglesias protagonizaba hace un par de años, lo que parecía un proceso de ascensión irresistible que iba a conducirles directos hacia La Moncloa en poco más que un periquete.
 
De modo que, a estas alturas, entre naranjas y azules se habría definido ya un auténtico y detallado programa de gobierno que contaría con el apoyo incondicional de 169 diputados, 170 una vez que se concreten las concesiones necesarias para sumar al ‘equipo’ a la simpática Ana Oramas de Coalición Canaria, y que básicamente servirá para profundizar en los esquemas de política económica neoliberal que ya habría empezado a aplicar el PP en sus gloriosos años de mayoría absoluta, con más recortes, un sensible aumento de la actividad de las máquinas de demolición del estado del bienestar y, eso sí, alguna que otra concesión de cara a la galería destinada a dar la impresión de que la clase política admite leves penitencias para conseguir el perdón popular de sus múltiples pecados.
 
Nada importante, en cualquier caso, ni nada tampoco que impida al pacto convertirse en una verdadera ‘lavadora’ que limpie todas esas feas manchas que la corrupción ha dejado en la deterioradísima imagen de los populares, hasta que la Gürtel, la Púnica, la Taula, Bárcenas y demás familia se conviertan en unos lamentables episodios del pasado remoto, absolutamente inocuos para la credibilidad de ese incombustible político gallego que todos ustedes conocen y que era en esos momentos el máximo responsable de todo lo que pasaba en su partido.
 
Y una vez conseguido lo que se buscaba no estaríamos ante esa legislatura, corta y reformista que se nos promete. Por el contrario, iniciaremos una nueva travesía en el desierto de cuatro larguísimos años en los que terminarían de consolidarse todos los ‘logros’ políticos e ideológicos que el PP pudo introducir gracias a la excusa de la crisis económica. Porque, al fin y al cabo, cuando se trate de echar una mano para la fijación de políticas regresivas, los azules y los naranjas, siempre van a encontrar la mano tendida de los nacionalistas conservadores. De ese PNV o esos antiguos miembros de la hundida CiU que, banderías territoriales aparte, comulgan con esos mismos principios, como todo el mundo sabe, por mucho que ahora parezca habérsenos olvidado.
 
El cuento que puede, por supuesto, no ser cierto, continúa con los peores augurios posibles para el reinado de Pedro Sánchez, en ese PSOE que camina a toda velocidad hacia la consolidación de su conversión en ese florero socialdemócrata que aún resulta necesario para darle una pátina progresista y levemente social al endiablado conjunto. Pero que debe estar ahí presente y visible, para suministrar las coartadas políticas y sociales que puedan ser necesarias en algunos momentos concretos, pero molestando lo menos posible, por supuesto.
 
Con una sola utilidad real. La de seguir manteniendo su condición de tapón imprescindible para que el tóxico ideario de Unidos Podemos y asimilados no confunda y contamine a la bendita clase trabajadora. Un grupo de votantes que, preferiblemente opte por las opciones más a la derecha, si tiene que ser atacado por alguna horda populista en caso de necesidad. Ya saben. Mejor un buen Donald Trump dispuesto a recortar la carga impositiva de los ricos que un mal Bernie Sanders, con el que nunca sería posible saber a lo que atenerse en esta y otras materias verdaderamente sensibles.
 
Así que, una vez finalizada la operación que servirá para que Mariano Rajoy pueda seguir fumando puros en los jardines de La Moncloa, llegará el momento de ponerle precio a la cabeza de Sánchez y elevar a las alturas de Férraz, a un muchacho o muchacha un poco menos conflictivo que él y que tenga más claro el papel que debe desempeñar. Unas características que algunos atribuyeron erróneamente al bueno de Pedro cuando era casi un desconocido y se atrevió a pelear por la secretaría general contra Eduardo Madina, el presunto delfín de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuyo moderado izquierdismo despertaba sospechas. Pero Sánchez ganó casi contra todo pronóstico y después tuvo la desfachatez de tener ideas propias, ya ven.
 
En fin, ya ven, las teorías ‘conspiranoicas’ de siempre que no terminan de desaparecer nunca del terreno de juego para cubrirlo todo con la espesa niebla de la sospecha. Lo único malo de este ‘runrun’ inagotable es quizá la posibilidad de que estos cuentos chinos que les he relatado hayan hecho mella en el frágil ánimo del bueno de Sánchez, que siempre será más proclive a mantener su actual negativa a facilitar la Investidura de Rajoy si piensa que lo que está en juego es su supervivencia política que en caso contrario, claro. Y, aunque ese empecinamiento tampoco iba a ser finalmente un problema, porque pueden ser muchos los caminos que conduzcan a Roma, sí que iba a complicar un poco más de lo necesario la consecución de ese objetivo irrenunciable en el que hay tanto en juego.
 
Pero, ¿por qué dejarse llevar por el pesimismo cuando todo parece indicar que el éxito está cerca? Aunque ni Rajoy ni Rivera pudieran aspirar al osca con la pésima puesta en escena de la obrita de teatro que se habrían sacado de la manga, lo cierto es que el tiempo termina por conseguir que todo se olvide. Así que ahora es cuestión de apretar los dientes y aguantar el tipo durante un par de meses. Y para eso, nadie mejor que ese líder político gallego que todos conocemos. Un tipo verdaderamente imperturbable y que ha demostrado de sobra estar a la altura de los retos políticos de nuestro tiempo. El mejor émulo de Don Tancredo que ha alumbrado la historia de España. O eso dicen de él, las malas lenguas que conspiran en la sombra.
 

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